Se habla
de “artillería del pensamiento”, planteando la centralidad de la
batalla de las ideas en el contexto de la transición al nuevo socialismo
del siglo XXI. Insistimos, no hay aún suficiente debate pluralista,
democrático, revolucionario y socialista en el campo nacional-popular,
en el bloque histórico nacional-popular emergente.
Comienzan
a perfilarse los síntomas y problemas teóricos, ideológicos y políticos
de tal debate. Aparecen las nostalgias a los métodos policiales, burocráticos
y las descalificaciones “ad hominem” a los múltiples voces que
desean otro socialismo para el siglo XXI. Pero se trata de abrir el
debate, de metabolizar; asimilar, apropiarse crítica y activamente
de las enseñanzas del colapso del socialismo burocrático del siglo
XX.
La construcción
de un campo político-cultural socialista, revolucionario y democrático
renovado pasa por superar el fantasma de las dos izquierdas: el reformismo
socialdemócrata y el estalinismo.
El campo
de la izquierda reformista deja intacta las relaciones de producción
y su estructura de mando capitalista, se queda en las medidas de justicia
distributiva y redistributiva. Estas medidas son indispensables, pero
son insuficientes.
El campo
de la izquierda estalinista traspasa el poder efectivo del sistema económico
a la capa estatal tecno-burocrática: las llama nacionalizaciones socialistas.
Se genera la ilusión de la propiedad común, pero mediatizada por un
poder constituido, no constituyente, por una institucionalidad política
y administrativa que se resiste a una transformación socialista del
Aparato de Estado, que sigue siendo en sus formas y contenidos, profundamente
capitalista.
El quiebre
de estas visiones pasa por el control obrero y la autogestión directa
del polo asalariado de los medios de producción y cambio: por la propiedad
social auto-administrada de los trabajadores y trabajadoras, construyendo
un plan social, escúchese bien, plan social (no plan burocrático de
una nueva casta política), lo que supone, democracia socialista; es
decir, participación y protagonismo directo de los trabajadores organizados
en la formulación, ejecución, seguimiento, control y evaluación del
plan socialista. Las acciones de recuperación de empresas por parte
de los trabajadores y trabajadores de Nuestra América muestra que esto
es posible y factible, que genera un nuevo poder social, un autogobierno
desde abajo.
La democracia
socialista rompe la separación entre decisión y ejecución, entre
el plano político y económico. Transforma el hecho económico en una
política de antagonismo de clases. De antagonismo frente al Capital
y su lógica de reproducción metabólica. Sin estatismos, sin estructura
de mando de la tecno-burocracia y sin mediatización del aparato político
dominante.
No hay posibilidad
de disfrazar los compromisos que se transparentan en los discursos,
en las nociones, conceptos y categorías de algunas tendencias de opinión
con el “marxismo soviético”. Se trata de dinosaurios de la vieja
izquierda. Del discurso y las consignas de estas tendencias podemos
analizar sus enclaves institucionales, sus apoyos económicos, sus conexiones
políticas, sus silencios frente a la “derecha endógena”, su incapacidad
de analizar los vínculos entre las fracciones capitalistas monopólicas
con la alta dirección político-partidista en el seno de la propia
revolución bolivariana, sean de carácter “público” o “privado”.
Las conexiones económico-políticas ocultas del capitalismo de estado,
se obvian y se desplazan a presuntos “enemigos internos”. Esto también
lo hacían los gerentes y directores de las unidades de producción,
de la burocracia administrativa del Estado y los funcionarios partidistas
durante la hegemonía estalinista en su proyecto de edificación
del “socialismo en un solo país”.
Las capas
de la tecno-burocracia estatal, promotoras del capitalismo de estado,
articulan discursos social-estatistas; es decir, aparentemente “socialistas”.
Sin embargo, su realidad es el nacionalismo-estatal, no la democracia
socialista participativa. Confunden deliberadamente nacionalizaciones
con socializaciones. Es una vieja historia. Socialismo revolucionario
es socialización efectiva del poder social: económico, político,
cultural e ideológico. Es autogobierno de masas. Protagonismo y participación
popular, de las clases trabajadoras, del campo y de la ciudad en la
gestión directa de los asuntos económicos, sociales, políticos, ideológicos
y culturales. No puede confundirse la “propiedad jurídica” con
la apropiación efectiva de los medios de producción por parte del
bloque histórico de clases explotadas, oprimidas y enajenadas. Este
es un viejo error, y una vieja política.
No hay “Estado
de todo el pueblo” (dixit Stalin). Lo que puede existir es
la destrucción de la forma-estado en un periodo de transición dando
paso a lo sumo a un semi-Estado, a una forma-política de transición
profundamente controlada desde abajo, por la participación protagónica
del bloque histórico de las clases, grupos, sectores anteriormente
dominados y explotados. Y esto pasa por una democratización intensiva
y extensiva del Estado, no por su encerramiento burocrático, corporativo,
militar-policial y jerarquizado. No era casual que Engels, sustituyera
en sus escritos la palabra “Estado” por la palabra “Comunidad”.
Se trataba aún de un marxismo crítico y revolucionario, sin degeneraciones
burocráticas en el pensamiento socialista.
Este preámbulo
es importante para comentar la significación que en Ludovico Silva
tenía la distinción entre ideas y creencias. Ludovico se negaba a
considerar la “ideología dominante” como un “sistema de ideas”.
Pensaba que la ideología, en sentido restringido, sería “falsa
conciencia” de las clases dominantes: creencias, valores y prejuicios.
Ludovico planteaba que las creencias podían ser contra-atacados por
la actividad reflexiva y consciente del pensamiento crítico socialista:
“(...) las ideas de la ideología no son tales ideas. No son ideas,
son creencias; no son juicios, son prejuicios; no son resultado de un
esfuerzo teórico individual, sino acumulación social de las “idées
reçues” o lugares comunes; no son teorías creadas por individuos
de cualquier clase social, sino valores y creencias difundidos por la
clase económicamente dominante.” (Teoría y práctica de la ideología,
Ludovico Silva. Editorial Nuestro Tiempo, Décima Primera Edición,
1982. Pág. 21.)
El combate
frontal contra la industria cultura capitalista era complementario a
la crítica de manuales, diccionarios y lugares comunes del marxismo
burocrático, del socialismo realmente inexistente, como testimonio
de lucha por el pensamiento crítico, por la heterodoxia (la misma heterodoxia
que defendió Mariátegui), de contra-hegemonía cultural liberadora,
de pensamiento marxiano.
Sin necesidad
de recurrir al dictat del Hismat-Diamat, Ludovico Silva logró
liberar la lectura de Marx del marxismo vulgar soviético, liberarlo
de la simple administración de consignas y formulas de fácil consumo
y de idiotización generalizada, como las narrativas de marca comercial
de la industria cultural de masas. En el fondo, liberaba la utopía
concreta del socialismo revolucionario de la realidad trágica del socialismo
burocrático. Para eso era importante leer a Ingenieros, Ortega y Gasset,
o Sábato, y no amurallarse en los Manuales de la Academia de Ciencias
de la URSS.
Decía Ingenieros:
“La Revolución Socialista Rusa es un experimento cuyas enseñanzas
deben ser aprovechadas, sin que ello importe creer que es un
modelo cuyos detalles convenga reproducir servilmente en cualquier otro
país.”
Uno pudiera
decir lo mismo con el conjunto de las experiencias socialistas del siglo
XX, positivas o negativas, desde la Yugoslavia de Tito, la Cuba de Castro,
la China de Mao hasta la Camboya de Pol Pot. El asunto clave es el anti-dogmatismo;
está en suponer si constituyen o no “modelos de socialismo” para
justificar creencias, para reproducir servilmente.
El pensamiento de creencias es servil, es una manifestación del pensamiento degenerado por el hábito por el lugar común, una muestra de producción en masa de engranajes, no de seres humanos críticos y reflexivos. Mas que repetir la creencia en el “método de crítica y autocrítica”, podríamos ir a las fuentes, partir de la reflexión y la auto-reflexión crítica, beber en las fuentes de la razón histórico-crítica. Nos toparíamos seguramente con Marx, con su crítica al cualquier fetichismo y alienación. Se trataría de sumergirse en la posibilidad de la conquista de un pensamiento autónomo, no de la construcción de conformismo y sumisión social. Nada de manuales, nada de guiones, nada de credos. Hay que pensar con cabeza propia y críticamente, esta es la soberanía cognitiva. Si caligrafías mentales, sin discursos empaquetados, sin la consigna-fetiche que paraliza la reflexión crítica, sin opio para el pueblo.
Por tanto,
la lucha en el siglo XXI es en dos frentes: contra el capitalismo histórico
y contra las regresiones burocráticas que hablan “en nombre del socialismo”.
Ambas son la barbarie. Nada fácil, pero no imposible. El historiador
inglés, Erich Hobsbawm, planteaba en su momento la necesidad de separar
la cuestión del socialismo en general de la práctica específica del
socialismo existente. Thompson planteó separar definitivamente las
aguas de la “familia de tradiciones marxistas”, y afirmó: ¡ninguna
concesión al estalinismo!: Socialismo Revolucionario si, pero profundamente
democrático. Anti-dogmatismo y anti-burocratismo para enfrentar la
contra-revolución estalinista.
Esta distinción
permite afirmar que el colapso del socialismo soviético, ni de cualquier
estatismo burocrático-autoritario de izquierda, no empaña la posibilidad
de otros “modelos de socialismos”. Hay que ir más allá de las
sociedades estatistas, centralistas y burocráticas donde el pueblo
deja de ser el protagonista y los órganos de participación popular
se transforman en entidades puramente formales; donde el partido, o
el Líder supremo e indiscutible, se transforman en la autoridad absoluta,
en el único depositario de la verdad, eliminándose el debate de ideas,
considerándose “diversionismo ideológico” o “desviaciones pequeño
burguesas”, cualquier crítica a una política en curso.
En estas
sociedades estatistas-burocráticas, el Líder infalible o el partido-aparato
terminan por controlar todas las actividades: económicas, políticas,
culturales y, como en la URSS, poco a poco, el gobierno democrático
directo de los soviets fue derivando en una dictadura del partido, responsable
de verdaderas regresiones históricas, entre ellas los horrores vividos
durante el período de contra-revolución estalinista. No es cuento,
es tragedia, sufrimiento, humillación y dolor. Solo basta hurgar en
el subsuelo de las vivencias de quienes han dado testimonio de sus experiencias
directas.
Tal vez sería
conveniente pasearse por la recuperación de Ludovico Silva de viejos
temas de Ortega y Gasset, para recrear el pensamiento crítico. La máxima
eficacia sobre nuestro comportamiento reside en las implicaciones latentes
de nuestra actividad intelectual, en todo aquello con que contamos y
en que, de puro contar con ello, no pensamos. Esta en el estrato
de las creencias, prejuicios y presupuestos.
Estas creencias
de base constituyen el continente de nuestras vidas, son “ideas que
somos” para Ortega y Gasset. Foucault hablaría de epistemes, Kuhn
de paradigmas, Marx de ideologías. Son simples lugares comunes, fetiches
ideológicos que repetimos sin reflexionarlos críticamente. Y los fetiches
nos convierten en analfabetos políticos, pues dejamos efectivamente
que otros piensen y decidan por nosotros. Son el climax de la
sumisión ideológica.
Con las creencias
simplemente estamos en ellas. Ellas hacen de nosotros “marionetas
ideológicas”, una suerte de “antenas repetidoras” que reducen
la ansiedad, que paralizan la actitud crítica, hasta convencernos de
que efectivamente nos sostienen, que son nuestro fundamento espiritual.
Pero las creencias son prejuicios, no juicios. Son hábitos de pensamiento,
son costras que nos llevan a errar cuando compulsivamente nos dominan.
Hay que impedir que nuestros pensamientos se conviertan en creencias
para los otros, púes lo que deben suscitar son pensamientos todavía
mas críticos, respuestas y replicas que profundicen la inteligencia,
la sensibilidad y la voluntad autónoma. El pensamiento crítico socialista
no abona fanatismos, ni sectarismos ni manipulaciones psicológicas.
Ludovico
Silva abordó la teoría y practica de las ideologías, planteando como
Ortega y Gasset que las "ideas" eran resultado de nuestra
actividad intelectual, de nuestra responsabilidad intelectual. Pues
todos y todas somos intelectuales, como somos seres políticos, y seres
integrales. Ya Marx es sus manuscritos económico-filosóficos nos dibujaba
algunas intuiciones sobre la posibilidad de edificar seres humanos multilaterales.
Hay que luchar
contra los prejuicios ideológicos, que “operan ya en nuestro fondo
cuando nos ponemos a pensar sobre algo”. Por eso no solemos formularlas,
sino que nos contentamos con aludir a ellas como solemos hacer con “todo
lo que nos es la realidad misma”.
Las teorías
críticas, en cambio, aun las más verídicas, sólo existen mientras
son pensadas: de aquí que “necesiten ser formuladas”, puestas en
discurso de manera reflexiva. Para Ortega y Gasset la vida de una época
debía evaluarse no por su ideario sino por el estrato de sus creencias.
Decía que “fijar el inventario de las cosas con que se cuenta, sería,
de verdad, construir la historia, “esclarecer la vida desde su subsuelo”.
No dejemos
que el subsuelo de las creencias estalinistas se conviertan en la verdad
oficial del socialismo. Es desde la crítica a este subsuelo de nociones
y presupuestos del Socialismo del siglo XX, que se pueden evitar los
errores y desvaríos de la “ortodoxia socialistas del siglo XX”.
Si se tratara de credos, como quien está operando bajo la lógica de
los rezanderos, sería mejor comenzar con una creencia paradójica:
“todo lo solido se desvanece en el aire”. No defenderemos la mitología
de la URSS como país socialista, pues fue un experimento de transición
al socialismo, que como Marx, Luxemburgo y Trotsky plantearon, solo
podría existir en tanto fuese un socialismo de escala mundial. Existirán
proyectos socialistas, gobiernos con medidas que apuntan hacia el socialistas,
pero no hay socialismo en un solo país en un cuadro de mundialización
capitalista. A lo sumo serán, países en transición al socialismo.
Por esto es que el socialismo es internacionalista, no porque apoya
“socialismos nacionales”, sino porque apoya la revolución socialista
a escala mundial.
No es hora
de rezanderos, es momento de debates, de poner las ideas a moverse,
no a pararse de manos en creencias y prejuicios. La revolución es el
poder constituyente en acto, en movimiento, no hacerle tareas de propaganda
ideológica al poder constituido, pues lo constituido es el “capitalismo
de Estado”. Chávez no es el socialismo auténtico, Chávez es un
líder revolucionario que impulsa el socialismo a escala mundial. Y
los líderes revolucionarios del siglo XXI no son fetiches infalibles,
deben aprender a mandar obedeciendo al pueblo.
jbiardeau@gmail.com