Dado que el hombre es hechura de ese trabajo sostenido durante cientos de miles y hasta de millones de años, es impensable que tal trabajo pudiera ser una molestia para quien se crece con cada logro laboral, con cada hallazgo productivo, con cada bien que satisfaga y llene su vida. Pero desgraciadamente la sociedad capitalista “ha sustituido el trabajador atractivo por el trabajo forzado” (Cf. Karl Marx, Das Kapital)
En algunos científicos poco connotados, en profesionales y artesanos de incuestionable vocación y en los artistas “no serviles”, tipo Armando Reverón (1889-1954, Venezuela) tenemos los vestigios de aquella sociedad donde los trabajadores eran dueños de su destino y tenían el control sobre sí, y aunque la literatura oficialista y clasista diga lo contrario, ellos dominaron y dominan aún la Naturaleza imperante a punta del correspondiente grado tecnocientífico alcanzado en cada fase social. Se trata de trabajadores que “trabajan para vivir”, y no “viven para trabajar”.
Por eso nos atrevemos a sostener que las actividades deportivas, las mismas que hoy se hallan divorciadas de la producción de valores de uso, nos revelan unas condiciones de trabajo muy incómodas y molestas hasta para el más diligente trabajador, tanto de sistemas ya superados como del presente modo asalariado de trabajo.
También sábese que el trabajador moderno suele cargarse de cansancio y estrés al final de cada jornada anual, semanal y diaria, valga la redundancia. Por eso recurre a breves pausas y asuetos dedicados a lecturas, radio, TV e Internet, y a caminatas, ingesta de bebidas espirituosas y demás actividades festivas, así como las de recreación deportiva o gimnásticas. No sobra decir que estas terapias consumen buena parte de sus correspondientes salarios, además de y reducir la participación del trabajador en las insustituibles tareas hogareñas o familiares.
Súmese al desestrés las diversiones brindadas por viajes o paseos turísticos o vacacionales. Estas actividades y aquellas podrían considerarse mecanismos de fuga del medio que ya le resulta inhóspito al trabajador. Digamos que huye de los talleres, de su vecindario, de su parroquia y hasta de su país. Que sus diversiones son el medio para escapar de la molestia en la que se ha metamorfoseado un trabajo que debería brindar felicidad y no incomodidad, ser atractivo y no forzado, ser atrayente y no indeseable.
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