Hombres y mujeres entregados a su servicio e invulnerables a las manipulaciones
Dicen que la palabra de Dios es espada de doble filo, se dice esto porque pone siempre al descubierto las más organizadas mentiras, eso dicen…eso debemos decir de la conciencia de clase: la conciencia de clase es revolucionaria espada de doble filo. La vida de la gente que dice tener –o tiene- fe en el proceso revolucionario, se desarrolla ordinariamente en medio de dos extremos; no faltan –más bien sobran- los que no ven la Revolución por ninguna parte y su "conciencia revolucionaria" está signada –especialmente en estos últimos tiempos- por el pesimismo y el silencio, y tampoco faltan los que ven la Revolución en todas partes, en todas las franelas, gorritas y consignas. Nos parece que ambos extremos son igualmente estériles, me parece que la Revolución se vive, se comunica y se respira a cada segundo, sosteniendo la vida del pueblo y encontrándola majestuosa y espléndida en la lucha de clase de todos los días.
Esa nos parece la posición más llena de esperanza revolucionaria y novedosa que podemos sostener. Esa es nuestra lectura de una historia que sabemos cargada de luchas, de traiciones y fracasos. Dicen que un optimista es un tonto feliz. Tonto porque, en su lectura de la realidad histórica se le escapa todo cuánto esta tiene de trágica, y feliz porque al hacer esta reducción, no deja que la realidad lo haga sufrir. De acuerdo con esto, un pesimista sería entonces un tonto desgraciado. Tonto porque no acierta a descubrir las posibilidades de lo real que tiene delante de sí, y desgraciado porque se cierra a toda novedad y se condena a una existencia sin horizontes. El optimista anticipa injustificadamente el éxito y el pesimista anticipa, también injustificadamente el fracaso. Un revolucionario tiene en sus manos, en su corazón y su mente, la conciencia que aclara las oscuranas y las llena de sabiduría, por tanto, no es ni optimista ni pesimista, es sólidamente capaz y objetivo.
La conciencia de clase le permite situarse lúcidamente en medio de un mundo donde la tontería, el sufrimiento y la angustia se multiplican por doquier, porque con la conciencia le sobran datos para negarse a ser optimista-tonto y anclado sólidamente en esa experiencia consciente, se niega igualmente a ser pesimista. Un revolucionario, una revolucionaria son hombres y mujeres de esperanza. La esperanza no es pesimista ni optimista es sencillamente otra cosa.
Desde ya quisiéramos decir que la intención de este artículo consiste en ver como podemos, con la conciencia revolucionaria, ser hombres y mujeres de amor y esperanza en una Venezuela donde lo más razonable está siendo cada vez más la desilusión o el encantamiento tonto de los afiches y las consignas. Resistir a la desesperanza y fundamentar esa resistencia es uno de los retos más serios que tiene planteados en este momento la Revolución. Estamos en esta patria bonita para recordar a todos lo que más necesitan no olvidar: que la Revolución es ese proyecto de reino, de amor, de igualdad y justicia que salvará a Venezuela y la humanidad.
La esperanza revolucionaria fundamentada en la conciencia de clase y alimentada por el estudio y la acción es la raíz de toda esperanza. Una esperanza sin conciencia estará siempre amenazada de desengaño, y una esperanza meramente ideal que no active objetivos concretos para el hoy, el ahora y el aquí no es esperanza socialista. La conciencia es la flor y el fruto de un largo romance, mantenido entre nosotros y nuestros sueños, un romance cuyos primeros balbuceos se pierden en la alborada de los pueblos.
Es el encuentro de dos rutas, de dos interioridades. Nosotros que buscamos la igualdad y la justicia y no podemos dejar de buscarlas. En nuestro corazón llevamos una impronta, un sello de igualdad, que es como una poderosa fuerza de gravedad que nos arrastra con una atracción irresistible a nuestra condición original, pero también esa fuerza y ese sello que nos busca. Por eso en el cruce o encuentro de estos dos ríos se produce el gozo de la armonía alcanzada. Esa es la conciencia socialista para nosotros.
Un encuentro con la vida. Un encuentro con la luz que nos permite seguir el camino. No hay llamado a engaños, tampoco podemos ser engañados. Desde la necesidad de luz y amor de la conciencia nos llenamos, nos fecundamos con la lectura personal o colectiva, nos hacemos vida nueva en el encuentro con la comunidad. En ese banquete de luces y experiencias se robustece nuestro compromiso y no hay propaganda que valga, ni colorines subliminales, ni podrán haber manipulaciones que nos confundan. Todo lo demás es pensar que debemos protegernos como el "muchacho de la burbuja". Discúlpenme: Una estupidez. Se trata de sembrar conciencia de clase y no habrá rutina que desgaste porque la conciencia todo lo hace nuevo cada día.
Cuando algo se gasta, cuando no se busca con la emoción de otros días, cuando las cosas no son más que relativas obligaciones "teresacarreñistas", cuando se pierde la emoción y la capacidad para el asombro, que es la capacidad de percibir cada cosa como nueva, e incluso la capacidad de captar cada vez la novedad implícita en cada situación, se entra en una espiral mortal que engendra apatía. ¿Qué debemos hacer para superar esta clase de crisis? Lo primero es vivificar. La vivificación es dar vida a lo que no la tiene o la ha perdido parcialmente. La causa principal de la rutina no es la repetición en sí misma. Cuando dos personas se aman a rabiar, la frase "te amo" no suena nunca repetida, incluso quizás tenga cada vez más contenido. Cuando se ama de verdad se puede vivir no uno, ni dos sino cincuenta años y los que sean y amar a la persona más profundamente que la primera vez. Dicen algunos biógrafos que Francis de Asís repetía una y otra, y otra vez, durante toda la noche "mi Señor, mi todo". Es muy probable que al amanecer al repetirla por última vez –quizás luego de miles y miles- tuviera para él más sentido que la primera vez que la dijo. Tampoco se cansa la madre de amar a su hijo; tampoco el verdadero revolucionario de amar la revolución en sí misma y en ella a su pueblo.
La solución profunda se llama Conciencia de Clase o Conciencia Revolucionaria y está dentro de nosotros mismos. El mejor de los paisajes contemplado por un observador triste será siempre un triste paisaje. Para un individuo sin conciencia el mejor de los días será siempre un fastidio. Al final lo que cuenta es la capacidad de asombro ante la novedad de la lucha por la conciencia, es esa capacidad la que viste de vida las situaciones más desagradables o adormecidas, y la que pone un nombre nuevo y luminoso a cada lucha aunque sea percibida por enésima vez.
El mensaje revolucionario recibido por un corazón y una mente vacía de conciencia será siempre un mensaje vacío, por muchas reflexiones, foros o añadiduras que se le hagan. La Revolución resonando en un corazón y una mente henchidos de conciencia, quedará siempre cuajado y colmado de compromiso y entrega.
Creemos que este es el fondo del misterio: Un corazón lleno de las basuras depositadas por la cultura capitalista será siempre un corazón estéril, un corazón vacío. Para un muerto hasta el amor más sublime está muerto. Ahora bien, ¿cómo vivificar la mente y el corazón llenos de la basura capitalista? Siendo el individuo un misterio irrepetible sus formas de experimentar las cosas también lo serán únicas. Hay palabras, hay experiencias y hay días que no nos dicen nada. Otras veces nos admiran. Un mismo texto a uno le dice mucho y a otro nada, ¿cómo vivificar? La conciencia no es fruto en sí misma de la condición objetiva. Si así fuera todos los pobres de este mundo tendrían conciencia de clase y no es así. La conciencia es fruto de la reflexión subjetiva ante la condición objetiva. La condición de explotado no siempre viene acompañada de la conciencia de serlo. Es por tanto la comunicación, la reflexión y el discernimiento, el acompañamiento desde la experiencia el que debe ir contagiando la Conciencia siendo esta siempre un valor subjetivo.
Cuando tocamos el fondo de la indigencia, de la exclusión y la explotación objetiva y no resta ni un poquito de esperanza humana sin cambiar el sistema y cuando se mira a la cara el desvalimiento y la debilidad ante la voracidad capitalista, cuando no queda asidero alguno de donde agarrarse ante la fuerza de la realidad y los argumentos, porque todas las tablas de sustentación en las cuales se apoyaba la falta de conciencia crujen, entonces la esperanza y hasta la arrechera se levantan como la única columna de seguridad: la lucha.
Hay que contagiar desde el amor, desde la solidaridad –que significa hacerse uno con el otro, con la otra, hacerse sólido y una misma cosa-, desde la ortopraxis más exigente, desde la ortofrenia más entusiasmante y convincente, y desde el manejo más claro y contundente de la teoría. Hay que saber y vivir. Hay que conocer profundamente y contagiar con el ejemplo aquel horizonte bonito que estamos proponiendo. Casa por casa, rancho por rancho, conuco a conuco, mano a mano, corazón a corazón y todo ¿por qué?, porque en eso creemos, por eso vivimos y existimos. Si así lo hacemos no habrá campañita de colores subliminales, ni cuentos de camino, a un revolucionario consciente no lo engaña el discurso del explotador ni que lo fajen chiquito. Punto. ¡VENCEREMOS!
Nota Bene: La visión de nuestro presidente anoche mismo, en el Estado Barinas, recibiendo del pueblo las quejas más inverosímiles respecto a obras –incluso iniciadas por él mismo- en las que no se ha trabajado o se perdieron los reales acentúa aún más la necesidad de la Conciencia Revolucionaria. No precisamente por el caso de la señal de RNV donde me constan los tremendos esfuerzos que Helena Salcedo ha hecho y sigue haciendo. Respecto a todo lo demás, un revolucionario no es ladrón. Un revolucionario no se lucra con su quehacer revolucionario. Un revolucionario no actúa en función de mantener sus propios espacios de poder. Un revolucionario hace cuanto haga –aún contra sus propios y legítimos intereses personales o protagonismo- siempre en función del bien de la revolución. Un revolucionario se deja de buscar explicaciones en pendejadas y va directo contra el enemigo de la revolución bonita: la ineficacia, la corrupción, el tráfico de influencias, el doble discurso, la doble moral, la falta de conciencia, el capitalismo, el imperialismo y… punto.
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