No deberán ser calco, ni tampoco inspirarse en los modelos fracasados.
Este tema trascendente nos exige sí volver a Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Mao, Mariategui, el Che…rescatar sus aportes estancados, violados, cosificados… y abrirnos a la creatividad desde un análisis profundo del capitalismo y del imperialismo actual, desde los avances en la teoría de género, desde el ambientalismo consecuente y desde las culturas de nuestros pueblos.
Y desde ese punto de partida, habría entonces que diferenciar el tránsito revolucionario al socialismo del socialismo como meta superior.
Porque la socialización de la economía, la democratización y posterior extinción el poder estatal, la cultura… los cambios en la conciencia individual y colectiva, no son procesos automáticos ni tampoco de corta duración.
El capitalismo en general, y el latinoamericano-caribeño por igual, no es solo un modo de producción, sino sobretodo un sistema de dominación integral. Y si en la economía es inviable una socialización instantánea, también lo es en los demás aspectos de la vida en sociedad.
En nuestra América está clarísimo que los primeros pasos de esa transición al socialismo tienen por misión desmantelar el modelo neoliberal que nos han impuesto y avanzar hacia la sociedad pos-neoliberal, desprivatizando, socializando progresivamente.
Sin embargo, la desprivatización, la modificación de las relaciones de propiedad que estoy planteando, no equivale a la ya fracasada estatización, menos aun a la estatización generalizada.
En el proceso de transición es necesario combinar diversas formas de propiedad y gestión social (empresas estatales cogestionadas, cooperativas, autogestionadas), junto a individuales y privadas.
El tipo de administración, las características de la gestión empresarial, las formas de escogencia de los gerentes y ejecutivos técnicos, no están de ninguna manera desvinculadas de la socialización y de sus esencias democráticas. La participación de los colectivos laborales en la gestión de las empresas y la participación de la sociedad en las decisiones y en la fiscalización de sus procesos es consustancial a la intención de socializar.
Otro capítulo trascendente es todo lo relativo a las regulaciones del mercado, al comercio exterior y a la progresiva transformación de la economía de mercado en economía de valores y equivalencias.
El socialismo, claro está, no es solo economía: Y de ahí lo necesario de la democracia participativa e integral, sustentada en nuevos sistemas constitucionales, creados y desarrollados por la vía de la participación popular, de procesos y poderes constituyentes autónomos, capaces de superar las “democracias” estrictamente electorales, representativas, liberales y neoliberales.
La transición al socialismo y los programas de desarrollo integral son inseparables de la adopción de políticas y planes que reformulen profundamente la relación seres humanos naturaleza, deteniendo y revirtiendo la depredación, la desertificación, la contaminación, el empobrecimiento de la naturaleza y la injusta y bárbara distribución de la misma que le asigna las partes más empobrecida y riesgosa a los(as) más pobres.
La opresión de clase esta atravesada y potenciada por otras variantes de opresión-discriminación-subordinación, entre ellas por el poder de los adultos contra los niños (as) y los jóvenes y por la opresión de género. Y ella a su vez la atraviesa a todas.
La sociedad en crisis que nos proponemos reemplazar, no es solo capitalista-dependiente, sino además de patriarcal (machista), adulto-céntrica, estructurada por imponer el reino, los intereses, las ideas y privilegios a favor de los adultos. La nueva sociedad a crear deberá ser todo lo contrario y diferente en cuanto a suma de felicidades y bienestar social y ejercicio de libertades.