De nuevo…Abstenerse boquilleros, fariseos y oportunistas

Revolución Bolivariana: se solicitan radicales

La Revolución Bolivariana, socialista, bonita y solidaria necesita de radicales. La fuerza de la costumbre –incluso la manipulación- ha convertido el término en algo sospechoso de fanatismo, fundamentalismo e incluso oscurantismo. Un radical de acuerdo con esta perversión del concepto es un extremista irredimible. Un imprudente, un desequilibrado, un “aceleradito sin causa”, una persona que no posee la madurez del equilibrio.

Pues esto no es así en la vida de un revolucionario verdadero. En la línea de ser revolucionario haciendo revolución y ser socialista construyendo socialismo no hay otro modo que siendo radical, cualquier grado de “equilibrio” conduce ordinariamente a la ambigüedad. Nuestro concepto martiano, radical es el que va a la raíz profunda de las cosas y se nutre de ellas. Es radical el que no se queda en la superficie y en lo apariencial, el que no tiene otra agenda que la agenda del pueblo, el que asume la lucha por el socialismo –sin apellidos- con todas sus consecuencias. Visto así, es condición insoslayable del cuadro, del apóstol, del misionero socialista, la radicalidad más absoluta y el “equilibrio” representa más bien tibieza y mediocridad. El verdadero equilibrio en el ser socialista se verifica en la radicalidad de la entrega y tiene poco o nada que ver con la “sensatez” o la “prudencia” de quienes se manejan con agendas diversas por más que sean maestros del mimetismo.

En términos de ejemplos paradigmáticos Jesús de Nazareth, Simón Bolívar o el Che fueron radicales absolutos. Así fue percibido con claridad por los poderosos de sus tiempos, sus radicalidades fueran en tal modo absolutas que los condujeron, al uno a la cruz en el Gólgota, al otro a la soledad dolorosa de Santa Marta y al otro a la Higuera, allá, cerca de Vallegrande en la querida Bolivia. La cruz de Jesús, la soledad de Santa Marta y la grandeza de aquel destartalado salón de escuelita se insertan en esta verdad absoluta. Jesús no murió en la cruz por la voluntad de un Dios que tenía necesidad de su sangre y sacrificio. Bolívar no termina oyendo entre lágrimas el canto de los negros esclavos en Santa Marta porque los planes personales del mágico adelantado así se lo imponían. El querido Che no concluye su lucha humana en la Higuera porque quiso ser el “guerrillero más famoso de su época”. Terminan así como consecuencia de sus radicalidades absolutas.

Fueron decididamente radicales tanto en sus entregas como en sus exigencias. Sabían que se es “sal de la tierra y luz del mundo” o sólo se sirve para ser “pisoteados por los cochinos”. Por eso la opción por el socialismo debe ser radical y ocupar el primer lugar por sobre cualquier otro amor, interés o deseo. Cualquier bien y hasta la propia vida debe ser sacrificado cuando entra en contradicción con el radicalismo de la opción por el socialismo. No hay lugar para medias tintas, el compromiso socialista fruto de la conciencia es superior y primero porque es el compromiso por la vida de la humanidad entera. El socialismo exige un compromiso llevado –por irrefragable convicción- hasta las últimas consecuencias. El camino que lleva hasta ese reino de igualdad, de paz y de justicia no es ancho, cómodo ni equilibrado sino estrecho… añadiría…radicalmente escabroso y estrecho. Los que lo sigan, junto al inmenso honor de elevarse hasta el escalón más alto al que puede hacerlo un ser humano, deben –debemos- estar dispuestos a todo, incluso a “no tener donde reclinar la cabeza”. Deben –debemos- romper con todos los esquemas de “buena vida” heredados del capitalismo y una vez puestos en marcha no mirar atrás.

Nadie debe llamarse a engaño, nadie debe ocultar las dificultades de este camino sino reconocer –con paz, convicción y alegría- que es un camino lleno de espinas, marcado por la cruz y en medio de lobos. Las exigencias conscientes deben llevarnos hasta nacer de nuevo y dejar al hombre viejo que somos y al que hemos de ir muriendo. Incluso, como ya hemos mencionado en un escrito anterior, a saber que para muchos de nuestros mismos familiares y amigos esta radicalidad será un signo de locura.

Este radicalismo nace de la conciencia, de una conciencia absoluta de que nos entregamos a la salvación de la especie humana a la que pertenecemos y la preservación de la pachamama que nos dio la casa y la vida. Será siempre fuente de tensiones y conflictos, será, por decirlo de algún modo “navegar contra corriente”, conducir por una autopista en dirección contraria al tráfico establecido. Un socialista verdaderamente radical será objeto de odios, de incomprensiones, de intolerancias, de envidias, será motivo de división y escándalo. ¿Cómo no serlo si nos corresponde vivir y construir un mundo de igualdad y justicia en medio de una sociedad signada por el egoísmo y la explotación? Un socialista donde quiera que esté –trabajo, escuela, universidad, campo, etc.,- tiene que ser signo de contradicción, alguien que con su conducta desenmascara y denuncia la hipocresía del mundo.

Jesús de Nazareth, por ejemplo, condensó esta radicalidad en las bienaventuranzas que son la prueba radical de que las formas y los compromisos convencionales conducen a la impostura. En contraste con las teorías sociales del capitalismo, Jesús descalifica a los ricos, a los felices, a los satisfechos y “bien considerados”. En cambio los que para él están en el equilibrio evangélico son los pobres, los excluidos, los perseguidos por su opción por la justicia. Igual ocurre con otra serie de sentimientos naturales. El amor fraterno que Jesús reclama está bien alejado del “equilibrio”, no tiene nada de “sensato”. Para Jesús no somos buenos si no estamos dispuestos a dar la vida por aquellos a quienes decimos amar. Por cierto, nada que ver con el suicida por protagonismo –que los hay- sino por la dulce entrega de la vida por la vida sin más fin que la vida misma.

El compromiso que exige no tiene nada de equilibrada sensatez. No es el “equilibrio” prudente de los sabios, de los intelectuales o académicos sino que debe llevar a emprender acciones sobrehumanas de pasión y entrega. De cara a la verdad un socialista verdadero debe ser entonces radical hasta el absoluto. Su fidelidad a esta verdad debe conducirlo al enfrentamiento con el poder económico, social o político establecido. En su entrega a la causa de la verdad debe ser radical en la crítica y el desprecio por la hipocresía, por la superficialidad de la consigna altisonante y vacía, por el descaro del mimetismo oportunista y por toda forma de farisaísmo y apariencia.

Tiempo de radicales verdaderos, ese es el signo urgente de nuestro tiempo. Tiempo de la radicalidad en la forma de vivir el compromiso. Tiempo de consubstanciarse con los oprimidos siendo uno entre ellos. Tiempo de demostrar nuestra alegría irrenunciable de vivir humilde y dignamente exactamente como le proponemos al pueblo. Cada noche, cuando intento aferrarme al descanso que brindan unas horas de sueño, pienso en los Joseítos, los Eladios y la Myrian, subiendo cada noche las escaleras del cerro plagadas de malandros y paracos infiltrados, a espalda limpia, solitarios, con dolor en los riñones de pagar el precio de la explotación capitalista, acompañados sólo de la fe solidaria de su pueblo que desde las ventanas los cuidan… y me pregunto… ¿estos que para ser “socialistas” requieren cuatro o cinco guardaespaldas o escoltas se preguntarán alguna vez quien le guarda las espaldas al pueblo?cerroMyrianrrarme al descanso que brindan unas horas de sueño, pienso en los Joses familiaresismo -si

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Martín Guédez


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