¡El que tenga oídos que oiga, el que tenga ojos que vea!

A la luz del 4 de febrero de 1992

Una mirada a la historia humana evidencia al menos dos características esenciales: su naturaleza social y el carácter vivo y evolutivo del sistema de valores morales y estéticos que se provee a sí misma para su existencia. En ese sentido, el cambio y, por tanto, la crisis persistente no le es ajena sino familiar al ser humano; le resulta relativamente cotidiana y aceptada como signo de vida y crecimiento. La crisis, aún en los estados más largos de equilibrio social, está presente en los aspectos más habituales entre generaciones. De modo tal que, aunque el marco social que encauza un período histórico no sufra cambios profundos, estos son apreciables en las satisfacciones, modas y en general en lo que podríamos llamar "los gustos" de una época, persistentemente disímiles entre generaciones y siempre asimilables sin traumas mayores.

Para la generación precedente, la resistencia al cambio termina convirtiéndose en un fastidio aceptable sin mayores desgarraduras, de igual forma que para la generación emergente el ir imponiendo sus propios valores sociales, familiares, estéticos, morales, etc. No así cuando se precipitan las grandes crisis, aquellas que afectan todo el conjunto del modelo fundamento del grupo social. Cuando colinden dos grandes capas tectónicas, -infraestructuras económicas- fenómeno al cual llama Lester Thourow, de "equilibrios interrumpidos", las consecuencias en todo el marco de la superestructura social son similares a las de un gran terremoto, un sacudón que todo lo conmueve. Nada o casi nada, quedará en pie y sólo resta el arduo trabajo de construir el nuevo marco, el mundo nuevo, la nueva sociedad sobre las ruinas de la anterior sin mayores concesiones.

Sería deseable que estos procesos no fueran traumáticos y cruentos; no obstante, la historiografía humana muestra que esto no ha sido posible hasta ahora. Obsérvense los períodos históricos de poderosos equilibrios interrumpidos y se verá como la contradicción entre las viejas fuerzas debilitadas por la necrosis creciente y el poder nuevo de las fuerzas emergentes no alcanza el salto cualitativo en paz. El viejo sistema utiliza toda la inteligencia conservadora desarrollada por años, hasta que la nueva fuerza transformadora cabalgando sobre sus propias bondades lo arrincona emprendiendo así el deslizamiento por una pendiente de traspiés, violencia y desatinos.

En Venezuela los procesos de cambios amenazan con dejar de ser cosméticos para devenir en profundos. El período de equilibrios interrumpidos se ha manifestado poderosamente, de modo tal que se está en pleno terremoto. Lo deseable sería el acoplamiento antes que la confrontación, la razón antes que el absurdo, pero, como en otros tantos procesos históricos, al momento de echar cuentas resulta difícil saber cual sector hizo más para producir el nuevo sistema social, si las fuerzas emergentes con su novedad y lozanía o las fuerzas caducas con sus sucesivas torpezas. Es curioso, pero el hundimiento del poderoso imperio romano no fue provocado sólo por las repetidas invasiones de godos y visigodos, sino ¡que duda cabe!, por la impresionante serie de emperadores corrompidos, pútridos y amorales, los cuales, con su poderosa y gratuita colaboración terminaron por dar al traste con todo el sistema imperial romano. Menciono esto sólo como dato curioso aunque en aquel caso no se tratara de transformación del sistema sino del agotamiento de uno de sus más conspicuos representantes, algo así como si al imperio estadounidense lo sucediera otro imperio pero siempre dentro del mismo sistema capitalista.

En Venezuela también se presentaron –y presentan- estos mismos síntomas: un sector mayoritario de excluidos, condenados por siglos a no tener ni siquiera esperanza. Un sector que ha venido hablando con lenguaje claro a través de los acontecimientos sociales de los últimos veinte años, y otro sector que recurre a sus mismos argumentos y similares instrumentos de análisis para ofrecer metas y objetivos que contengan cambios gatopardianos que nada cambien. Respecto al proyecto político puntofijista: ¿Cómo no se atendió con seriedad y disposición de cambio el campanazo del 27 de febrero de 1989? Absurdo, torpeza y ceguera. Porque allí estaban claras las líneas maestras del terremoto social en ciernes. Allí estuvo un pueblo condenado por el sistema, por la ausencia de liderazgo y sin vasos comunicantes eficientes entre sí protagonizando un doloroso episodio de rotunda anomia social, un grito desgarrador y rebelde. Bien, en aquel momento se vieron los mismos personajes, los mismos discursos, los mismos mensajes, esos mismos que hoy intentan vender el mismo producto, ya sin atractivo y marchito, de su democracia representativa.

Por ningún lado, salvo honrosas excepciones, apareció la razón y la reflexión sino la bulla y el disimulo. Pocos se dieron a la tarea de renovar el viejo marco social, político y económico que había producido -en un país al que le ingresó decenas de planes Marshall- una legión inmensa de marginados, excluidos, negados e invisibilizados, en tanto que un pequeño sector con su mente y su corazón miraban hacía el american way of life, el carro nuevo, la acción del club y el segundo frente, con grosero autismo e indiferencia. La oportunidad de renovar sin traumas severos –por su propia seguridad- se perdió fundamentalmente debido al absurdo y la torpeza de los sectores que poseían las palancas necesarias para motorizar los cambios. No lo hicieron. Claro está, esos cambios suponían le negociación urgente de privilegios, el cambio del sistema de explotación capitalista y esperar que lo hicieran no pasa de ser una ilusión de esas que se siente cuando se está viendo una película y se conoce el cruento final pero uno siempre espera que algo pase que lo evite. Los privilegios históricos generan soberbia y nada enceguece más que la arrogancia y la soberbia.

De igual modo se obvió, en el paroxismo del absurdo, el verdadero mensaje del alzamiento del 4 de febrero de 1992, cuando unos jóvenes oficiales, quienes en calidad y cantidad representaban el sector más noble del ejército venezolano desnudaron la podredumbre del sistema y pusieron de relieve la necesidad de un pueblo por un liderazgo verdadero. Aquellas líneas maestras para cualquier profesional de la sociología, politología (quitar coma,) o sencillamente para cualquier ser humano, fueron obviadas en eminente colaboración por omisión con el derrumbe próximo de la democracia representativa y el funtofijismo. ¿Qué preguntas han debido hacerse si no estuvieran totalmente embotados por los vapores de la corrupción y la riqueza fácil?, pienso que al menos estas:

1. ¿Por qué este grupo bolivariano, operando dentro del ejército, no pudo ser detectado, o bien denunciado, o bien anulado por los comandos superiores?, ¿Dónde estaban estos generales?, -eso lo sabe todo el mundo: jalando que da gusto caña cara y colocando en los altares de la adulancia a cuanta barragana se apareciese por los predios del poder, o como llegó a comentar la doña Cecilia Matos, poco después de mudarse al lujoso apartamento en Nueva York, cuando mostraba a los íntimos sus lujosas alfombras, "Niña, yo tengo almirantes que las escogen, las buscan y las colocan".(Por cierto, uno de los más conspicuos almirantes de agua dulce del Frente Ibáñez-Matos.)

2. ¿No existía un profundo mensaje en el hecho de que buena parte de los oficiales subalternos hubiesen sido alumnos del Mayor Chávez en la Academia Militar?, ¡Qué envidia para cualquier docente, por cierto!, ¿Qué les "dio" a esos cadetes para alcanzar grado tal de fidelidad y compromiso entre esos muchachos que arriesgaron carrera, familia y la vida misma? Nunca se hicieron esa simple pregunta, nunca tuvieron el valor de buscar la respuesta… ¡nunca!

3. Cuando el día 4 aparece en las pantallas de los televisores un joven oficial, con voz y temple recios, al punto de que si se le quitaba el sonido y el drama, los desarreglados oficiales que asistían a su rendición -general uno y almirante el otro - demudados y desaliñados darían la impresión de estarle pidiendo permiso al indio de la boina roja para rendirse. Allí ocurrió el chispazo rebelde, en ese preciso instante mágico, se produjo un fenómeno de proporciones épicas:

a. El personaje en cuestión en menos de 40 segundos se grabó al rojo vivo en las retinas, el subconsciente, y en especial el corazón de casi todos los habitantes de este país (¡que envidia para los señores de la noticia que han invertido miles de millones de minutos y de dólares, y no han logrado hacerlo!), ¿Qué pasó?, ¿dónde estuvo el secreto de ese rayo comunicacional entre una persona y un pueblo?, ¿dónde estuvo la indudable magia de aquel momento?

b. ¿Por qué precisamente él, el oficial que se presentó sin ambages declarando que había fracasado donde sus compañeros habían vencido? ¿Por qué si su imagen no era el rostro cautivador caucásico y clásico que vende la degradante televisión venezolana? No era blanco, no se parecía a Albertico Limonta, no tenía dentadura colgate, y para colmo, había fracasado.

c. ¿Qué produjo el chispazo que le ha llevado a soportar sin mengua los últimos 9 años años de conspiración completa: económica, mediática, armada y hasta sentimental? Sin mayores profundidades, el "milagro" de enamoramiento automático vino de la mano de la necesidad desatendida de un pueblo y del otro lado –como el cable que cerraba el circuito- un HOMBRE, (así con mayúsculas), un hombre que extrañamente asumía la responsabilidad de un enorme fracaso; un hombre con voz recia, sin miedo; un hombre que invocaba, que humanizaba, que hacía carne el líder necesario, un hombre con cara, valor y honestidad de pueblo. ¿Es que acaso la soberbia no ha impedido que esta banda de ladrones reflexione sobre cuánto dinero se ha invertido, o como se ha utilizado la más sofisticada estrategia de la calumnia, el terror, la trampa electoral, la traición a sus propios candidatos, etc., para matar el virus Chávez, antes del parto, en el parto y después del parto y no han podido ni podrán mientras signifique y encarne esa rebeldía necesaria?

d. La magia que le ha permitido darles, no uno a uno, sino a todos juntos y a la vez, diez formidables palizas electorales, surgió de un fruto nuevo, el fruto de la semilla de sangre sembrada generosamente el 27 de febrero y alimentada, cuidada y regada con lo único que no pudieron esquilmarle a este pueblo: la esperanza y la dignidad. Esa magia está viva, ese amor continúa existiendo a pesar de los duros castigos a que lo someten el burocratismo y la poca vergüenza de algunos. Ese amor que debe transformarse en conciencia está allí y sólo puede perderlo –exactamente como en el caso analizado- la soberbia ciega y la arrogancia.

En el caso puntofijista, sabemos que ganados por la ceguera negra de la arrogancia no tuvieron la sindéresis necesaria para anteponer el cerebro a las vísceras. Así que ciegamente se han negado a reconocer su responsabilidad en el empobrecimiento de un pueblo y con ello disponerse a aceptar, -incluso en forma inteligente por su propio bien- cambios en la estructura del sistema económico, político y social, sino que en forma absurda y ciega, haciendo uso y abuso de todos sus impresionantes recursos para tapar el sol con un dedo intentaron e intentan la estulticia de matar al emisario que traía la mala noticia, suponiendo, que con ello se terminaba el problema. Craso error, matando el perro no se termina la rabia. Chávez no era el problema, Chávez era el emisario; por cierto, un emisario excepcional y confiable para el pueblo después de haber sido reiteradamente traicionado por los emisarios clásicos, es decir, los partidos políticos. Tenemos incluso la convicción de que cada vez que alguna de estas costosas campañas mediáticas logra hacer titubear a alguien, la sola vista, -como alternativa- de estos facinerosos de siempre, obliga a ver de nuevo con esperanza hacia Chávez, aún al más entusiasta antichavista clase media si acaso es sincero y no tiene agendas ocultas.

A dieciséis años de aquel 4 de febrero, apenas a dos meses del 2-D, el momento para la revisión de la historia es más que oportuno. ¿Estaremos comenzando a sufrir de ceguera ombligorréica los revolucionarios?, ¿estamos revisando los acontecimientos con claridad y firmeza o acaso también nos estamos conformando con mirarnos el maruto? La historia es un profeta que mira hacia atrás. Allí está como memoria colectiva para aprender de ella, ignorarla es condenarse a repetir los errores con la pesada carga de dolor y sufrimiento, de angustias y oscuridad que ello representa.

Las conductas de los pueblos en determinados momentos de la historia hablan, gritan, están allí para ser oídas, reconocidas, interpretadas y orientadas. Los pueblos hablan aún cuando enmudecen. No votar es una forma de elegir, una forma de gritar. Así como aquel 4 de febrero el puntofijismo abrió su tumba cuando los acontecimientos sólo recibieron un hierático y amomiado "muerte a los golpistas" de David Morales Bello, sin otra palabra inteligente que aquella sobre la cual logró alcanzar el gobierno la momia humana de Rafael Caldera, así pudiéramos estar abriendo la tumba de la esperanza más grande de toda nuestra historia si no somos capaces de ir a las causas profundas, a esas causas que nos cuestionen, esas que pican, esas que nos obliguen a revisar lo que estamos haciendo, esas que produzcan –sin anestesia ni soluciones edulcoradas- la rectificación verdadera, el impulso real –más que el reimpulso- de un proyecto auténticamente socialista, un proyecto sin concesiones a la clase dominante, un proyecto genuinamente popular, proletario, campesino, un proyecto transformador desde los cimientos de una sociedad degradada, burguesa, sin valores humanos. Un proyecto… ¡SOCIALISTA!

¡SIN CHÁVEZ NO HAY SOCIALISMO!

¡SIN SOCIALISMO NO HAY CHÁVEZ!

martinguedez@gmail.com


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Martín Guédez


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