“¡Viva Chávez!” “¡Viva Venezuela!”, oímos varias veces estas exclamaciones, proferidas por rusos frente al stand de Venezuela-Cuba en la Feria Internacional del Libro en Moscú. Llamaba la atención que estas exclamaciones las profirieran gentes jóvenes. Como también el interés en adquirir material sobre el proceso actual que adelanta nuestro Presidente.
Leo otra vez que la Casa Blanca presenta al Congreso la necesidad de un ejército enorme, aunque ya no exista la “Amenaza Roja” de la URSS. Lo insólito fue que cuando cayó el muro de Berlín, continuaron con la misma cantaleta. La verdad es que los gringos para sus macabros negocios no se fían de nadie. Ellos no creen en ningún gobierno soberano del Oriente Medio, y desde que la Unión Soviética se desintegró, comenzaron a mover sus piezas para invadir a sus desperdigadas repúblicas. Han seguido insistiendo en que necesitan de un descomunal y mortífero ejército. Lo llaman “defensa”, y están ahora planteando que el terror se está armando en el Tercer Mundo, especialmente en el Oriente Medio.
Iba pensando en el vuelo lo paradójico que resultaba que en el momento mismo en que la guerra fría sucumbía, inmediatamente EE UU se convirtió en el mayor comerciante de armas en el Tercer Mundo. Lockheed-Martin llegó a decir: “Tenemos que construir los F-22 porque estamos vendiendo F-16 avanzados a esos regímenes del Tercer Mundo y les estamos vendiendo todo tipo de complejos sistemas de defensa aéreas, y quien sabe, se trata de sólo de un puñado de dictadores, y quizá los utilicen contra nosotros”.
Esta es una historia muy vieja. Recuerdo que Robert Lansing advirtió al presidente Wilson que los bolcheviques estaban “apelando al proletariado de todos los países, a los analfabetos y deficientes mentales, que por su mismo número se supone que llegarán a asumir el control de todos los gobiernos en el mundo.” Entonces los genios del Pentágono y del Departamento de Estado, con los más filosos filósofos de la tierra, se dieron a la tarea de diseñar un tipo muy especial de democracia, que impidiera que ningún Estado pudiese funcionar obedeciendo a los mandatos de sus pueblos. Al mismo tiempo, Wilson, asustado, se entregó con demencia a fortalecer la defensa de sus predios, para impedir que esos analfabetos y atrasados mentales realmente tomasen el mundo por asalto. Consideró que había entonces que invadir a Rusia. Comenzó desaforadamente a hablar del Terror Rojo en su propio país, y en 1919 desató una represión y una propaganda espantosa contra los comunistas. Ya desde esa época se patentó la expresión de “comunistas come-niños”, todo para evitar la amenaza de que hasta entre los propios norteamericanos se pudiesen alzar esos proletarios brutos y malvados.
Desde niño venía oyendo hablar de Rusia. Nació uno en ese profundo y místico país de Tolstoi, de Dostoievski. Comunista uno, desde los fondos líricos del dolor más genuino. Mi hermano Adolfo tenía una especial predilección por las obras de Antón Chejov, y recuerdo que cuando vivíamos en San Juan de Los Morros, y teniendo yo unos quince años, leí “El Jardín de los cerezos”. Nuestra casa se llenó de libros rusos que al principio llevaban los nombres de los genios revolucionarios de Plejanov, Stalin y Lenin. Yo no entendía nada de aquello pero los cargaba para arriba y para abajo, orgulloso, y hasta pensando que de tanto llevarlos conmigo me harían un revolucionario. Luego también nos llegó la música rusa, tan conmovedora y profunda, que ahora cuando la escucho me retrotrae a momentos líricos de mi infancia. Luego las heroicas películas de la revolución de octubre en aquellos magníficos documentales. En los años sesenta muchos camaradas, compañeros de estudios de bachillerato, se fueron a Rusia, a Checoslovaquia, a Rumania y a Hungría. Paralelamente se estaba iniciando la gran locura consumista, y años después algunos de ellos regresaban llenos de mutismo: cansados o desilusionados de la política. No querían hablar de revolución. Tal vez la revolución no se podía hacer en América Latina, pensaban, teniendo a unos pocos kilómetros de nosotros el monstruo del Norte.
Se dejó de hablar de Rusia, y los libros sobre marxismo-leninismo, empastados, comenzaban a verse como chatarra en los puestos de lance a precios increíblemente bajos. Cuba también llevaba camino de ser oscurecida totalmente en el corazón de los luchadores de los sesenta: se imponía arrolladora la cultura del “está barato dame dos”. Ser comunista a muchos les parecía feo, y gente como Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez iniciaban una carrera atroz para lavar sus pasados guerrilleros (aunque nunca se hubiesen ido a las montañas). No querían nada con el comunismo, y comenzaron a decir que eran socialistas. Se acercaron a AD y le pidieron ayuda a Gonzalo Barrios para fundar el MAS. Todo esto lo recordaba mirando por la ventanilla del avión cuando aterrizábamos en Moscú.
Mientras estábamos en la cola en los papeleos de la aduana, un señor ruso nos preguntó en inglés de qué país veníamos. Al oír que de Venezuela, sonríe y con la mirada viva dice: “¡Ah, ustedes, del país de Chávez! ¡Vaya por Dios, el hombre que le da duro a Bush! ¡Viva Venezuela!”
La embajada de Venezuela pronto nos pone a disposición un tren de excelentes traductores. Una preciosa joven cubana de nombre Helena (de padre cubano y madre rusa), que trabaja para la embajada nos sirve de guía camino al hotel. Se siente muy animada porque en la Feria Internacional del Libro en Moscú, Cuba y Venezuela estarán juntas, compartiendo todas las actividades, y este stand llevará el nombre de “Libros del Alba”.
Muchos que se acercaban a nuestro stand preguntaban por obras sobre la revolución bolivariana y deseaban tener una foto de Chávez. Hubo rusos que gritaron “Viva la revolución y Chávez”. Hubo rusos que pidieron llevarse como recuerdo, una de las banderas de Venezuela que adornaban el stand.
Con tres conferencias de esta delegación fue avivado el Centro Simón Bolívar en Moscú, acertadamente dirigido por nuestra embajada. Un notable reconocimiento merece la labor que esta embajada está llevando a cabo en momentos en que la relación con ese poderoso país se hace crucial para nosotros. En medio de una ingente actividad, el señor embajador Alexis Navarro y su esposa Gabriela, junto con el jefe de negocios, el doctor David Figueroa, estrechan lazos culturales, técnicos y científicos con la gran federación rusa, a la vez que coordina actividades conjuntas en Moscú con países hermanos latinoamericanos. En las conferencias se hicieron presentes embajadores de países como Cuba, Guatemala, Paraguay, Ecuador, Nicaragua y Ecuador. Grupos de rusos revolucionarios, amigos de Latinoamérica, también se hicieron presentes en estos actos.
Este Centro Simón Bolívar surge de la reciente visita de nuestro Presidente a Rusia, y está bajo la dirección de la señora Gabriela Mantilla y realiza funciones de apoyo cultural el profesor Andrés Carmona. El Centro es básicamente latinoamericano y va a trabajar en cooperación con todas las embajadas de nuestro continente y de los países del Caribe. El fin de este centro es llevar la cultura de Hispanoamérica al pueblo ruso, en cooperación con centros culturales rusos también. Allí se va a instalar una biblioteca donde se podrá consultar información audiovisual histórica y sobre nuestro proceso actual. Qué hermoso es sentir desde esta tierra que la América Latina palpita toda como una sola patria, tal cual como lo soñó nuestro Libertador, y gracias a la ingente actividad de nuestro Presidente Chávez.
No hay duda que Rusia se lo está pensando bien, a partir de los planteamientos globales que nuestro Presidente hace para enfrentar las desboscadas amenazas de Estados Unidos por apoderarse de los recursos del universo. Además de la acelerada destrucción que se cierne sobre el planeta.
Este análisis continuará.
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