No es la primera vez ni presumo que la última. Ahora resulta que la
mediática internacional nos ha ido envolviendo en una gueubliana mediática
que definitivamente pretende convertir el mercado en causa y efecto del
problema laboral. Intentan evadirse así del plusvalor al que sus teóricos
clásicos y científicos contemporáneos y anticomunistas reconocen, aunque
estúpida e interesadamente lo niegan.
Me gustaría que las víctimas de esta mediática mundial se pasearan por el
silenciado hecho de que ningún país capitalista de antes ni de ahora nunca
ha dejado de ser prioritariamente "proteccionista". Un sistema económico
basal o estructural no sería nada sin la protección superestructural del
Estado. Ese "liberalismo", al que sesudos y connotados intérpretes del
mismo sistema capitalista, con motivo de la reciente burbuja financiera,
señalan como fin del sistema burgués, resulta coherente con el
proteccionismo subyacente. El liberalismo es vendido por los apologistas
del sistema a los países importadores de sus excedentes mercantiles
tecnológicos (ya obsoletos), maquinarias ya desfasadas y mercancías de marca
de sofisticada calidad. Es la conocida y trillada política del "laisser
faire, laisser passer". Como tal, no resulta viable un proteccionismo
divorciado del liberalismo capitalista, ni viceversa.
Los teóricos del mercado, quienes reducen la ganancia a diferenciales de
precios en las transacciones de compraventa, del mercado, también suelen
reducir los procesos de pre mercado o de fábrica a las discusiones y
malestares transitorios de la relación obrero-patronal, a desajustes
contractuales permanentemente perfeccionables sin romper el hilo que
sostiene al sistema. Esos teóricos, decimos, quieren hacer ver que los
empresarios de alto giro, como son los financieros , son las víctimas
iniciales de estas megacrisis . Consecuencialmente, por esa misma razón,
el Estado protege y auxilia con créditos blandos, o sea, mediante un
keynesianismo aplicado a los más representativos empresarios de la alta
burguesía mundial.
Pero esta vez el Estado lo hace con dinero fofo, dinero de papel lábil, sin
respaldo físico, y que contradictoria y posiblemente desate una fuerte
inflación, capaz de superar con creces el esperado derrumbe de los precios,
en lógica correspondencia con la merma del empleo de mano de obra por
despidos masivos.
Esos teóricos temen a la "deflación" que paradójicamente acabaría de
súbito con la existencia e inventarios del mundo capitalismo. Por eso
arbitran estas medidas financieras con dinero inorgánico. Decimos
paradójica, porque la deflación provocada por escasez de demandantes
solventes permitiría la más pronta recuperación de la crisis en juego.
Inferimos, pues, que Karl Marx no aró en el mar. Descubrió el intríngulis
del sistema. Llegó a sus profundidades espaciales y temporales, previno
su fin, sugirió métodos de aceleración para su más pronto derrumbe. Sin
embargo, estuvo consciente de que se trata de reacciones o medidas
proletarias necesaria y trotskistamente macroeconómicas, anticapitalistas,
de difícil implementación sin una nueva moral proletaria, sin una nueva
conciencia social que sólo la madurez generalizada de este sistema podría
engendrar.
El proletariado del trabajador francés, por ejemplo, recientemente sugirió
que las ayudas keynesianas intervencionistas deben ir al bolsillo de los
trabajadores, de los desempleados, y que ya basta de ayuda a los mismos
empresarios que hoy como ayer vuelven a demostrar su absoluta incapacidad
para estabilizar y sostener un modo de vida cargado de mayor felicidad y
paz para las masas trabajadoras.