Eduardo
Vásquez es un profesor de filosofía de esos que se pasan la vida enamorando
a la dialéctica. Inútilmente, pues la muy pícara tercamente se les
niega y no se les entrega jamás.
A principios
de los sesenta, Vásquez destacaba porque era un profesor negro en la
UCV, una universidad de profesores blancos, hoy abiertamente racista;
y porque era el único que se decía “marxista no-estalinista”.
Recuerdo haber leído con gran provecho su tésis de doctorado sobre
la Filosofía del Derecho en Hegel. Lo tratábamos entonces con mucho
respeto, aunque nos parecía timorato. En efecto, muy pronto abandonó
sus veleidades revolucionarias, no pudo con el pequeño heroísmo de
la soledad política frente a los estalinistas, ni pudo dejar de ser
(profesor) para devenir (dialéctico). Él mismo lo recordaba, a su
manera, hace un tiempo: "En la Facultad de Humanidades [de la Universidad
Central de Venezuela], en la década de los sesenta, uno no podía hablar
de las irregularidades que ahí se presentaban, porque era darle armas
al enemigo, al imperialismo. Uno tenía que quedarse callado. Si se
denunciaba un atropello, que mataron a alguien injustamente, que se
cometió alguna fechoría, se estaba ayudando al enemigo. Un chantaje.
Terror. La gente se ha olvidado de lo que fue aquello. Fue la primera
vez que me topé con el chavismo. Ahora lo estamos viviendo en el país”.
¿Qué hizo el entonces marxista Eduardo Vásquez para combatir al “terror” de aquella Facultad de Humanidades donde, como escribe con calculada perfidia, no se podía criticar si mataban a alguien por error? Muy sencillo, pactó una alianza electoral con AD y COPEI, los partidos de un gobierno que mataba con o sin error (por aquello del “disparar primero y averiguar después”), los partidos embarrados de sangre estudiantil y ciudadana. Muy fácil: contra el dogmatismo de la Academia de Ciencias de la URSS, el empirismo de la Digepol.
La auto-traición
de Eduardo Vásquez le dejó libre “el campus” a su rival estalinista
Juan Nuño, pope del “actúe ahora y piense después” quien no tardaría
en seguirlo por el camino del arrepentimiento. Uno no pudo con el estalinismo,
el otro no pudo sin él. Ambos se transformaron, por mérito propio,
en grandes cantidades de importancia nula. Pájaros de madera que levantaron
su vuelo al anochecer porque su viaje era hacia la medianoche del basurero
de la historia. Juan Nuño ya murió, Eduardo Vásquez todavía
escribe.
Eduardo
Vásquez tal cual
En el diario
“TAL CUAL” del 4 de septiembre 2008, Vásquez firma un artículo
titulado “DIALÉCTICA Y REVOLUCIÓN”, que comienza con banalidades
de base sobre Hegel y Marx, y una referencia a un libro que recientemente
le publicaron (sobre Hegel, por supuesto). Llegué a la mitad del artículo
sin descubrir a dónde quería llevarme, y me preguntaba si no sería
la suya una “diligencia exterior a su objeto cuya esterilidad se verifica
desde el principio” cuando, de pronto, sin aviso y sin protesto, sin
transición, después de un punto y aparte, se lanza la segunda parte,
que comentaré párrafo por párrafo.
“Ahora
estamos en presencia de un gobierno pseudo-revolucionario, que se autocalifica
de marxista y cuyo jefe es odontólogo, cirujano, faculto en todo saber,
filósofo, historiador, teólogo, etc., pero que destruye todo lo positivo.”
¿Dónde
están las premisas del silogismo que concluye en que el gobierno no
es revolucionario? ¿Dónde y cuándo el gobierno se “autocalifico”
de marxista? (¡me perdí ese ALÓ Presidente!). A Vásquez le molesta
el irrespeto para con las especialidades, no tolera que Hugo Chávez
se atreva a hablar de tantas y tan diferentes cosas, cuando él sólo
sabe hablar de filosofía. Y la pregunta más importante, ¿Qué es
o fue “lo positivo” destruido por Chávez?
“Su negatividad
es un tanque de guerra que todo destruye y nada conserva. No tiene
nada positivo, todo es negativo”.
Vásquez
sigue lamentando “lo positivo” destruido, sin decirnos de qué se
trata ni (si efectivamente fue destruido) por qué merecía ser conservado.
Nuestro Herr Profesor especialista en dialéctica no logra ver la dialéctica
en el Proceso de Cambios que vivimos: nunca antes la negación y la
realización anduvieron tan juntas como en esta superación de la vieja
Democracia Representativa. Tanta pasión por “lo positivo” sólo
puede venir –para utilizar términos hegelianos- de una positividad
tan inmóvil y carente de negativo transformador como la misma existencia
de Eduardo Vásquez. El amor por lo “positivo” parece en él narcisismo,
autodefensa.
“Marx
decía que la historia nunca parte de la nada. Yo, el supremo, parte
de la nada, pues aborrece todo lo hecho.”
No hace
falta ser un bolivariano duro y puro para reconocer que Chávez es el
autor de más referencias favorables a la parte no infame de nuestro
pasado, quién quien más ha conservado y ha tratado de mejorar lo que
no merece ser destruido, incluyendo al mismísimo Eduardo Vásquez con
nuestra universidad felona, la Gran Teta Mater de la UCV. Ningún Presidente
ha enseñado tanto a tantos, y me incluyo, sobre tantas y tan variadas
materias. Nadie, antes que él, hizo tanto por restaurar la dignidad
de todos y cada uno, en el país de indignidad y corrupción que Eduardo
Vásquez, sus adecopeyanos y su Universidad nos dejaron. Podría
citar al poeta Manrique para hablar de Chávez: “Sus hechos grandes
y claros no cumple que los alabe, pues los vieron, ni los quiero hacer
caros pues que el mundo todo sabe cuáles fueron”.
Pero Vásquez
carece de honestidad intelectual para reconocer hechos tan evidentes
como veinte mil médicos y un millón y medio de alfabetizados. Por
eso termina su artículo como cualquier escuálido histérico, negándole
obra y racionalidad a Chávez, y decretando su fracaso:
“La ciencia
no puede basarse en el odio. Es un irracional completo. De allí su
fracaso”.
¿Cuál
odio de Chávez? El único que puede atribuírsele es aquel que
todo humano decente, conocedor o no de la dialéctica hegeliana, tiene
o debería tener hacia la mentira, hacia la explotación, opresión,
miseria y sufrimiento innecesario de millones de seres humanos El mismo
“odio por amor” que manifestaba Eduardo Vásquez allá por los 60
en los alrededores del MIR y las guerrillas de El Bachiller, cuando
defendía el marxismo revolucionario frente a los estalinistas, justo
antes que la necesidad y la comodidad lo vencieran y lo empujaran hacia
el deterioro progresivo que lo trajo hasta el artículo que comentamos.
Nada
¿Quién fracasó? Ciertamente no Chávez sino Eduardo Vásquez, que estudió tanto que no tuvo tiempo de pensar, y pensó tanto que no tuvo tiempo de entender. Algunos académicos, en la vanidad moral de su pensamiento edificante que no edifica nada, suelen creerse la excepción de la regla, una media de seda que flota en la mierda, cuando sólo son mierda dentro de una media de seda. ¡Pobre Eduardo Vásquez! Salir de tan abajo para llegar cincuenta años después, sin dialéctica ni revolución, a la miseria de no ver la dinámica de lo que lo rodea. ¡Qué vida mal acabada! Tantos años repitiendo que “lo racional es real y viceversa” para que el “devenir del mundo” lo encuentre desnudo de conceptos, desmentido y fementido, irreal en su irracionalidad profesoral. ¡Qué despecho al final de una vida! La deshonestidad intelectual es traición a la ciencia y la conciencia.
Sea cual sea el destino de este Proceso, el afortunadamente indefinible socialismo del Siglo 21 o el baño de sangre de una agresión imperial, no tiene nada que ver con Eduardo Vásquez, a quien ahora sólo le falta morirse para recibir el epitafio en latín que se merece: “NIHIL” (nada).