Para el SSXXI la verdadera dimensión del poder se ubica en las Asambleas de
Ciudadanos. La sustancia del poder está en: (i) la contraloría social, (ii)
los consejos comunales, (iii) la asamblea de ciudadanos, (iv) los cabildos
abiertos, (v) los gobiernos comunitarios. Por lo tanto, las próximas
elecciones pasan a ser el canal que materialice la construcción de un nuevo
Estado: el Estado revolucionario del poder popular.
No obstante, hay que precisar el modo de asumir esas elecciones. Para el
revolucionario auténtico, las elecciones son para tomar el poder y cederlo
al pueblo. Por el contrario, para el contra-revolucionario o reformista las
elecciones son para mantener la estructura de dominio sobre pueblo. La
primera concepción se inscribe dentro del espíritu del acto revolucionario.
Es colocar el gobierno al servicio del colectivo. Es darle viabilidad a la
democracia directa. Es consolidar el poder constituyente. Por su parte, el
reformista desea ganar las elecciones para usufructuar del poder: beneficio
para sí mismo y su grupo excluyendo a la comunidad organizada. Esto en sí es
un acto burocrático. Es darle continuidad al reformismo. Es tolerar la
vigencia del sistema político de democracia representativa. Es mantener la
estructura clientelar.
En la coyuntura electoral del 23/11 se hace indispensable el acto
revolucionario, tanto en su concepción ideológica como en su práctica. Tomar
el poder a través de las elecciones es para convertir las gobernaciones y
alcaldías en vocerías populares. Es además no instalarse en las
edificaciones que hoy son símbolo del ejercicio del mando. No hay que volver
a entrar a esas casas o edificios. Demostrar que se va a profundizar la
Revolución pasa por ubicar las sedes del gobierno (convertidas en vocería
del pueblo) en las comunidades organizadas.
Las elecciones del 23/11 significa la lucha por el bien común y reemplazar
el mando reformista por la acción revolucionaria, valga decir: (i) asumir el
gobernador y los alcaldes su nuevo rol de vocero del pueblo; (ii) transferir
la toma de decisiones a la asamblea de ciudadanos en su nivel respectivo;
(iii) establecer el método de rendición de cuentas ante las organizaciones
comunitarias; (iii) darle consistencia a los mandatos constitucionales de
cogobierno (estado-pueblo), a través de las asambleas populares; consejos
comunales; contraloría social; cabildos abiertos; y demás organizaciones que
invente la comunidad consciente y organizada; (iv) propiciar la vía
constituyente para mutar las estructuras rígidas que aún no se ajustan a la
revolución bolivariana.
Pero, transformar gobernación y alcaldías en vocerías y luchar por instaurar
el poder popular demanda: (i) identificación plena con el pueblo (amor al
prójimo); (ii) convencimiento ideológico (socialismo); (iii) compromiso con
la revolución (desprendimiento del orden material de las cosas); (iv)
conciencia de servicio a la causa emancipadora. Si no se siente esto en el
alma, si no se ha incubado en el corazón, ni se ha practicado el bien común
fundamentado en la buena voluntad, será muy difícil alcanzar las metas
revolucionarias. Sin espíritu revolucionario el pragmatismo corruptor
continuará vivo. Por lo tanto, solo la conciencia del colectivo logrará la
determinación de los líderes que se identifican con sus luchas. Luchar por
el pueblo significa la desintegración de las cúpulas y la eliminación de las
decisiones cupulares.
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