Sólo bondades se le ha recocido, y elogios ha recogido la *División del trabajo*. Pero bien miradas las cosas, el señalamiento de tales pros ha corrido fundamentalmente a cargo de sus beneficiarios inmediatos, digamos de los patronos capitalistas.
Desde que el clásico Ádam Smith sentó los irrefutables precedentes teóricos de una mayor productividad del trabajador de taller sobre el tradicional artesano, la D.T fue desarrollándose sin parar hasta nuestros días. Las rebajas horarias, los ajustes salariales, las mejoras sanitarias, la protección maternal y las medidas de seguridad son algunas de las muchas *reivindicaciones* que han sido derivadas de esa mejor productividad (del trabajador), y no precisamente son concesiones otorgadas por un patrono cuyo insaciable apetito de acumulación nunca ha cesado un segundo.
Los patronos capitalistas vieron en las mejoras productivas, traducidas en máximos rendimientos técnicos y económicos, mayores facilidades y rapidez en el enriquecimiento personal, así como la garantía mercantil de una mayor autodemanda para sus excedentes de capital desempleado. La D.T. absorbió más capital constante para la misma cantidad de mano de obra.
Desde un principio, los mayores rendimientos en menor tiempo se tradujeron en mayores volúmenes de mercancías. Sin embargo, reconozcamos que esta mayor oferta nunca ofreció todos los beneficios merecidos por sus creadores. Los trabajadores siempre realizan una demanda acotada con el freno de un salario que apenas cubre una mínima parte de la oferta que aquellos producen con su trabajo. Para el trabajador jamás ha existido el fenómeno deflacionario que podría sobrevenir con la sobreoferta que da la D. T., y que le permitiría meter más bienes en su pequeña cesta alimentaria.
Paradójicamente, hoy está claro que la D.T. rutiniza a su practicante, lo aliena y contranaturalmente reduce su entorno social y hasta minimiza sus relaciones con el medio. Cada vez se perfecciona más el curioso fenómeno de un trabajador que es cada día más globalizado e interdependiente, pero paradójicamente se mueve con una conciencia absurdamente parroquial.
Después de 100 años, maquinización y computarización incluidas, el extraordinario desarrollo de las *Fuerzas Productivas* ha reducido su influencia social al desarrollo incontenible de la riqueza unilateralmente burguesa.
Armado con este sobrepoder obtenido gracias al desarrollo de las FUERZAS PRODUCTIVAS, con un control absoluto sobre la Oferta de bienes, gracias a un personal asalariado incondicional y esquirol, el empresariado burgués se ha crecido en estabilidad para enfrentar las protestas populares, a tal punto que los países imperiales, sedes de los grandes capitalistas, están capacitados y prestos para literalmente borrar de la tierra cualquier intentona seria tendente a derribar ese poder burgués.
Mientras no reconozcamos la tremenda indefensión del asalariado contemporáneo, de un asalariado que ha criado cuervos con su mayor productividad, y lograda esta gracias a la D. T, no podremos entender que detrás del apotegma marciano del Desarrollo de las Fuerzas Productivas se ha escondido un peligroso enemigo del movimiento obrero. Ha resultado un mentira que dicho desarrollo pudiera ser la base para el derribo del imperio burgués, habida cuenta de que mientras más productivo es el trabajador burgués, más empodera con ello a su enemigo.
Por definición, Fuerzas Productivas es una híbrido que alimenta la separación del trabajador con sus medios de producción cuando estos pertenecen a gente no trabajadora. Digamos que las Fuerzas Productivas de poco sirven para la liberación de un trabajador que si bien sabe manejar herramientas de trabajo, estas no están a su disposición y arbitrio, salvo que las tome por la fuerza.
De resultas, sería conveniente ir preparándose para lograr y retomar la integración del trabajo dividido. Para formar trabajadores más independientes capaces de producir bienes en todas sus fases, e ir aboliendo la dañina División del Trabajo. Esta sólo ha servido para Desarrollar unas Fuerzas Productivas que se les van de sus manos y pasan a ser propiedad de su patrono.
Para la masa asalariada ha sido contraproducente operar con una mayor productividad que hace más rico e invencible a los patronos, y, a lo sumo, mantiene en condición de asalariado a los trabajadores, independientemente del grado tecnológico presente en los medios de producción que la moderna industrialización dispone para el logro y aprovechamiento de una máxima productividad con un mínimo de capital, gracias a las bondades unilaterales de la División del Trabajo. Esto debemos admitirlo, so pena de que sigamos idiotizados creyendo obedientemente que el Desarrollo de las Fuerzas productivas por sí solas le resolverá el caso a los trabajadores.
Es hora de revisar el apotegma marxiano, según el cual los días del capitalismo estarían contados porque el desarrollo de las fuerzas productivas daría cuenta de esta explotación burguesa. La D.T. y el correspondiente Desarrollo de las F.P. han hecho más ofensivo y defensivo al patrono, y más indefenso a sus creadores.
Las F.P. han dejado sin fuerzas competitivas al creador de toda la riqueza material. Como si fuera poco, los trabajadores y patronos menores se hallan atados a una poderosa y alienante mediática que los incapacita para enfrentarse a sus enemigos de clase. Como sabemos, los trabajadores de este sistema carecen de conciencia propia, la suya fue aburguesada y consecuencialmente piensan como patrono, con esperanzas de ser patrono.
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