Las señoriales casas de los ricos, cuando en 1959, estalla la revolución, la toman los sindicatos. Los cuarteles y las cárceles se convierten en escuelas. Me viene a la memoria que la suprema ambición del dictador Gerardo Machado era hacer en Cuba unas cinco mil cárceles al año. Según él, existía una relación directa entre desarrollo y proliferación de cárceles.
Entre una hojarasca de encuentros, no podía faltar la del escritor Ernest Hemingway, de una gran figuración en Cuba. Cuando yo era muchacho, admiraba a Hemingway, pero poco a poco se me fue desinflando su obra y su vida. En realidad la vida de Hemingway fue muy triste y su gesta aventurera y creativa es inferior, por ejemplo, a la de Jack London. Hemingway tuvo miedo a definirse políticamente y Jack London se declaró al menos marxista y declaradamente a favor de la causa de los explotados, de los proletarios.
Creo que Hemingway únicamente fue feliz cuando pasó hambre y estrechez en París en su primera etapa, y con su trabajo hizo maravillas, por ejemplo, su mejor novela, “The sun also raises”. De resto, la fama lo castró, lo inutilizó. Poco antes de morir escribió un relato excepcional: “París era una fiesta”, procurando recuperar aquella felicidad, que por culpa de su relación con los ricos había perdido. Ya viejo y cansado, en Cuba, no conseguía elevar su espíritu creativo y ni el alcohol conseguía curarle sus dolores. Solía decir el genial autor del “Viejo y el mar” que el alcohol lo curaba todo. No es el alcohol, es el tiempo. El mismo tiempo que nos mata e impone el olvido. Vi en algunos restaurantes muchas fotografías de Hemingway ya con su barba blanca y en franca decadencia. Con una sonrisa vaga y un rictus de dolor y de pena.
Estuvimos en la “Marina Hemingway”, donde él ganó varios trofeos de pesca, también en el bar Floridita a donde solía ir a beber y preparar su famoso cóctel. Fidel Castro lo conoció apenas triunfaba la revolución, pero Hemingway a partir de entonces nunca más se sintió bien en Cuba. Le fastidiaba que se criticara tanto a los gringos. Quién sabe si se sentía mejor cuando allí en la isla mandaban los gánsters, la mafia. Quién sabe. Sin embargo, Fidel Castro cuenta que para su formación política y militar le sirvió mucho la lectura de la novela “Por quién doblan las campanas”.
Ahora todo ha quedado más claro desde que Frances Stonor Saunder en su libro “La CIA y la guerra fría cultural” ha revelado que Hemingway trabajo para la famosa Agencia secreta.
Cuando se desató la guerra psicológica del gobierno americano para desprestigiar a los rusos y su influencia comunista, EE UU pagó millones de dólares para lanzar publicaciones adecuadas para los niños en las edades en que éstos son más impresionables; se reprodujeron por miles los trabajos de Nathaniel Harthorne y de Mark Twain, pero también muchos cuentos de Hemingway quien, a diferencia de Harthorne y Twain, siempre estuvo consciente de los fines que con estas publicaciones perseguía la CIA.
Uno de los más grandes agentes de la CIA fue William Donovan, jefe del servicio de inteligencia americano durante la Segunda Guerra Mundial, y quien proclamaba que era capaz de colocar a Stalin en la nómina de la CIA si con ello contribuía a derrotar al enemigo momentáneo que era Hitler. Entonces el enemigo del mes pasado repentinamente podía convertirse en el supremo aliado del presente. Donovan era un maestro de la utilización de la cultura como herramienta de persuasión política. Donovan contrató como miembro experto de la CIA al único hijo de Hemingway, John. Es decir, padre e hijo trabajaron para la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos) antes de que se convirtiera en la temible Central de Inteligencia.
Lo trágico fue que la CIA contribuyó de manera determinante para que Hemingway acabara suicidándose. Durante un tiempo, el afamado escritor se quejó de que el FBI vigilaba cada uno de sus pasos. Entonces algunos de sus amigos comentaron que Hemingway se estaba volviendo loco. El que ha servido alguna vez a la CIA no puede librarse de ella fácilmente. Entonces este eminente galardonado con el Nobel era perseguido, sus papeles minuciosamente revisados, sus teléfonos pinchados, siempre con los perros sabuesos del poderoso policía (y horrible afeminado) Edgar Hoover durante 25 años, averiguando su vida, sus amistades, su correspondencia. Desesperado Hemingway buscó cura en una clínica de Minnesota y se registró con un nombre falso. Pero inmediatamente uno de los siquiatras llamó al FBI. El desgraciado novelista estaba perdiendo la memoria y cuando se ponía plantaba frente a su máquina de escribir su mente quedaba en blanco; tenía que llamar a medio mundo para que le confirmara ciertos datos sobre las historias que relataba. Se marchó de Cuba padeciendo una tensión arterial de 220 con 155, sufría también de una diabetes mellitus y unos exámenes revelaban una degeneración de todos sus órganos. Le escribió a su hermano Leicester: “Me siento como un samurai deshonrado. Mi cuerpo me ha traicionado”.
En su país, en la meca de los espantosos adelantos tecnológicos, para “curarlo” lo sometieron a horribles torturas con electroshocks que cada vez lo fueron empeorando. El 20 de enero de 1961 asiste a la toma de posesión de J. F. Kennedy y 2 de julio de 1961, preso de una tremenda depresión, coge una escopeta de cazar palomas y se la coloca en la boca. El fin.
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