La soberanía de los tiempos modernos arranca con Luis XIV, el llamado Rey Sol, un monarca de los siglos XVII-XVIII. Se apropió del mayor latifundio francés, y terminó identificando el Estado con su persona.
Este monarca se convirtió en un autócrata consumado. Marginó al resto de la aristocracia que cimentaba su poder imperial. Todo llevaba su nombre, todo lo disponía, todo lo despachaba. Hasta balletista fue.
Un docente e Historiador de Harvard, entre otras perlas dice de Luis, palabras o menos:
Su primer paso como gobernante activo durante 54 años en línea fue poner en su gobierno hombres que lo obedecieran sin ninguna reserva.
En el pasado preluisiano los cargos principales habían sido desempañados por grandes nobles en concordancia con el régimen aristocrático que le había permitido ascender a Rey desde sus cinco añitos de edad. Tales funcionarios podían actuar a su libre albedrío o de acuerdo con los deseos del rey.
Luis se ocupó de trastrocar esa situación. A tal efecto los llamó a palacio y los despidió muy diplomáticamente para llamarlos sólo cuando él lo decidiera.
Jamás los llamó. Para suplirlos nombró consejeros salidos en gran parte de la clase madia, hombres sin más derecho al poder que lo que el rey tuviera a bien confiarles. Tanto él como ellos sabían que lo que el rey tenía a bien darles podía también, en cualquier momento, tener a bien quitárselos. Dichos funcionarios no se “montaban cráneos” acerca del origen de su grandeza o de las condiciones en las que se les permitía disfrutarla.
Pero incluso con esos funcionarios que eran escogidos digitalmente por Luis, este resolvió conservar firmemente en sus manos las riendas de su gobierno.
Aunque no fue dueño de una inteligencia extraordinaria, compensaba esa deficiencia con su consagración al trabajo. Insistía en tomar él mismo todas las decisiones. Ningún detalle era demasiado pequeño para escapar a su atención.
Su reinado duró setenta y dos (72) años. Con su “soberanía” preparó la fase revolucionaria burguesa de 1789.
osmarcastillo@cantv.net
