Calculadores, oportunistas y boquilleros, favor abstenerse

Revolución Bolivariana: se solicitan locos y pendejos

Tiempo de echar a la espalda el pesimismo, tiempo de sembrar, regar y cuidar la siembra con amor, con ahínco, con pasión revolucionaria. Tiempo de salir del marasmo en que la derrota del pasado 2 de diciembre y los malos hijos de la revolución nos ha metido, porque así como la emoción se contagia también lo hace la desazón y el pesimismo. Ya está bueno de auto flagelarnos, mucha gente merece desprecio por sus malos ejemplos pero quedan muchas reservas de bondad en el corazón de nuestro pueblo. ¿Cuál es nuestro objetivo?, ¿cuál nuestro anuncio profundamente revolucionario?, ¿cuál nuestra propuesta? Una primera conclusión sería que nuestro objetivo no es simplemente mejorar las condiciones de vida en una sociedad dominada por los antivalores capitalistas por más importante que en lo inmediato esto sea. No significa que descuidaremos las condiciones materiales de vida de nuestro pueblo aún en el marco de las relaciones capitalistas; todo lo contrario. Lo que debemos recalcar es que nosotros creemos en el socialismo y su experiencia de amor, igualdad y justicia como un irrenunciable objetivo, un valor absoluto para la salvación de la humanidad y que queremos anunciarlo, construirlo y ponerlo en práctica porque para eso nos sentimos llamados, porque esa es nuestra vocación, porque lo hemos experimentado en nosotros y queremos participarlo a los demás. No de cualquier modo o manera pero sí tendencialmente y a toda costa, aún de nuestras vidas.

Este anuncio incluye, por supuesto, una preparación teórica de alta calidad y una inserción en los problemas de la justicia de nuestro pueblo encarnándonos indefectiblemente en ellos pero sabiendo siempre que estamos allí en nombre del socialismo, experimentando su amor para luchar por formar y dar cuerpo al hombre y la mujer nuevos.

A nuestro mundo lo empujan –y esta sería una segunda conclusión- muchas fuerzas malignas. El capitalismo ha sembrado por siglos en el alma de nuestro pueblo sus valores de egoísmo, consumismo, competencia y explotación del prójimo para escalar en la pirámide social. En ese ambiente debemos movernos como peces en el agua, e importa subrayar que hacia esos mismos objetivos tenemos que dirigir nuestros esfuerzos y enfocar nuestro carisma revolucionario. En nuestra esencia, carisma y tradición socialista existen los elementos necesarios para fundar una sociedad digna del hombre. Sin descalificar a nadie los socialistas debemos aportar lo nuestro. Inculturar el amor, la igualdad y la justicia en el corazón de nuestro pueblo, allí en sus espacios, en sus vivencias, consubstanciados con sus problemas que son nuestros. Tenemos que salir al anuncio con el ejemplo, conscientes de nuestra potencia, sabiendo que poseemos los valores imprescindibles para la construcción de la sociedad de la igualdad y la justicia. Tenemos que convencernos de nuestra propia verdad que no queda desdibujada por unos cuantos oportunistas de ocasión. Nosotros no somos eso. Nosotros somos la verdad y la salvación del mundo. Hay que salir de nuestros apocamientos armados de nuestros principios, de estos principios:

a) El socialismo es el camino a la salvación. De esta certidumbre apasionada vivimos. De ella se tiene que nutrir nuestra vida comunitaria hasta convertirse en su metáfora plástica. Ahora bien, confesar con firmeza que el socialismo es la salvación es mucho más serio de lo que pueda imaginarse de buenas a primeras. Significa que renunciamos rotunda y radicalmente al egoísmo; que denunciamos y rechazamos que nadie sea señor de nadie y que nos oponemos a los intentos de señorío vengan estos de donde vengan y los protagonicen quienes sean. Esa afirmación es lo más revolucionario que se ha pretendido en toda la historia humana. Simplemente no aceptamos que nadie pueda terminar siendo señor de nadie. Pues bien, hacer que resuene esta confesión en el interior de todos los espacios, que resuene –con su carga de exultante rebeldía- en el corazón de nuestro pueblo, de nuestros jóvenes y nuestros niños esclavizados por tantos y tan variados señores es la misión fundamental.

b) Sólo el amor es suficientemente revolucionario. No salva el poder, no salva el dinero, ni siquiera las propias cualidades. El capitalismo tiene que ser derribado porque es incompatible con el amor, porque es genocida, ecocida y demoníaco. Amor y capitalismo son radicalmente contradictorios. Pero siempre existirá el peligro de curvarnos hacia nosotros mismos, hacia el propio beneficio, hacia la propia autoexaltación aún dentro de nosotros mismos. Sólo la tensión del amor y el cuidado colectivo nos pondrá salvos de nosotros mismos. Lo único que salva es el amor que se hace eficaz porque cualquier forma de autoridad que se ejerza con y desde el amor será siempre una prolongación suya. Los revolucionarios socialistas hemos aprendido esto de Jesús, de Bolívar, del Che…de tantos y tantas que con poder o sin él siempre lucharon por la humanidad a través de su entrega amorosa, de su combate profético por la justicia en el mundo. Los socialistas tenemos que ser encarnación plástica de esa verdad a través de nuestras vidas cuya ley fundamental es el amor y no el poder, y a través de la entrega de nosotros mismos a los que son víctimas de esos poderes, sean estos capitalistas, poderes constituidos o quienes sean.

c) Nunca hemos llegado. La tendencia de los seres humanos y de estos en grupos es a la instalación, sin contar con la situación en que continúan inmersos los demás y la obra del socialismo misma. Resulta relativamente natural asumir que luego de un gran esfuerzo o una conquista pensemos que tenemos “derecho” a instalarnos. Hace unos meses veía a un camarada que para explicar sus nuevos modos de vida, su camioneta, sus guardaespaldas, sus opíparas comidas y sus nuevas conquistas empresariales afirmaba, subjetivamente honesto, que “trabajo 20 horas al día y lo que tengo lo merezco”. Es evidente que desde el ángulo de un apóstol revolucionario su honestidad subjetiva deviene en la más grotesca deshonestidad objetiva por más que se esfuerce en mostrarse revolucionario. Es simple, se instaló, se quedó a vivir, dejó de caminar, dejó de ser apóstol del socialismo. ¿Esto por qué?, pues porque para alcanzar logros personales no se requiere ser socialista y de hecho no se es. De manera que un apóstol socialista tiene que vivir una tensión espiritual que le impida toda instalación –por muy legítima que esta sea o lo parezca- “todavía no hemos llegado”, “todavía hay injusticia en el mundo”, “el bienestar personal, familiar o mera y estrechamente comunitario no puede ser una meta cuando aún quede injusticia en el mundo” Estas deben ser afirmaciones permanentes entre los luchadores y apóstoles del socialismo. Introducir estas afirmaciones en la gran corriente comunitaria es imprescindible para impedir que el bienestar de unos sea la meta en detrimento del objetivo central del proyecto: el socialismo. La utopía que intentamos encarnar debe motivarnos contra toda forma de instalación insolidaria.

d) La última palabra la tiene el colectivo. ¿Qué respuesta tenemos para el dolor humano y la injusticia?, ¿qué razones tenemos para el dolor cotidiano que viene del simple hecho de vivir? Para un apóstol socialista tiene que estar claro; la primera respuesta es luchar contra el dolor. Sin embargo en el interior de todo dolor o fracaso es importante anunciar que la última palabra la tiene el objetivo colectivo y que esa última palabra será siempre a favor de los más dolidos. El apóstol socialista tiene que poner vida donde el egoísmo puso muerte, como aquel que reabsorbe y da sentido a las vidas que se pierden en el sin sentido, como el que abre un futuro y una patria de identidad a los que nunca tuvieron patria ni futuro. La esperanza que tensa la vida del colectivo socialista la conduce a anunciar al mundo esta verdad. No se trata de saltarse los procesos humanos acelerando a toda costa, pero en el otro extremo, el de la inacción y el pesimismo, habría que huir de la vergüenza de no acelerar las condiciones subjetivas y objetivas. En todo caso este es un punto en que el apóstol, el cuadro, el misionero del socialismo junto a sus comunidades debe mantener siempre un fino discernimiento.


EL PARTIDO O EL GRUPO COMO ESTRUCTURA DE APOYO.

El grupo o el partido tienen que existir para el hombre ante su compromiso socialista. Con esta expresión quiero significar la doble dimensión de la organización, por una parte, estar presente y encarnada en medio de los dinamismos humanos, en medio de las luchas y esperanzas de nuestro pueblo, y por otra hacerlo con absoluta coherencia a los valores del fin socialista.

Creo que una de las dimensiones que mejor debemos atornillar es precisamente esa del “ante el fin socialista”. Mantener siempre el gozo de encontrarse en el camino correcto. Ese “ante el fin socialista” es algo que debemos defender y elegir, porque no viene apoyado por el contexto externo que lo considera inútil, signo de “pendejería”, pero no será la única “pendejería” en la que para ser auténticos apóstoles del socialismo incurriremos antes los ojos de los demás, sino que serán otras y deberemos tercamente seguir incurriendo en “pendejadas” como esas. También habrá muchas otras “pendejerías” como la de vivir nuestro apostolado sin vicios ni concesiones al “dulce encanto de la burguesía”; la de vivir apoyados en el compartir; la de elegir una vida austera pudiendo dejarnos llevar por algunos lujos; la de no usar en modo alguno nuestro espacio comunitario para aspiraciones personales, y tantas otras… De todas esas “pendejerías” tiene que alimentarse el grupo o el partido. ¡Ay, si algún día se abandonan!, ¡poco tiempo le quedaría al proyecto, sólo miremos la historia…miremos la historia de tantos intentos previos, veamos cómo y por qué terminaron en el fracaso.

Ahora bien, si como dicen algunos científicos sociales: “no hay plausibilidad sin estructuras de plausibilidad” ¿En que estructuras nos vamos a apoyar para mantenernos firmes en nuestras “pendejerías”?, ¿cómo haremos para no deslizarnos poco a poco hacia la “normalidad”? Me gustaría recordarlo y repetir una y otra vez que, ante tales circunstancias, el grupo debe apoyarse en un amor rotundo, sentirse llamado a ser la principal estructura de apoyo para la final liberación del pueblo, estar persuadidos de que “hemos subido al escalón más alto al que puede elevarse un ser humano”. Un grupo con capacidad humana y espiritual para confirmar y alentar las convicciones y prácticas “pendejéricas” de sus componentes hasta el punto de sentirse inmensamente feliz y con sentido dentro de ellas. Me pregunto… ¿por cuánto o por qué habría cambiado su gloria Simón Bolívar?, ¿habría habido suficiente dinero o poder en el mundo para comprar su amor y su conciencia libertadora?, sabemos la respuesta… ¡no lo habría, y no puede haberlo para nosotros porque somos sus hijos engendrados con amor en su sacrificio!

Mantener pues, la tensión de los valores, a pesar de la lluvia de críticas que nos caerá –ese será el mejor signo de que vamos por buen camino- es una prioridad imprescindible del partido o grupos socialistas. Así de sublime es la tarea y quien no la entienda así, quien esboce una sonrisilla burlona, es mejor que ni lo intente, que siga su vida con sus “normalidades” porque esta empresa es para “locos pendejos”.

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Martín Guédez


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