Si se persiste en la adoración a los mismos dioses no habrá manera de dar pasos sólidos hacia el socialismo del siglo XXI. Mejor dicho, a ningún tipo de socialismo. Los dioses del mercado lo dominan y personifican todo, vicios y virtudes, y cada día son más glorificados incluso en pleno proceso de nuestra revolución bolivariana; pareciera que asirnos a ellos, usarlos como nuestros portaestandartes, forma parte de nuestra lucha liberadora. Podrán hacerse todas las leyes que se quiera, hablar 24 horas al día de los cambios revolucionarios más radicales, pero si continuamos adorando a los dioses que nos trajeron a punta de espadas, arcabuces, bayonetas o portaviones, no habrá cambio que valga, ni jamás se darán pasos serios hacia una firme liberación de nuestros pueblos. El problema está en los dioses que controlan nuestros gustos, nuestros saberes y valores supremos, el sentido de lo que importa, de lo bueno, de lo sabio, de lo correcto. Hablamos de esos dioses conmovidos y conmovedores que nos hacen ver como algo natural que vivimos en una eterna inmadurez para dirigir nuestros propios destinos; los dioses que hablan cada día en nuestras universidades santificando sobre el horror de los negros o burdos gobernantes que pretenden dictarles normas sobre autonomía, creación, investigación o derechos humanos. Esos dioses que han descubierto un eje del mal en Irán, Irak, Afganistán, Palestina, Cuba, Bolivia y Venezuela, territorios terroristas. Dioses de otros muy pequeños dioses que dejaron entre nosotros escuela con pensadores sin los cuales pareciera que nuestra historia y cultura, la propia revolución bolivariana, se quedaría en cueros: Mario Briceño Iragorry, Mariano Picón Salas, Arturo Uslar Pietri, Alberto Adriani. Todos ellos hijos de la trata de negros, racistas, que sembraron en nosotros la miserable condición de eternos esclavos que todavía llevamos en la sangre, en nuestros nervios. De aquellos maestros estas castraciones, estos temores y tantos enredos.
Esos dioses deambulan y pululan por entre los libros, las ideas, las banderas, los sueños y los portafolios de líderes y pensadores. A veces son tan diestros que enredan hasta a nuestro máximo comandante. Lo vimos hablar bien de Juanes y de Miguel Bosé en la Asamblea General de las Naciones Unidas, cuando hacía poco, enormes afiches de estos cantantes cubrían las vitrinas de las grandes disqueras de Estados Unidos y América Latina, disparado el vórtice de ventas de sus éxitos como nunca antes. Maravillas para frívolos. Porque además, para verdaderos socialistas eso no es música, es comercio vil y rastrero. Debo decir que los que en Venezuela siguieron ese concierto en su inmensa mayoría son los fascistas que odian a muerte el pensamiento bolivariano. Un socialista tiene en todo momento que evitar la confusión. En cada instante el arma del enemigo -quiero decir: la inercia, la costumbre, los prejuicios- está apuntando contra nosotros. No sabríamos cuantificar si políticamente se ganó algo en relación con el bloqueo a Cuba, pero si fue así también hay que evaluar a qué costo. Nos cuesta, por ejemplo, encontrar alguna clase de relación con la lucha revolucionaria, con la imagen y con el esfuerzo moral, espiritual y humano que vienen haciendo de hace años, los Comandante Chávez y Fidel Castro, con figuras altamente fatuas como Olga Tañón, Juanes o Miguel Bosé, por muy artistas comerciales que sean. Y esto es sólo para mostrar un ejemplo minúsculo entre muchos que nos rodean. A fin de cuentas uno se pregunta si la idea en este caso será confundir. Si será tratar de sacar algo positivo de una confusión Qué será realmente.
“Educación”, “decencia”, “conocimiento”, “saber”, “respeto”, “belleza”, “trabajo”, “fuerza humana”, “dignidad” o “nobleza”, todos son conceptos e ideas que tomamos prestados de Europa y Estados Unidos. A veces inoculados a sangre y fuego. De modo que toda nuestra historia, lo que ha sucedido durante siglos, primero debe pasar por la interpretación, el tamiz de las valoraciones, investigaciones y estudios que de ella hace el imperio euro-americano para que luego las instituciones, academias humanistas y científicas de América Latina las incorporen a su memoria. La revolución socialista que recorre América Latina tiene que hacer una revisión total de nuestra historia, y del significado con el que se nos ha estigmatizado durante siglos como seres violentos, irracionales, flojos, pendencieros, torpes, desconfiados, feos, malignos e irresponsables.
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