Es común a toda derrota que los vencidos deban afrontar las diversas etapas del duelo: negación y aislamiento, ira, pacto con la verdad, depresión y aceptación. En nuestro caso, debemos acelerar ese proceso para poder reorganizarnos de inmediato y reiniciar el trabajo político. La búsqueda de los responsables de estos resultados debe concluir ya, porque -y aun cuando unos dan la cara, otros se esconden y a muchos no los dejan ni asomarse- aquí fallamos todos: el presidente por desconectarse del pueblo y su realidad; los aduladores cercanos y los fanáticos enceguecidos que siempre, en las buenas y en las malas, han cumplido los mismos y perjudiciales roles; los burócratas cuya ineficiencia no ha sido corregida, y los electores, que no ocupamos espacio en las diversas estructuras partidistas o burocráticas, por habernos limitado a votar o, como muchos, a abstenerse.
Por cierto, debemos entender de una buena vez que los 3 millones que nos acompañaron antes y se abstuvieron de participar, o votaron en contra de la reforma constitucional, emitieron su opinión silenciosa o negativa en virtud de haber sido excluidos, no de los beneficios que distribuye el poder público, sino al exterminarse la organización popular, espontánea, voluntaria, que sustentaba, gratuitamente, la revolución. A partir del momento en que fue sustituida la plataforma social revolucionaria por las nuevas estructuras controladas desde la administración pública en sus distintos niveles, integradas por burócratas que tienen un código de barras impreso en sus frentes, que impidieron la incorporación del pueblo no dependiente y, por tanto, la discusión previa que debía darse acerca de la ruta que emprenderíamos, los excluidos se retiraron a sus casas a la espera de los resultados y las rectificaciones. Estos tres millones de hombres y mujeres no son irresponsables ni flojos, son compatriotas -no soldados- que no fueron oídos previamente, y que exigen profundas y permanentes explicaciones acerca del proceso y sus avances, complicaciones y consecuencias.
Asumamos, pues, que perdimos y, como dice uno de nuestros adversarios, “recojamos los vidrios”, rectifiquemos y rehagamos la estructura basal, extirpando a los secuestradores del proceso, creando los espacios “internos” para que el pueblo participe sin obstáculos, considerando que es necesario, constructivo e inevitable, y debe ser frecuente, el enfrentamiento y la convención entre iguales, en franca oposición al verticalismo que la quinta columna estimula. Si no lo hacemos, y la “vanguardia” persiste en cometer los mismos errores, y algunos factores socialistas insisten en despedidas sin retorno, pues… nos jodimos. Y es que ése es el gran peo: hay quienes creen ser propietarios del proceso, o de las tendencias que lo integran. Bueno, perfecto, dejemos que lo sigan creyendo: es suyo, camaradas, pero colectivicen esa propiedad, ¿no son socialistas, pues?
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