Simón Bolívar, tan laureado, venerado, perseguido, endiosado y muy utilizado, ofrece un bajo parangón con el vilipendiado, odiado, satanizado, marginado, silenciado, tergiversado y muy poco utilizado Carlos Marx, pero ambos tienen en común “haber arado en el mar”.
Luego de lanzado al mundo el “Manifiesto Comunista” (Marzo, 1848) las enseñanzas de sus autores llevan sus buenos siglos sin ser suficientemente aplicadas. Como docentes, Marx y Engels no han tenido muchos alumnos sobresalientes, que digamos, pero a Bolívar estos le han sobrado y siguen apareciendo por toda América y más hasta allá.
Si el proyecto libertario y justiciero de este último lleva 200 años sin ser eficazmente aplicado, el de Marx parece ir por el mismo camino.
Al margen de Bolívar y de Marx, la desunión del proletariado del mundo, apenas apelotonado como aceite y vinagre por esporádicos líderes de lo más populistas o pseudomócratas continúa, sigue produciendo pobreza y desilusiones, y servir ambos de romántica esperanza con platonizada candidez también los une.
Hay muchas razones especulativas que la elucubración popular pudiera exponer para explicar por qué la generosa semilla de elevado potencial de felicidad y justicia para la humanidad ha tardado tanto tiempo para que, cual trilogía de personas fundidas en una sola, termine de unir sus lazos de “libertad, fraternidad e igualdad”.
Hay una razón de peso que podría explicar los fracasos de tantas tentativas libertarias. Esta razón constituye el principio y objetivo básico de la obra de Marx, y en esto, la precocidad científica y premonición de éste superó en mucho el idealismo, buenas intenciones e ingenuidad del otro.
Estamos hablando de la desigualdad social que se halla pesadamente asentada en la “infraestructura” del modo de vida burgués. De perogrullo, donde halla 2 o más clases sociales, una explotada, y explotadoras las demás, no puede haber igualdad. Si el piso de una sociedad y sus fundaciones y pilares se hallan fracturados, resulta iluso erigir cualquier edificación estable para todos sus habitantes.
La sociedad donde vivimos no puede garantizar ningún tipo de igualdad social que de alguna manera merme los privilegios de sus clases de mayor poder económico, ya que eso es y sería un contrasentido.
Mientras no se admita que mejorar las condiciones de los asalariados sólo perfecciona y alarga la relación burguesa; que mientras al lado de desempleados y marginados sólo mejoran las condiciones de algunos trabajadores, entonces jamás podrá haber libertad ni fraternidad ni igualdad ni unión proletaria local, ni regional ni mucho menos mundial
Paradójicamente los trabajadores que van corriendo con mejor fortuna por equis razones políticas, familiares, ecdémicas o naturales, jamás podrán unirse al resto del proletariado rezagado. Por el contrario, ha sido comprobado que mientras mejores sean la remuneraciones laborales de muchos asalariados, estos más se alejan de su condición social originaria y pasan a engrosar las filas de la mediana burguesía. En esta, por supuesto jamás serán asimilados como tales, pero sí muy bien usados como férreas férulas contra la protesta del resto de los trabajadores. A lo sumo, terminan pareciéndose entre sí, como bien lo afirmó el escritor Leon Tolstoi.
Estos pseudoburgueses, autollamados “clase media”, terminan siendo usados como falsas pruebas vivientes de que en la sociedad capitalista se puede ascender desde el oscuro “hueco de la pobreza” a prístina la libertad de otro mundo exterior. Las mejoras salariales son el mejor mecanismo de alienación con que cuenta la burguesía para seguir alejando la completa posibilidad de unión proletaria
Por eso podemos afirmar que Marx ha arado transitoriamente en el mar esperando una unión de proletarios al margen de una generalizada y global revolución que elimine la división social clases y la figura del aslarariamiento. Allí también aró definitivamente Bolívar cuando pretendió quitar privilegios a unos para otorgárselos a otros, principalmente en aquellos tiempos de plena efervescencia del burguesismo en aquellos territorios americanos posindependendistas. El logro de igualdad entre los hombres es una utópica tarea, de partida tan árida como el mar cuando se pretenda igualar por encima lo que se halla roto por debajo.