A nuestro paso entre el revolucionario pueblo merideño

Sobre el apostolado socialista

Recién nos despejamos de las mil y una impresiones y experiencias vividas en el Estado Mérida llevando el "Socialismo de las Cosas más Sencillas" y aprendiendo de la mano del pueblo. El sabor que nos queda es agridulce. De un lado nos vimos envueltos, paralizados por un torrente de cosas ajenas a la esencia del socialismo por más que se realicen en su nombre. Las áreas de influencias, los intereses de grupos, el chisme, la manipulación y una suerte de paranoia sustituyen la búsqueda de lo esencial, la anulan, la empequeñecen hasta hacerla invisible; por otro lado, un pueblo con fe, humilde y esperanzado que busca el socialismo en cosas tan sencillas como el servicio, la solidaridad, el logro colectivo y las realizaciones comunales que agrandan la vida y dan color a la esperanza. Lo primero lo encontramos en los espacios tanto del PSUV como de los poderes constituidos, lo segundo en las comunas, en la vida simple del pueblo que busca el socialismo en la paz y los logros prácticos que hacen menos dura la vida cotidiana.

Resulta evidente el divorcio lamentable entre apetencias, proyectos y los fines propios de la construcción de un mundo nuevo. Recibimos muy a menudo demasiadas influencias y estamos sometidos a variadas presiones respecto de cual debe ser la esencia de nuestro ser comunitario. Esto conduce muchas veces a una peligrosa perturbación del sentido de la vista al punto de que ciertos árboles no nos permiten ver el bosque. Encontramos de un lado la fermentación de grupos y hasta amenazas de muerte entre ellos; del otro lado, gente que canta, baila, sueña, lucha y construye. La diferencia es por demás evidente, la elección socialista debería serlo también o perdernos.

La desconexión del apostolado socialista del pueblo da como saldo desencantos y cansancios muy peligrosos. Asumir que los objetivos grupales constituyen la esencia del proceso es una aberración inaceptable. Para muchas personas estar en rol protagónico dentro del proceso evoca una multitud de acuerdos, complicidades y logros que terminan por encubrir el núcleo simple y esencial de esta condición. Se pretende equivocadamente que aquello que se discute y acuerda en una mesa es cosa hecha en el seno del pueblo y encuentra reflejo automático sin solución de continuidad.

Se olvida que todo lo que es verdadero tiene una divina y clásica simplicidad. La historia de los pueblos en marcha nos muestra esa misma tendencia; la verdad simplifica mientras los planes y arreglos que complican. Los fariseos de la época de Jesús caían en ese mismo error. Llegaron a complicar de tal manera lo sencillo que para no ser juzgado o excluido había que cumplir unos seiscientos y tantos preceptos, todos ellos saturados de la teoría básica de "los mínimos imprescindibles" pero olvidaban la simplicidad demoledora, irresistible y profunda del mandamiento del amor.

De ordinario se complica y enmaraña, se levantan muros y códigos con un solo fin: dominar y mandar. Es mucho más fácil de lo que parece caer en este sentido enmarañado del socialismo. La verdad siempre resulta aplastantemente simple: Todo revolucionario socialista, por el mismo hecho de serlo, está llamado a la misión de hacer la revolución con el mismo dinamismo y exigencias que encontramos en hombres como el Che Guevara.

Agustín de Hipona, al referirse al apostolado cristiano decía unas palabras que como apóstoles del socialismo tenemos que hacer nuestras a riesgo de no hacerlo y traicionar la esencia: "Predicad cuando podáis, cuanto podáis, como podáis. Se os pide coherencia y no elocuencia; si en vosotros hay coherencia, en vosotros hablará Cristo"

No se puede ser revolucionario y quedarse mudo. Quien no se desborda en amor a su pueblo está vacío y sólo sirve para apartarlo del camino. Ser socialista es tener la irreprimible e irrenunciable necesidad de hacerse uno con el pueblo. Ser socialista no tiene nada que ver con acuerdos y arreglos de grupos sino con la decisión de levantarse en humanidad con el pueblo al que pertenecemos. No consiste sólo en el conocimiento sino que se verifica en el seguimiento de los caminos de la revolución despojándose de orgullo, vanidad, avaricia, egoísmo y toda clase de injusticia. Coherencia que es la raíz de todas las exigencias revolucionarias. El Socialismo es la ciencia del ejemplo, decía el Che.

No permitamos que los viejos valores enturbien nuestro compromiso. La cosa es relativamente simple aunque exigente y dura. Ser socialista implica la decisión de someter todo otro valor sobre la tierra a los valores humanistas del socialismo y verlos encarnados en el pueblo. Todo socialista que asuma el desafío de serlo tiene que saber que esta es la medida y no otra por más que los aduladores aplaudan los gestos. Un cuadro socialista tiene que saber, vivir y sentir en el corazón y lo profundo de su alma que ese seguimiento supone adecuarse a los valores socialistas que nos arranca el orgullo, la soberbia, la vanidad, el egoísmo y la injusticia, para convertirnos en apóstoles de la libertad y la grandeza humana. Debe experimentar esto con todo su ser y no sólo ciertos días, sino todos los días de la vida. No es un rito a ratos sino un verdadero reto por el que se debe dar la vida, precisamente porque al darla la encontraremos.


¡CONCIENCIA Y COHERENCIA RADICAL!
Nuestras primeras necesidades.
¡VENCEREMOS!

martinguedez@gmail.com


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Martín Guédez


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