Se supone que, por lo regular, los periodistas persiguen las noticias. A veces sucede al contrario. Me pasó cuando recibí un correo de Luis Bonilla, directivo del Centro Internacional Miranda, invitándome al foro “Intelectuales, Democracia y Socialismo: callejones sin salida y caminos de apertura".
No podía imaginar que aquella convocatoria me colocaría en un evento hipernoticioso.
Mi primera reacción fue de contrariedad, pues nunca me he considerado un intelectual. Me incomoda que otros lo hagan, como alguna vez hizo Rodolfo Sanz en la dedicatoria de uno de sus libros. Incomodidad que nace de la conciencia de las propias limitaciones —no he leído la millonésima parte de lo que debiera, y abrigo muchas más preguntas que certezas sobre la humanidad—, pero también de la ambigüedad que me produce esa etiqueta. Por un lado, admiro y envidio la cultura, claridad y capacidad de abstracción de los intelectuales, lo mismo que la sapiencia y método del albañil al levantar una pared derecha y de friso perfecto. Por el otro, percibo cierta actitud de superioridad y perdonavidas que algunos intelectuales asumen frente a los demás mortales, desde uno u otro Olimpo ideológico. Les pasa como a los argentinos: pueblo afable, estigmatizado por culpa de egos porteños piti-europeos. O como a los venezolanos por causa de ciertos turistas que van por el mundo derrochando dólares y sifrinería. Pagan justos por pecadores.
Lo cierto es que, con más audacia que propiedad, subí por primera vez en mi vida al PH del hotel Anauco, sede del CIM, el martes 2 de junio. Demoré en entrar al salón, pues me topé con infinidad de afectos y caras conocidas. Una vez dentro, me ubicaron entre Vladimir Acosta y Aram Aharonian. Me dieron un carnet con la inscripción “invitado especial”.
No pude estar en la sesión matutina, pero un par de fuentes me iban reportando, por mensajitos de texto, el contenido de los discursos, todos críticos, pero desde ópticas de izquierda, afines a los ideales del socialismo. Imposible que fuese de otra manera: cada uno debía hacer, en 10 minutos, un balance de 10 años de revolución. Ejercicio que, cabía esperar, obligaba a poner en una bandeja lo bueno y en otra lo malo. Fortalezas y debilidades. Éxitos y fracasos. Oportunidades y peligros. En fin, lo que se hace en todo balance, salvo en los destinados a la propaganda. Una de mis fuentes me sugirió un título para una reseña sobre aquel encuentro: “La revolución se revisa”.
Heterogéneos
Sólo pude escuchar de viva voz las intervenciones de Luis Britto García, sentado en la hilera de enfrente, Javier Biardeau,Miguel Ángel Pérez Pirela y Mario Sanoja Obediente. Me llamó la atención la notoria contradicción entre Britto y Biardeau: el uno, marxista ortodoxo, contrario al “híbrido insostenible” de capitalismo y socialismo que observa en la Revolución Bolivariana, y el otro, también marxista y crítico, pero con una visión diferente, más heterodoxa o, si cabe el término, y que me perdone Javier, socialdemócrata. No oí hablar de “hiperliderazgo”.
Aquello era un escenario soñado. Desde el 2007, cuando moderé debates televisados sobre la reforma constitucional, no asistía a un lugar donde estudiosos del tema expusieran ideas discrepantes sobre el modelo de socialismo planteado para Venezuela, todos desde el compromiso y la lealtad con la revolución en curso, unidos en la diversidad.
A mi turno, agradecí la oportunidad de hablar ante tan distinguida concurrencia, confesé mi aprehensión frente al término “intelectual” y consideré que había sido invitado más bien por periodista.
Mostré entonces un documento titulado “Propuestas y estrategias para el proyecto de reconstrucción de la República de Venezuela”. Fue elaborado por la recién resucitada Coordinadora Democrática. Llamé la atención sobre la fecha: 16 de octubre de 2002, siete meses después del golpe de abril, lo que confirma que el propósito de acabar con la República Bolivariana quedó vivito y coleando aún después del frustrado ensayo de Pedro Carmona y compañía.
Por esos días del foro estaba fresca la debelación de un complot para atentar contra el presidente Hugo Chávez en su viaje a El Salvador.
Comenté el friíto en el estómago que uno siente cuando se imagina un magnicidio exitoso. Me pregunté si la República Bolivariana sobreviviría a un escenario como ése y opiné que no. Por eso consideré risible el llamado “chavismo sin Chávez”, cuando lo deseable sería, en todo caso, Chávez sin cierto chavismo.
Lo demás está en Internet. La gente del CIM subió los videos en la página www.youtube.com, donde basta con colocar en el buscador las palabras “CIM intelectuales” para que aparezca un listado.
Allí están colgadas las disertaciones de Luis Britto García, Vladimir Acosta, Gonzalo Gómez, Eva Golinger, Michel Lebowitz, Aram Aharonian, Carmen Bohórquez, Arístides Medina Rubio, Carlos Carcione, Anaelisa Osorio, Vladimir Lazo, Fausto Fernández, Rubén Alayón, Mario Sanoja, Luis Damiani, Juan Carlos Monedero, Rubén Reynoso, Santiago Arconada y quien suscribe.
Quien se tome el tiempo de verlas y escucharlas, sin cortes ni ediciones, comprobará que allí hubo un ejercicio de reflexión en medio de la diversidad, un intercambio de opiniones que convocó a un amplio abanico del pensamiento de izquierda venezolano.
Hubo desde discrepancias de fondo, como las de Britto y Biardeau, hasta de forma, como la expresada por el respetado profesor Sanoja con respecto a mi postura favorable a la apertura de espacios para el debate con la oposición local, en línea con el que promovió, sin éxito, el presidente Chávez ante un evasivo Mario Vargas Llosa.
Ser o no ser
Se cometería un error, pues, si se despacha a los participantes del foro como un colectivo homogéneo. Lo cometería cualquiera de ellos que apareciera presentando sus propios criterios como la opinión de un conjunto y también quienes, desde afuera, asumieran como colectiva cualquiera postura individual allí expresada. Que yo sepa, ningún documento fue sometido a discusión y voto para que sirviera de pronunciamiento. No se constituyó ningún grupo de opinión y mucho menos una facción política. Sólo se atendió una convocatoria para aportar ideas, sin miedos ni chantajes.
Una amiga se preocupó porque, en su reacción ante el escándalo suscitado por el foro, el presidente Chávez comentó, refiriéndose a los allí presentes, que “no todos eran chavistas”.
La tranquilicé recordándole que el propio Chávez ha rechazado el uso de esa etiqueta, construida a partir de su propio apellido. Él prefiere, según ha dicho en anteriores ocasiones, que la gente se reconozca como revolucionarios o, mejor aún, socialistas.
Y es que el término “chavista”, a secas, implica apenas identidad con una persona y el significado de la palabra puede mutar en el tiempo hasta desfigurarse. Le pasó a Carlos Marx, quien se espantó ante los disparates que se cometían en su nombre y llegó a decir: “Sólo sé que yo no soy marxista”.
Le recordé a mi amiga que, en mi caso, cuando alguna vieja histérica de la oposición me increpa en la calle preguntándome “¿tú eres el chavista?” le respondo “sí, y a mucha honra”, pero cierta vez, en una entrevista para El Tiempo, de Puerto la Cruz, Igor Molina me preguntó si yo era chavista light, y le contesté: “El dueño del apellido es Chávez. Así que el único que puede decir quién es y quién no es chavista es Chávez”.
Jamás he escuchado a Vladimir Acosta y Luis Britto García, por solo citar dos casos, proclamarse tales. Pero nadie puede dudar de su identidad con la Revolución Bolivariana y con el liderazgo de Chávez, ni de los aportes que hacen cotidianamente en la confrontación con la derecha y al advertir sobre los pasivos internos que aquélla arrastra.
Como dice el poeta africano Soyinka: “El tigre no anda por ahí proclamando su tigritud. Simplemente salta”.
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