Dentro del colectivo revolucionario honesto, exceptuando a los alcanzados por ese cáncer de la corrupción y el burocratismo -ambos se complementan-, aquellos que trabajan activamente por el gatopardismo revolucionario, por frenar, obstaculizar y contener, se está produciendo un fenómeno que no debería sorprender a nadie. Mientras un grupo reconoce la peligrosidad del momento y dedica sus mejores esfuerzos a identificar y combatir las mil aristas de la conspiración, otro grupo pareciera absorto en los ideales de una revolución etérea y perfecta que sólo tiene cabida en sus mentes. Una revolución ideal que poco o nada tiene que ver con los lodos por donde ha de pasar esta carreta de la historia. Lucubran sobre teorías y especulaciones imaginando un camino limpio, pulcro, sin baches ni charcos, un camino ideal que obliga a recordar las palabras de El Libertador en el Manifiesto de Cartagena.
En la construcción de este ideal olvidan lo que es vital: No hay revolución, ni perfecta, ni etérea, ni ideal, ni sucia, ni encharcada, si la Revolución se pierde a manos de sus enemigos de clase. Construir el Socialismo del Siglo XXI exige, en primer lugar, tener qué, con qué y donde construir. Observar como se descuida la trinchera para abrir un permanente hueco por donde el enemigo histórico clava su pica es poco menos que suicida. ¿Qué se debe tener un debate permanente? ¡Y, claro, como no!, cualquier otra pretensión es hermetismo intelectual. Quien tiene su propio repertorio de ideas, también tiene no sólo el derecho sino el deber de expresarlas. Lo grave es ignorar los avances del enemigo o las armas que con alguna postura le ofrecemos en bandeja de plata.
Insistir en esa actitud es vanidad revolucionaria pura y lasa. Denota una convicción ideológica de selección, de perfección, que en el fondo les viene de su propia vanidad. A la postre, una construcción intelectual de carácter ficticio siempre rebelde y problemática. Siempre urgida de confirmar una perfección ideal que nunca terminan de asumir para sí mismos, pero que reclaman en los demás. La idea que tienen de si mismos exige la constante confirmación en los otros para sostenerse. Una peligrosa compañía en el combate. Siempre distraídos con las luces que manan de sus dorados ombligos, no solo no se disponen a la defensa de la barricada sino que enganchan a los demás en sus cuitas. ¡Total, al final, siempre estarán limpios, sin una mancha, impolutos, brillantes, como una bola de billar! ¡No se mojan jamás, sólo apuntan hacia los mojados!
Si me lo permiten, -no quiero ofender a nadie- son tontos, y el tonto es siempre peligroso, la tontera no les permite advertirse a sí mismos. Se niegan el supremo acto de inteligencia: la capacidad de huir de la tontería. No se sospechan ellos mismos y eso es muy peligroso. Se sienten cómodamente instalados en su tontería hasta hacer imposible llevarlos de paseo lejos de sus castillos ideales. Anatole France decía que un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio jamás.
No quiero imaginar siquiera que esta especie de infantilismo revolucionario no sea inocente. Como no quiero imaginarlo, les ruego a los camaradas apelar a toda su capacidad intelectual y su adhesión revolucionaria para afinar la puntería hacia el enemigo real. Observar como estas veleidades ideológicas, esta frivolización del debate, este refuerzo constante del deber ser etéreo, aleja y va demoliendo la confianza en el proceso de mucha gente. Va siendo también un poderoso instrumento para la estrategia de la derecha. Sobran las amenazas de subversión del orden constitucional, están nuestros barrios minados por drogas distribuidas por paramilitares, los medios de desinformación enloquecen a la población sin descanso, buena parte de la derecha enquistada en el aparato burocrático sabotea a placer la mayoría de las obras del gobierno, el mezclote en que se ha convertido el control por gobernadores y alcaldes de las instancias políticas del partido esterilizando su rol “profético” para convertirlo en apañador de vagabunderías mientras una buena parte de nuestras fuerzas se distrae en buscarle cinco patas al gato teórico. El mapa de la batalla está clarito. Distraernos en algo distinto a la defensa del bastión revolucionario, es obrar -por activa o por pasiva- a favor de la contra. No quiero recordarles a donde irían a parar todos nuestros “debates intelectuales” si la contra llegara a triunfar. Imagino que, al modo del Rey Boabdil, nos pondríamos a llorar como niños y niñas -una concesión al género- lo que no supimos defender como hombres y mujeres, claro, esto, para los que queden vivos para poder hacerlo.
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