Y ahora debatamos, discutamos, vamos…por nuestros hijos, por nuestros padres, por nuestra patria

¡Sí! compatriotas ¡Sí!, no hay otra opción, ¡Sí a la vida, no a la muerte!

¡Sí!, compatriotas, hermanas y hermanos, ¡Sí!. No hay otra opción. No hay otra opción porque no se trata de optar frente a una reforma constitucional. Mucho más que eso y antes que todo eso –por importante que sea- está el corazón mismo de esta elección. La opción fundamental, básica y verdadera es entre la vida y la muerte. Optamos por la vida, le decimos sí a la Humanidad, a los pájaros, a los ríos, a nuestras montañas y nuestros mares y lagos o dejamos que este sistema nos aniquile. Nuestra opción es entre Socialismo y vida o Capitalismo y barbarie.

Este es el punto de partida de cualquier reflexión antes del necesario debate. Ellos con su NO se juegan la Rosalinda de sus privilegios, sus egoísmos, sus modos de vivir agrediendo y explotando, el resto de la Humanidad junto a nosotros, en ese SÍ se juega la vida, los sueños y esperanzas. Hemos llegado a una encrucijada, plantearnos el fin de este sistema capitalista no es hoy cosa de adelantados sino asunto de vida o muerte. El planeta en el que vivimos cruje adolorido por las agresiones que sufre. Las lágrimas de Pachamama cubren la Tierra pidiendo clemencia a sus hijos. Ni la Humanidad –nunca antes tan sometida a las penurias, la alienación y la miseria por unos pocos cada vez más poderosos y cada vez menos- ni la casa soportan más agresiones.

Tenemos que construir otra forma de vivir en armonía con Pachamama, en armonía con los otros, reconstruyendo el mundo de los deseos hasta hacerlos dignos y sustentables, armónicos y humanos. Esa nueva forma de vivir, esa nueva Humanidad se llama socialismo. Sólo si somos capaces de mirar hacia nuestra riqueza interior, si somos capaces de ser felices junto a los otros; si somos capaces de no ambicionar lo que no tenemos ni tiene objeto tener por superfluo, sino felices porque a nuestro alrededor nadie sufre miseria, injusticia o penurias salvaremos a la Humanidad y nos salvaremos. Si somos capaces de hacernos como niños y levantamos la mirada al cielo, a las estrellas, a las montañas, ríos, árboles y flores, haremos concreta la utopía ¿Cuánto tiempo hace que no lo hacemos, embobados ante el televisor? Si somos capaces de volver a sentir la lluvia y ese olor de la tierra mojada, de volar papagayos, jugar trompo, metras, pelota de goma o fútbol con un balón de trapo, si nos llenamos de alegría cantando, rozándonos, oyéndonos, mirándonos, venceremos este mal del que estamos muriendo.

El amor nos hará libres pero también nos dará la vida que hemos perdido. Una Constitución es el libro de la Comuna, el libro del pueblo, el libro sagrado, nuestro Popol Vuh, el acuerdo de todos para caminar. Una Constitución es como el cauce del río: lo conduce, lo lleva, hace que sus aguas fecunden a su paso. Nosotros somos el agua de ese río. No hay río sin cauce porque sus aguas sólo inundarían y arrasarían. Tampoco hay río sin agua. Con ese SÍ nos estamos dando el cauce por el que llegar a la mar de la vida.

La Constitución Bolivariana del año 99 es la más adelantada, la mejor, la más humanista y libertaria de todas las constituciones del mundo CAPITALISTA. Es una Constitución CAPITALISTA, porque ni las circunstancias ni el momento hicieron posible otra cosa. Bajo esta situación los constituyentistas y el pueblo nos dimos la mejor Constitución posible. Sin embargo, tal como está planteada y redactada, la Constitución Bolivariana no nos lleva a las aguas benditas del mar socialista. Requerimos reformarla –como habrá que hacer nuevas reformas en el futuro, porque no somos piedras sino pueblo en movimiento, un pueblo en revolución-, requerimos sembrar en ella las semillas de una Venezuela Comunal y Socialista.

De modo que antes de iniciar el debate tenemos que estar claros. Tenemos que llevar esta claridad allí donde quiera que la propaganda capitalista arroje sombras. Hay que hacerlo aún sin haber emprendido el desmenuzamiento de la propuesta. El debate nos afirmará en la decisión, la hará más sólida, consciente y consistente, pero la decisión tiene que estar tomada. ¡SÍ!, mi pueblo, mis amados comuneros, ¡SÍ!, por nuestros niños, por nuestros ancianos, por nuestros pajaritos, por nuestras montañas, ¡SÍ!, porque amamos la vida y no podemos optar por la muerte.

martinguedez@gmail.com



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Martín Guédez


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