La mano invisible del mercado es una metáfora polivalente. La introdujo someramente en Economía el científico escocés Ádam Smith, y pensamos que luego de más de 200 años ha sido muy aludida pero no suficientemente elucidada. La cuestionan los proteccionistas burgueses, y paradójicamente también lo hacen los marxistas. Smith sostuvo que el equilibrio del mercado respondía a un orden natural, o “divino” si a ver vamos, por lo que la acción del Estado salía sobrando.
Este es el caso: Para los intervencionistas y proteccionistas, más allá de la regulación espontánea, el mercado debe ser controlado a fin de mantener un mínimo de equitatividad entre vendedores y compradores. El equilibrio oferta-demanda evitaría tanto especulaciones como reducciones en la tasa de ganancia.
Mediante esa tesis contraria al libre mercado se pretende influir en la producción para que esta se adapte mejor a las necesidades cuantitativas populares, aunque sin ir al fondo del desequilibrio social. Un Estado proteccionista podría impedir la competencia desleal y la escasez artificial, pero con esta regulación terminaría entorpeciendo el empleo de recursos materiales y de trabajadores, cuestión esta que de entrada es intolerable para el capital. De resultas el remedio podría ser peor que la enfermedad del caso.
Es que si bien el Estado reconoce la contrariedad de intereses entre vendedores y consumidores, guarda mutis ante la contradicción entre productores y asalariados. Digamos que el Estado da prioridad al mercado frente a la producción, niega la explotación dentro de esta. Con todo eso no sólo regula el mercado sino que protege el modo de producción vigente. Se trata, pues, de un proteccionismo conservadurista.
Por su parte, el Marxismo atribuye a la contradicción de clases entre patronos y asalariados los desequilibrios del mercado. El productor sólo oferta un volumen rentable y mercadeable, y correspondientemente los asalariados deben ser solventes; afirma que al respecto el Estado se muestra incapaz de partida para ejercer una regulación eficaz debido a que es muy falso que el mercado determine la producción, sino todo lo contrario. Afirma que si no se ataca el modo burgués de producción su intervención resulta demagógica.
Como lo maneja esta doctrina, los productores se truecan en comerciantes y los asalariados en consumidores de productos finales. Los desequilibrios del mercado son recurrentes, y a lo sumo, dice, el Estado regula ocasionalmente algunas desviaciones mercantiles pero sin llegar al meollo de la producción.
Tampoco comparte la idea de una regulación extraeconómica naturalista. La Economía es una ciencia eminentemente materialista e histórica, por lo que sólo la lucha entre proletarios y burgueses podría dar cuenta de las injusticias mercantiles que no resuelven la cuestionada mano invisible del mercado ni el Estado intervencionista.
La lucha convencional entre patronos y asalariados no pasa de ser simples pujas mercantiles entre un patrono que pretende minimizar sus erogaciones para maximizar sus ganancias, y un asalariado que apenas aspira a comer y vivir un poco mejor. Se trata de la vieja, desfasada, ineficiente y fracasada lucha sindicalista. En el mercado también se trata de una lucha entre consumidores y vendedores donde unos buscan más ganancias, y otros una mayor cesta alimentaria
El Marxismo ataca tanto las políticas proteccionistas como las liberalistas. Esgrime que proteger al productor es tolerar la explotación de los trabajadores asalariados, y el liberalismo supondría libertad de contratos que también beneficia al patrono frente al indefenso asalariado.
Entonces veamos otra versión de esta interesante metáfora económica:
La mano invisible del mercado es una verdadera e inviolable ley de amplia aplicabilidad inherente y connatural al modo capitalista de producción. Por insistentes y variadas que sean las regulaciones estatales siempre la puja entre oferentes y demandantes dará cuenta de la oferta, de la demanda y del precio final, independientemente del fijado por el Estado. Hacia allí apuntó Ádam Smith; de tal dimensión fue la profundidad de sus análisis.
La mano invisible del mercado explica las desviaciones o incumplimientos de la ley de la oferta-demanda ya que esta se muestra ineficaz cuando el productor decide acortar la producción por falta de demanda solvente, ante lo cual ningún otro capitalista podría animarse para suplir el faltante ya que este no existe salvo que bajen los precios, pero estos tienen siempre el límite impuesto por la tasa media de ganancia que a la sazón sirva de brújula a todo en empresariado de productores, comerciantes y banqueros.
Una cosa son las necesidades de los consumidores, otra las obligaciones del Estado, y otra los apetitos lucrativos de los capitalista, sin embargo el Estado intervencionista o liberalista siempre tiene en mientes a toda la ciudadanía que representa a todos sus ciudadanos, y no cae en la cuenta de que los empresarios sólo sirven a sus clientes. Al Estado le resulta congruente y compatibilizable las necesidades de los ciudadanos y las del capital; pensar en contrario sería negar su propia esencia burguesa.
El Estado no se enfrenta a dos clases definitivamente antagónicas, la una busca sacarle provecho al consumidor que también funge de trabajador, mientras que los ciudadanos como clientes o consumidores, y como trabajadores están respectivamente a expensas de los vendedores y de los patronos. Obviamente, el Estado no puede armonizar tan distintos criterios ni intereses.
Cuando Ádam Smith atribuyó un orden natural a la Economía, y de allí tomó su mano invisible, simplemente dio por estacionarias las condiciones sociales entre productores y trabajadores, pero estaba consciente de que no se trataba de acciones naturales de índole vegetativa ni algo parecido. Por eso se trata de una metáfora.
La mano invisible del mercado ha estado presente en cada crisis y su correspondiente solución sin que ningún Estado haya tenido injerencia directa ni determinante. Las subvenciones estatales o auxilios financieros siempre se traducen en déficit del Fisco Nacional con lo cual se ocasiona malestar general al consumidor, y los subsidios al consumidor desestimulan la aplicación de nuevos capitales, todo lo cual hace inoperante la regulación estatal y refuerza la ingobernabilidad de la referida mano invisible. Cierto que no todos los países capitalistas marchan igual ni no todos son viables, pero una cosa es aliviar las tensiones económicas de corto plazo y regionalmente, y otra resolver su permanente y cíclica problemática en todos los países imperialistamente involucrados.