Definimos patrón en sentido amplio. Son aquellas personas jurídicamente dueñas de las fábricas y demás empresas afines, son sus empleados de máxima confianza, directores, supervisores, contralores; lo son sus asesores ingenieriles, económicos y judiciales, sus apoderados judiciales; son los “policías” y publicistas ad hoc. Porque Los dueños económicos del capital ni siquiera coparticipan en ningún proceso productivo, y como no los emplea nadie, son el verdadero parásito del mundo empresarial. Hablamos de financistas o banqueros en general.
Ninguno de esos empleados trabaja productivamente. Vale decir que, al igual que el de las máquinas y otros costes constantes, no son sumables al capital variable, es decir no crean riqueza alguna. Todos estos patronos pertenecen a ese capital constante de la inversión correspondiente.
Su presencia empresarial es históricamente transitoria; serían inconcebibles en la sociedad comunista. Su coparticipación actual en el trabajo aportado y creado por los verdaderos trabajadores se limita a cuidar el patrimonio de sus jefes superiores, a proteger la inversión correspondiente.
Desde luego, semejante presencia y participación de esos patronos durante el proceso productivo y fabril cuesta mucho dinero, un costo que contradictoria, absurda e improductivamente, suele superar la suma de las remuneraciones del grueso de los asalariados. En este sentido, ninguno de aquellos recibe paga salarial sino ganancias o dividendos a final de cada año económico, y honorarios varios que aparecen como tales en las nóminas regulares de cada empresa. Estas últimas remuneraciones sirven en buena parte para la evasión de impuestos sobre la renta.
Los honorarios varios o la remuneración de los “custodios o auxiliares patronales”, en su condición de capital constante forma parte intrínseca del valor de los productos. Consecuencialmente encarece el valor de la producción y con ello los precios de mercado. Digamos que esos “patronos”, lejos de favorecer la productividad del verdadero trabajador, la desmejoran constantemente, y lo hacen con tanto peso como tan importante sea la empresa que los emplea.
Las transnacionales, las empresas de elevado giro, son las menos productivas desde este punto de vista. Por el contrario, las empresas medianas y las de los pequeñoburgueses ofrecen una mayor productividad y un bajo costo de producción, que si bien parece contablemente elevado, esto respondería sencillamente al constreñido volumen de sus mercancías ofrecidas, frente a los minimizados costes de las empresas grandes y sus ingentes volúmenes producción.
Dejamos en pie que sin duda alguna si tales empleados fueran cesanteados dentro del mismo sistema industrial vigente los reinantes e inevitables índices de desempleo de mano de obra y otros factores constantes intervinientes se dispararían velozmente. No obstante este aporte a la economía que se lograría con el cesanteo de semejantes patronos terminaría abaratando el costo de producción nacional, si se pudieran convertir en verdaderos cotrabajadores y productores del Valor Agregado.