A partir de 1958, a todo el que salía a celebrar el 23 de enero le echaban plomo. Cada 23 de enero hasta 1968, se daba en Venezuela un promedio de entre 6 o 7 estudiantes asesinados por los cuerpos represivos en todo el país, además de docenas de torturados y encarcelados. Por lo general en todos esos 23 de enero siempre teníamos suspendidas las garantías constitucionales.
Rómulo Betancourt mantuvo desde 1958 el mayor de los desprecios y el mayor odio hacia los acontecimientos del 23 de enero, que él finalmente consiguió trasmitírselo a toda Acción Democrática. Yo no sé de dónde carajo le surgido ahora esa manía de celebrar tal día a Antonio Ledezma, precisamente quien siendo Alcalde de Caracas prohibió todo tipo de manifestaciones en la capital.
Horrible posición esa la de Rómulo si se toma en cuenta que fue en parte debido a la resistencia adeca por la que se consigue hacer tambalear al régimen de Pérez Jiménez. Cada vez que haya disturbios callejeros, Betancourt aterido de indignación gritará contra “La fauna de añoradores del paraíso perdido del 23 de enero.” Porque en verdad, él mismo reconocía que el más grande error histórico fue el haberle permitido a la juventud venezolana adueñarse de una posición antiimperialista. Aquel era el gran momento para un cambio total hacia un verdadero régimen de justicia y de igualdad social. Como en ningún otro momento de nuestra historia se tuvo un momento mas hermoso, más auténticamente patriótico donde la juventud estaba decidida a llevar la batuta de la defensa de la soberanía nacional. Betancourt habría de trastocarlo y destruirlo todo.
Pero en cuanto Chávez toma el poder comienza esa horrible jarana de los adecos y copeyanos tratando de celebrar con toda clase de estridencias la “caída del tirano”. Bueno, y todos sabemos cómo lo celebran, al lado de la oligarquía que ese día traicionó al pueblo; al lado de la embajada americana que impuso el Pacto de Nueva York. Al lado de la Iglesia con aquel monseñor Rafael Ignacio Arias Blanco “con voz de tiple y cuerpo de señora[1]” que al ver tambalearse la dictadura, en un todo de acuerdo con Fedecámaras produjo aquella conocida carta pastoral.
El 23 de enero, pues, huye aquel “horrible lagarto del pantano, aquel mono roedor, aquel loro obeso, redondo de alma y de barriga[2]”. Sale cargado de maletas; sus edecanes, sus sirvientes, sus jalabolas más fieles le siguen; aquello parece la expedición de Livingtone en lo más profundo del África austral, y comete la imprudencia el dictador de mostrar preferencia por una de aquellas abultadas maletas y dice: “Por favor, cuídenme mucho ésta.” ¡Toma! “Lo percibieron unos oficiales y se la apropiaron. Sacaron todos los valores que tenía y en la repartición tuvo su parte Wolfgan Larrazabal. Total que la maleta para los efectos de prueba en el juicio no apareció.[3]”
El pueblo fue muy temeroso de participar activamente en la lucha callejera. No había realmente dirigentes en la calle. Es verdad que se hablaba contra el dictador. En realidad ocurrió en lo interno un fenómeno bien raro: casi todos los funcionarios importantes del perejimenismo pasarían a formar parte del régimen victorioso que asumiría Rómulo en 1959. Los jueces seguirían en sus cargos, las llamadas fuerzas vivas seguirían siendo las mismas, la prensa que guardó silencio durante la dictadura y visitaban regularmente a Tarugo (por ejemplo, Miguel Otero Silva) seguiría con los mismos directores; los sindicalistas que pasarían luego a vivir en el Country Club (y que en pleno gobierno adeco, ante cualquier estornudo de un general en algún cuartel amenazaban con echar a la calle un millón de obreros[4]), se encontraría el coleccionador de leones, monos y tigres, el famoso sindicalista José González Navarro.
Ciertamente, por un lado el 23 de enero de 1958 fue un arreglo político para que las cosas continuaran tal cual las dejaba Pérez Jiménez. Más aún, todos los militares que habían participado en el alzamiento contra el dictador, quedarían marcados como sediciosos, y rápidamente serían puestos en cuarentena. Se habían convertido indudablemente en elementos peligrosos para la estabilidad del país, y por eso un grupo de altos oficiales que nada había hecho en contra de la tiranía, serían los que tomarían el timonel en los altos mandos de las Fuerzas Armadas. ¿Quiénes estaban dictando estas normas?, pues el imperio, porque los cargos claves los tomó la burguesía, el poder económico. Los que toman el timonel llevan decidido que el país debe seguir funcionando en lo social y en lo económico como lo venía haciendo desde el siglo XIX. Los asesores de la Junta de Gobierno, José Giacopini Zárraga (último ministro de Hacienda de MPJ), Edgar Sanabria y Alirio Ugarte Pelayo, todos ultra conservadores, auspiciaban un gobierno que ni remotamente oliera a revolución, para que el extranjero se entendiera que prácticamente nada había cambiado. Para mantener el status quo, tal cual Pérez Jiménez lo había dejado, se habían reunido en Nueva York, Betancourt, Caldera y Villalba.
De inmediato, los oligarcas se movilizaron, el Presidente de Fedecámaras (o Fedécame, como le decían), Ángel Cervini, propuso una tregua obrero-patronal, a los sindicatos para que no hicieran huelgas, lo que resultó una verdadera patraña para robarle combatividad al proletariado y con ello reducir los riesgos de una revolución social.
Fueron, como siempre, los militares quienes produjeron el colapso definitivo del régimen. Como se venía haciendo desde el siglo pasado, para hacer creer que el pueblo participa en aquella lucha contra el dictador se le abre las compuertas a unos delincuentes y zagaletones para que saqueen la casa de Pérez Jiménez y de algunos de sus ministros.
La gesta más sublime de aquella acción, digna de ser estampada en los anales de AD, vendría luego: se trata de una expresión de Gonzalo Barrios y que los partidos Acción Democrática y Copei han celebrado mucho: Se encontraba este ambiguo personaje durmiendo en un lujoso apartamento en Nueva York, al cual van Betancourt y Jaime Lusinchi, muy de mañana a notificarle la nueva buena; el ex Secretario de Gallegos, al enterarse profiere: Caramba, ¿a quién se le ocurre tumbar a un dictador a estas horas de la madrugada? Los dos políticos irrumpen en carcajadas espantosas, vulgaridad inefable profundamente arraigada en el partido del pueblo.
Como dentro del traumatizado aparato de gobierno han quedado enconchados jefes del pasado, como los coroneles Roberto Casanova y Abel Romero Villate, el “genial” oligarca Arturo Sosa, a quien le tocará jugar un papel crucial en la democracia, propone que se les dé a cada uno cien mil dólares para que se vayan y cojan las de villadiego.
Como estas genialidades se pagan muy bien en Venezuela, de inmediato Arturo Sosa fue premiado, como se dijo, adjudicándosele el Ministerio de Hacienda. Así comenzó funcionando la Junta de gobierno presidida por el frívolo Wolfgang Larrazabal.
Betancourt ordenó a su partido que ejerciera toda la presión posible para que se exigiera la ampliación de la Junta Patriótica. Comenzó progresivamente a degenerar aquel movimiento. Ya Jóvito estaba dando piruetas verbales contra EE UU sin esperar las órdenes impartidas por el Departamento de Estado para hacer la farsa. Se había acordado en Nueva York, que tanto Rómulo como Jóvito, para confundir al pueblo utilizasen algunos latiguillos antiimperialistas. Ya estaban en cuenta de que a medida que transcurriera el tiempo se harían inevitables las divisiones dentro de los partidos, pero que había que adelantarse en cuanto al tema de la propaganda, y mientras se cogía el poder. Jóvito estaba desaforado por ser el primero en llegar a Miraflores de acuerdo con lo convenido en Nueva York.
A Larrazabal se le escapa decir que pronto deben hacerse elecciones libres y directas, y aquello fue una bomba que pronto corrió por todos los partidos; fue algo que además celebró con entusiasmo el pueblo. El día 25 de enero la Junta de gobierno fue engrosada por dos civiles, Eugenio Mendoza (de los prominentes acreedores privados) y Blas Lamberti. Ese mismo día por la noche, Larrazabal muestra claramente el tipo de hombre que es, al declarar: “El gobierno mantiene absoluto control de la situación y muy pronto podrá anunciar la suspensión de las medidas que para mantener el orden se han dictado, para que, en esa forma TODOS LOS VENEZOLANOS PODAMOS DISFRUTAR DE NUESTROS ESPECTÁCULOS PÚBLICOS, DE NUESTRAS CARRERAS DE CABALLO Y DEL AIRE LIBRE QUE RESPIRA LA NACIÓN.[5]” Resulta increíble que el PCV haya decidido dar todo su apoyo a un hombre tan frívolo y vacuo.
Pero eso no es lo peor: El PCV se dedica con frenesí a pedir elecciones ya para el pueblo, sin caer en la cuenta que esto es la peor trampa que a la vez es la propuesta de oro del betancurismo. El PCV anda en una campaña de que el pueblo rescate su “soberanía”.
Para ese enero de 1958, tenemos en Caracas 40 mil ranchos, y en toda Venezuela un 25 por ciento de la población es analfabeta.