El Presidente Chávez al dibujar el perfil del Socialismo del Siglo XXI lo definió como humanista, basado en los valores cristianos, que toma como referentes importantes el pensamiento Bolivariano y Robinsoniano, se nutre del marxismo, del pensamiento crítico, anticapitalista y antiimperialista latinoamericano, pero que establece distancia con el Socialismo del Siglo XX y con los dogmatismo de cualquier signo al citar incesantemente la sentencia de Simón Rodríguez: “O inventamos o erramos”, no hay fórmulas ni recetas. Es inexorable y perentorio atender el principal desafío de los revolucionarios de hoy: aprender de las experiencias socialistas del siglo XX y construir nuestro propio camino al socialismo, desechando las desviaciones cientificistas e integristas totalitarias que tanto daño hicieron al proyecto socialista de la humanidad. Los modelos solo son representaciones ideales de la realidad, útiles para reflexionar sobre ella pero tremendamente peligrosos cuando se les utiliza como instrumentos de justificación ideológica para suplantarla, vale decir, como mecanismo de alienación de la libertad y de la conciencia. Es por ello que el socialismo del siglo XXI no es un modelo cerrado sino extremadamente abierto, dinámico y perfectible, que no le teme al debate y a los cambios que de él se derivan, porque su fundamento es precisamente el desarrollo libre de la conciencia social a través de la participación protagónica del sujeto social, del pueblo, de la comunidad organizada, de los ciudadanos en el pleno goce y disfrute de sus derechos humanos fundamentales.
El Socialismo de Siglo XXI nace de la vieja aspiración de los pueblos del mundo de alcanzar la felicidad, a través de satisfacción de sus necesidades materiales y espirituales y, de la plena realización personal y colectiva, en una sociedad justa, libre y de iguales. Acercarse a esa utopía pasa por superar el capitalismo como sistema imperante en la economía y construir una nueva sociedad fundada en el ser humano y en la formación de un “hombre nuevo” como lo describió el Ché, y ello, como lo señaló Marx, es un proceso que tiene dos contrapartes dialécticas: el desarrollo de las fuerzas productivas a través de la generación de riqueza y, la transformación de las relaciones de producción, es decir de la relaciones entre el capital y el trabajo. El proyecto revolucionario, especialmente en los países neocolonizados y en vías de desarrollo, debe atacar simultáneamente ambos factores para provocar un cambio estructural en el modelo de acumulación capitalista y dar el salto hacia la sociedad socialista humanista y democrática, hacia una distribución justa del excedente social del trabajo y no de su apropiación por una minoría privilegiada. Entendemos que ese es el sentido que tuvo la reforma: Motorizar el cambio revolucionario bajo estas premisas. Uno de los rasgos que diferencia al proyecto socialista que encarna la Revolución Bolivariana de la socialdemocracia, es que ésta sólo pretende promover cambios para incrementar la generación de riqueza pero sin alterar el modelo de producción capitalista dependiente por ser para ésta última lo importante la redistribución del ingreso, mientras que la primera impulsa el desarrollo productivo endógeno para crear riqueza y soberanía productiva pero simultáneamente, promueve la construcción de un nuevo modelo productivo basado en la propiedad social y cooperativa y, la desconcentración y democratización del capital y, el empoderamiento de los trabajadores y de los más pobres para abrirle cause a su participación protagónica en el desarrollo socioproductivo de la nación.
La construcción de la democracia socialista pasa por el desarrollo de un Estado a su imagen y semejanza, vale decir que prefigure la sociedad democrática que se quiere construir. En el marco del proceso revolucionario el estado tiene la misión esencial de garantizar la gobernabilidad y direccionalidad estratégica utilizando para ello su capacidad de incidir directa e indirectamente en la vida social, política y económica, mediante políticas y medidas que estimulen la participación de los actores y sujetos sociales en la transformación económica, social y política. En el caso de Venezuela el Estado debe por lo tanto, ejercer un control sobre las áreas estratégicas de la economía y de los servicios vitales para garantizar la direccionalidad del proceso hacia el socialismo. Sin embargo, debe estar sometido al control social e institucional de manera rigurosa y por ello debe proveer a los ciudadanos y comunidades de los instrumentos de información necesarios para ejercer ese control, garantizarse la autonomía de los movimientos sociales y político, el respeto al pluralismo político y, la autonomía y separación de los poderes públicos garantes del estado de derecho y de justicia. Es decir, es necesario un equilibrio en la distribución del poder con base en la participación efectiva del pueblo, ejerciendo la contraloría social y su intervención en la planificación y desarrollo de las políticas públicas, asumiendo el protagonismo político fundamental. Asimismo, el desarrollo de las fuerzas productivas internas pasa por la construcción de una economía basada en la iniciativa privada –estimulada por el Estado- que progresivamente atienda cada vez más a los principios humanistas socialistas –a cada quien según su necesidad y de que cada cual según su capacidad- mediante la aplicación de modelos cooperativos solidarios caracterizados por la propiedad social de los medios de producción y la socialización de los beneficios derivados del trabajo social. El estado, a través del control de los recursos naturales, de la industria petrolera y energética, de las industrias básicas y de las redes básicas de servicios de carácter estratégico, debe garantizar la ejecución de las políticas públicas soberanas, democráticas y socialistas orientadas a la construcción del nuevo modelo productivo diversificado sostenibles.
La existencia y proliferación de empresas cooperativas socialista no implica en modo alguno que por inercia evolutiva se erradicará del capitalismo y su sustento ideológico el liberalismo económico individualista, mientras no se modifiquen las relaciones sociales de poder en el seno de la sociedad y el Estado deje de estar al servicio de las clase capitalista dominante y del gran capital transnacional, es por ello que un paso esencial para avanzar realmente hacia una revolución socialista es que el Estado esté conducido por un liderazgo socialista sustentado fuertemente en el pueblo. Históricamente se ha demostrado también que esto último, tampoco es suficiente. Basta recordar la experiencia de la URSS en la que el proyecto socialista naufragó en manos de la burocracia estalinista soportada en un régimen integrista de capitalismo de estado totalitario, el cual sobrevivió por largas décadas de oprobio y represión popular bajo el manto de la guerra fría.
La Revolución Socialista Bolivariana surge de un proceso constituyente que se gestó al inicio de la década de los 90, nacida de un amplio proceso de participación popular, democrático y pacífico, que tomó como bandera fundamental el desarrollo de una democracia real, participativa y protagónica, reivindicando como propia de la izquierda socialista radical la bandera de la auténtica democracia. Se deslindó claramente de la democracia formal burguesa, bajo cuyo amparo se construyó en Venezuela una dictadura encubierta de las clases dominantes, usufructuaria de la renta petrolera, explotadora de una mayoría socialmente excluida, pero también se deslindó, del socialismo burocrático totalitario que caracterizó al socialismo estalinista del siglo XX. Se afianzó en la tradición histórica de las luchas libertarias venezolanas y latinoamericanas emblematizadas en el “árbol de la tres raíces: S. Bolívar, E. Zamora y S. Rodríguez”. La derrota del golpe de 11A, del sabotaje petrolero de 2002, de la guerra mediática y de los diversos intentos desestabilizadores de la oposición derechistas aliada con el imperio estadounidense, permitió la consolidación del Gobierno Revolucionario Bolivariano y del liderazgo de Chávez a través del control de PDVSA, la derrota de las corrientes golpista en el seno de la FAN y el mejoramiento sustancial de las finanzas públicas debido al incremento de los ingresos petrolero, lo cual permitió adelantar un vasto programa de inversión para cancelar la deuda, especialmente en social salud y educación, para levantar el desarrollo del nuevo modelo productivo, mejorar las infraestructura de servicios y actualizar la capacidad defensiva de la FAN. Simultáneamente, el gobierno adelantó una intensa diplomacia orientada a construir una plataforma de alianzas internacionales en la región y fuera de ella, con el propósito de hacerle contrapeso a la amenaza económica, política y militar del imperio estadounidense y, de avanzar hacia la construcción de un nuevo modelo de integración latinoamericano y caribeño basado en el ALBA. En diciembre de 2006 el presidente Chávez es reelecto mediante un triunfo contundente (63%) que al ser reconocido por el candidato opositor y los partidos más importantes que lo apoyaron (PJ y Nuevo Tiempo), aparentemente se deslindó de la oposición radical violenta. Con base en la legitimidad de los resultados el Presidente lanzó un plan de aceleración de la revolución socialista a través de los motores constituyentes, el segundo de ellos, la reforma constitucional, cuya pertinencia y oportunidad quedó fue negado en el referendo por un margen menor al 1%.
La iniciativa de la reforma debió partir del poder constituyente originario
Si algo quedó claro a raíz del fracaso del socialismo real del siglo XX es que el socialismo no se decreta. Que ninguna vanguardia o partido revolucionario, por muy poseedor de la “verdad” que se crea, podrá por mucho tiempo imponerle a la mayoría del pueblo, un modelo ideológico o político, que no resulte de su propia maduración consiente. Es por ello que el mejor camino para que la revolución socialista avance con pie firme, especialmente cuando existe un pueblo como el venezolano que ha elevado significativamente su conciencia política, es que la iniciativa de los cambios estructurales, como los plateados en la reforma, surjan de la propia base popular, del poder constituyente originario, sin que ello niegue el papel de la vanguardia como estimuladora del debate. La iniciativa popular es importante en estos casos porque solo así habrá oportunidad para que el pueblo participe ampliamente en el diseño de la propuesta, lo cual además de permitirle desarrollarse políticamente hará efectiva la participación protagónica otorgándole una fortaleza inexpugnable por los bombardeos del terrorismo mediático.
La lección del 2D es que el socialismo lo construyen los pueblos acompañados de sus liderazgos y no a la inversa. La idea de presentar de inmediato a la AN la reforma pero a través de la iniciativa popular es extemporánea y riesgosa porque no hay ningún elemento nuevo que haga pensar que las debilidades políticas y organizativas que la originaron han sido superadas. Lo que más bien procedería es pasar de inmediato a discutir a fondo, en la base popular, sin las presiones naturales de la polarización electoral y con el propósito específico de enriquecerla y transformarla en un programa político. Esa discusión permitiría definir con mayor especificidad y claridad el perfil del Proyecto Socialista Bolivariana. Esta discusión debería adelantarse en todos los niveles y estratos sociales, en todas las organizaciones políticas y sería una extraordinaria oportunidad para que el PSUV se organice a partir del debate político de fondo y se aleje del clientelismo y de los métodos antidemocráticos que hicieron sucumbir a los viejos partidos tradicionales de la IV República. La constitución del 99 tiene espacios suficientes –aún no desarrollados-- para acelerar el proceso de construcción de la democracia socialista, el que no se haya aprobado la reforma, no constituye un obstáculo formal ni real para avanzar en esa dirección. Hay que pasar la página y aprovechar al máximo el marco jurídico vigente, ahora reconocido por la oposición al asumirlo políticamente, para adelantar una ofensiva para hacer cumplir plenamente la constitución, legislando y gobernando para sustentar sobre sólidas bases la Revolución Bolivariana. Vendrán otros momentos en lo que la madurez del pueblo exigirá nuevos cambios en la estructura institucional.
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