Lo debemos a Ludovico Silva poder distinguir entre marxistas, marxianos y marxólogos. Las hermeneúticas sobre la obra de Marx son inagotables, y por eso Marx es una figura central del pensamiento histórico-social. Una cosa es acercarse a la obra de Marx, destacando la “multiplicidad de Marx (el fecundo trabajo de Juan Barreto es uno de los escasísimos ejemplos a la reflexión teórico-ideológico de un militante político y de quién ha atravesado el ejercicio de diversas responsabilidades en la dirección política del proceso bolivariano). Otra cosa es colocarse en el lugar de la verdad codificada por cualquier variante de “marxismo institucional”: de la II Internacional o de cuño marxista-leninista.
Ludovico Silva acertó. Hay que realizar claras distinciones y complejizar a Marx. Su obra supera las visiones limitadas que en los primeros treinta años del siglo XX circularon como “doctrinas oficiales”. Esto demuestra que los codificadores de un pensamiento realizan en muchos casos claras adulteraciones y sobre-interpretaciones, para generar la impresión de un sistema cerrado de ideas, categorías y conceptos. De allí surgen las voces hegemónicas de una determinada codificación. Y finalmente, los administradores de una presunta línea política; un paralelismo obvio con aquellas configuraciones religiosas que dependen de la verdad revelada desde un texto considerado sagrado.
Pero la obra de Marx merece un tratamiento crítico. Marx fue un defensor del vínculo orgánico entre el movimiento democrático de masas y el movimiento comunista. Antes de Marx, los diversos utopismos fueron elitistas y antidemocráticos en lo esencial. Pretendían imponer un modelo prefabricado, un plan que debería ser aplicado desde arriba o desde una dictadura político-educativa. Estos eran hostiles a la idea de transformar la sociedad desde abajo, por medio de la inquietante intervención de las masas en busca de su liberación. El movimiento socialista, antes de Marx, se articuló muy poco a la línea de la democracia desde abajo. Esta intersección, fue la gran contribución de Marx, y de allí su lugar destacado en la fundación de un pensamiento contra-hegemónico.
Marx unió el socialismo revolucionario con la democracia desde abajo, una democracia que demolía el fetichismo institucional del Estado representativo. Éste es el corazón vital del pensamiento marxiano. Cualquier ruptura del vínculo entre democracia y socialismo, puede llamarse cualquier cosa menos pensamiento marxiano. Retomando a Flora Tristan, Marx expresó que “la emancipación de los trabajadores debería ser obra de los trabajadores mismos"; es decir, auto-emancipación social. Todavía hoy, Marx permite una inmunización contra la ilusión fetichista en un Déspota Salvador.
Marx desconfiaba del Socialismo de Estado al igual que del Bonapartismo. Se incorporó a la política como editor de un periódico que era el órgano del ala izquierda de la democracia liberal en la industrializada zona del Rin, y pronto se convirtió en la principal expresión editorial de toda la democracia política en Alemania. Su primer artículo fue una polémica en favor de una ilimitada libertad de prensa frente a cualquier censura estatal ¡Nada más y nada menos! Pero así mismo dirigió sus dardos críticos hacia la propiedad privada, y hacia las penalizaciones que sobre los que nada poseían se realizaba para defender este sacrosanto “derecho natural”. Esto basto para que el gobierno imperial impusiera su destitución y su expulsión. De allí, Marx comprendió que las nuevas ideas socialistas superaban el “estrecho horizonte burgués”. Fue en contacto con el socialismo, que el término democracia cobró un significado más amplio en lo político y en lo social, criticando el carácter falso y restringido de la democracia liberal-censitaria.
En notas manuscritas hechas en 1844, rechazó el existente "comunismo vulgar" que negaba el pleno desarrollo de las potencias de la personalidad humana. Marx aspiraba a un comunismo que sería un "humanismo totalmente desarrollado", donde la libertad ampliada contrastaba con la libertad restringida de los individuos-propietarios. En 1845, él y su amigo Engels elaboraron una argumentación contra el elitismo de una corriente socialista representada por Bruno Bauer. En 1846 organizaron los "Comunistas democráticos alemanes" en el exilio de Bruselas, y Engels escribió: "en nuestra época, democracia y comunismo son la misma cosa"; es decir, “el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa” (Manifiesto Comunista).
La nueva idea comunista se unía aspiraciones democráticas de masas, entrando en conflicto con las sectas comunistas existentes, que soñaban en dictaduras mesiánicas. En el periódico editado en 1847, pocos meses antes del Manifiesto Comunista, la Liga de los Comunistas anunció: No nos encontramos entre esos comunistas que aspiran a destruir la libertad personal, que desean convertir el mundo en un enorme cuartel o en un gigantesco asilo. Es verdad que existen algunos comunistas que, de forma simplista, se niegan a tolerar la libertad personal y desearían eliminarla del mundo, porque consideran que es un obstáculo a la completa armonía. Pero nosotros no tenemos ninguna intención de cambiar libertad por igualdad. Estamos convencidos... de que en ningún orden social podrá asegurarse la libertad personal tanto como en una sociedad basada sobre la propiedad comunal... Pongámonos a trabajar para establecer un estado democrático en el que cada partido podría ganar, hablando o por escrito, a la mayoría para sus ideas...
Una lección para muchos seudo-marxistas, que siguen soñando, al igual que las fantasías paranoicas de la derecha, con dictaduras encubiertas, en vez de profundizar y radicalizar la democracia.
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