La lucha del hombre contra el poder es
la lucha de la memoria contra el olvido.
Milán Kundera.
El día jueves se realizó un acto para recordar los cien años del nacimiento del insigne bandido de Rómulo Betancourt. Lo realizaron en la Academia de la Historia y estuvieron los miméticos y monocordes intelectuales de la brutal genialidad venezolana: Elías Pino Iturrieta, Simón Alberto Consalvi, Octavio Lepage, Marcos Negrón, Luis Carbonel y Rafael Cadenas. La ausencia de los dirigentes del partido Acción Democrática les causó pánico. Se cansaron de preguntar por Ramos Allup, por el negro Canache Mata, por Octavio Lepage, … Escucha Rafael Cadenas: Adeco es adeco, incluso hasta más allá de la muerte, escríbelo. Con razón tu Derrota tenía un verdadero nombre: “ADECO”.
El buey incansable de Simón Alberto Consalvi señaló que con este homenaje la visión oficial de querer borrar el nombre de Betancourt de la historia se derrumba. "Todo indica que, por lo contrario, el centenario será la oportunidad para hacer un reconocimiento a su legado".
El discurso de orden titulado "El Betancourt histórico y el
Betancourt historiador" fue dado por el escritor Manuel Caballero, quien
balbuceó: "Cuando decimos que un personaje es histórico hablamos de
aquellos cuya acción comporta tanto en su ejecución como en sus consecuencias
la intervención del colectivo; que rompan una tradición y a la vez inauguren
otra… Su ideología de raíces civiles y su conciencia de que el militarismo ha
sido el peor de los males públicos de Venezuela; no se aviene con la
persistencia de los hombres de campamento y de cuartel en el manejo de la cosa
pública". Cuántas pendejadas es capaz de decir Caballero en tan poco
tiempo: Betancourt dio un golpe de estado con un grupo de militares y era tan
amante de los cuartelazos y de la represión militar que él a todos los altos
dirigentes de izquierda les hizo juicio militar. Esa es la verdadera historia.
Pero si para Manuel Caballero Lusinchi fue más grande que Bolívar (lo dijo en
un artículo publicado por El Nacional en 1985), qué no podrá de decir del padre
de todos los sinvergüenzas adecos, Rómulo Betancourt.
Hay que
empezar, claro, con la obra magna de Rómulo Betancourt, “Venezuela, Política y
Petróleo[1]”.
Vamos, de entrada, a conocer el estilo literario de un hombre que primero quiso
ser poeta, luego filósofo, después novelista para finalmente acabar siendo
director de un vasto partido político que se puede decir gobernó a Venezuela
durante cuarenta años. Fue un partido único. Así comienza su monumental obra:
“Por los años de 1870 prestaba servicios profesionales como médico… el doctor
Carlos González Bona. Recorría pueblos y caminos a lomo de mula. Sobre su
corpulenta humanidad, un paraguas verde le prestaba protección del sol durante
el verano y de la lluvia durante el invierno.[2]”
Esta obra está escrita por alguien que no se siente venezolano. Que ve los acontecimientos de lejos como si no lo tocasen a él. Va auscultando como un médico frío, indiferente, que practica una autopsia al cadáver Venezuela de esos finales del siglo XIX. Para casi todas sus referencias utiliza libros, archivos y artículos de prensa norteamericanos.
Los antecedentes del partido Acción Democrática hay que buscarlos en las entrañas de los primeros fundadores de la Venezuela separatista que nace en la década del treinta del siglo XIX. Su armazón lleva retazos de la filosofía liberal de esa mezcolanza de ideólogos como Leocadio Guzmán (y su hijo Antonio), Miguel Peña, Ángel Quintero, Juan Vicente González y Tomás Lander. El historiador J. E. Ruiz Guevara solía decirme que el primer “super-adeco” que tuvo Venezuela fue José Antonio Páez. “Páez acabó siendo después de 1830, un perfecto adeco”, me decía. Hay que añadir que en absoluto el partido COPEI se diferenció en algo de AD, como tampoco jamás fueron políticos distintos en sus perniciosas ambiciones un Leocadio Guzmán de un Páez. AD y COPEI se entendieron siempre a las mil maravillas, y sus programas de gobierno jamás se diferenciaron en nada. El hijo político predilecto de Betancourt se llamó Rafael Caldera; el uno necesitaba del otro para construir esa gran farsa que se llamó Democracia Representativa.
Esa obra magna de Rómulo Betancourt, “Venezuela, Política y Petróleo”, debe ser leída para comprender a la Nación que recibimos en el siglo XX, seriamente desgarrada, enjuta, macilenta y pordiosera, controlada por las grandes compañías petroleras. Del inmenso conocimiento que Betancourt consigue obtener de esta desgraciada dependencia del negocio petrolero, él sólo se dedicará a buscar los métodos, no para sacar de abajo a Venezuela y hacerla respetar ante las voraces expoliaciones, sino para encontrar los engranajes que en connivencia con esas mismas compañías le permitan primero llegar al poder, para luego gobernarla con el bello e intocable manto de Democracia goda (boba) o norteamericanizada.
¿Venezuela?, ¿quién en el mundo desarrollado recordaba a finales del siglo XIX a esta nación? ¿Existía, acaso? Betancourt también se une al coro de los que llaman “mono” al ex Presidente Cipriano Castro, haciéndose eco de lo que la prensa estadounidense publica contra él. Castro merece el desprecio de la civilización occidental principalmente por las gotas de sangre negra e india que lleva en sus venas. Por eso se caricaturiza en la gran prensa a este “mico” en lo alto de una palmera buscando cocos. Con qué emoción y orgullo, Betancourt recoge en su libro las amenazas del gordito (Presidente de EE UU), el asesino Ted Roosevelt, contra Castro porque “Teddy hablaba un lenguaje que sonaba a restallar de fusta.[3]” Añade: “El propio Castro había contribuido con su conducta irresponsable, a que se le tratase con insolencia doblada de desprecio. El déspota delirante, entre vaharadas de oratoria vargasviliana…[4]” Cuando Betancourt se refiere a los abusos insultantes del “procónsul norteamericano Herbert Wolcott Bowen” agrega: “pero no toda la culpa era suya…[5]”
¿Política?, sí, la política de la pertinaz guerra, esa que definió Antonio Guzmán Blanco: “Venezuela es como un cuero seco, si la pisan por un lado se levanta por el otro.” Cuando le corresponde hablar de la invasión a Venezuela del potentado Manuel Antonio Matos (financiado por los norteamericanos), Betancourt habla de “un país en armas contra un régimen odiado por el pueblo. Catorce mil hombres llegaron hasta La Victoria, a escasa horas de Caracas. Allí se estrellaron frente a las tropas del despotismo.[6]”
¿Petróleo?
Claro, petróleo, petróleo y más petróleo, para la Standard Oil Company, de los Rockefeller. Apenas comienza su libro Betancourt
estampa esta esclarecedora frase de toda su admiración y persistente idolatría
por la más estupenda familia petrolera del Norte: “… Coetáneamente, UN AUDAZ
HOMBRE DE NEGOCIOS, JHON D. ROCKEFELLER, avizoraba el provenir de la mágica
fuente de riqueza y echaba las bases de la que llegaría a ser la más gigantesca
empresa industrial de los tiempos modernos: la Standard Oil.[7]”
El interés en las
universidades estadounidenses por estudiar la
vida de Rómulo Betancourt fue intensa a partir de 1962, cuando él
prometía
definir una estratégica forma de gobierno democrático (anticomunista)
que podía
convivir perfectamente con la política capitalista de la Casa Blanca;
un sistema igualmente capaz de combatir a las monstruosas dictaduras
del
continente. El historiador norteamericano Robert Alexander lo definió
como el
líder más importante desde Simón Bolívar, y según él constituye un
ejemplo de
que es posible combinar desarrollo económico, democracia política y
libertad.
“La democracia betancourista sería el complemento histórico de la obra
de
Bolívar siendo el uno “Padre de la Patria” y el otro Padre de la Democracia. Para
casi
todos los estudiosos norteamericanos sobre América Latina, durante la
Guerra Fría, Rómulo Betancourt representó la contrafigura de Fidel
Castro, como mejor aliado
de Washington entre todos los países del continente[8].
[1] Editorial Seix Barral S. A., Barcelona-Caracas-México, segunda edición, 1967
[2] “Venezuela, Política y Petróleo”, Rómulo Betancourt, Editorial Seis Barral S. A., Barcelona-Caracas-México, segunda edición, 1967, pág. 25.
[3] Ut supra, pág. 30.
[4] Ut supra, pág. 28.
[5] Ut supra., pág. 28.
[6] Ut supra., pág. 27.
[7] Ut supra., pág. 25.
[8] “The Venezuelan Democratic Revolution. A Profile of the Regime of Rómulo Betancourt”, Alexander, Robert J. (1964), New Jersey: Rutgers University PressNew Jersey: Rutgers University Press. Pág. 675.
jrodri@ula.ve