Uno no descubre ni entiende la historia de Oriente hasta tanto no tiene contacto directo con la tierra, con la religión y con la gente de esos pueblos. Damasco, como toda gran ciudad, es muy agitada, pero es una perturbación importada de occidente: las grandes autopistas y la multitud alienantes de vehículos. De resto se percibe una serenidad y sosiego como la que conocí de niño, viviendo con mis padres en las Mercedes del Llano, allá en el Estado Guárico. En verano la gente saca las sillas a la entrada de las casas y se sienta a conversar, las puertas de las casas se dejan abiertas, el mundo del comercio en permanente ebullición y la gente es sencilla, amable, humilde. Apenas llegué al aeropuerto me topé con el sirio-venezolano Imad quien de inmediato me llevó a su casa. Parecía que era yo y mi esposa formábamos parte de la familia: fumamos con el narguile, nos atendieron frutas y café, nos mostraron fotos de cuando la familia vivía en Calabozo (Estado Guárico), vino la hermana de Saiman (la esposa de Imad) y sus pequeñas, lindas y dulces hijas nos recibieron también como viejos parientes que regresaban de su patria grande. Nos parecía, con tantas atenciones, que nuestra Mérida estaba la vuelta de la esquina, que podíamos tomar un taxi y en media hora encontrarnos al frente de la sierra andina.
Luego vino el encuentro con las mezquitas, las horas de recogimiento y la entrega sublime a Alá. Esto fue otro extraordinario descubrimiento. Es enorme la ignorancia que los latinoamericanos tenemos sobre el Islam, y en general sobre la cultura árabe o persa. Y esto ha sido así porque a fin de cuentas, desde que Cristóbal Colón llegó a nuestras costas se planteó su empresa como una Guerra Santa en el Nuevo Mundo. El escritor Arturo Uslar Pietri (pensador pro-imperialista) sostuvo: "la empresa de la conquista de América no puede verse sino como una continuación en otro escenario de la gran lucha multisecular por la Reconquista de España de manos de los infieles"[1] Estaba germinando ya lo que sería la invención del “orientalismo” por parte de Europa. El odio brutal contra el Islam venía implícito en la conquista y colonización de América. Se hablaba desde entonces de los mahometano como de algo demoniaco, terrible, satánico. Hay que recordar que cuando Colón emprende su viaje hacia este continente, había caído el último bastión de los árabes en Granada, y entonces en la cabeza de aquellos empresarios católicos no estaba otra cosa que ver en lo extraño, en lo otro, a infieles. Por eso a los primeros indios que se consiguen los califican de infieles, ¡los indios!, a los que se venía no a catequizar sino a robar, mutilar y diezmar. El señor Arturo Uslar Pietri, para dar realce a su afirmación, toma las palabras de Fray Bernardino de Sahagún quien con "impresionante y simple convicción" escribió: “Parece que en esos nuestros tiempos, nuestro señor Dios quiso restituir a la Iglesia lo que el demonio le ha robado en Inglaterra, Alemania y Francia, en Asia y Palestina.” Como si fuera justo y bueno que los conquistadores vinieran a esta parte, a vengar con sangre y fuego, lo que aquellos países le habían hecho a la piadosísima y santa Iglesia cristiana. Si esa teoría del señor Uslar Pietri es cierta, de que la conquista de América fue una extensión de la guerra contra los moros, entonces no hay ninguna duda de que aquellos españoles eran unos aberrados, unos verdaderos perturbados con ansias incontrolables de provocar muerte y desolación donde llegaran en nombre de un Cristo horriblemente vengativo. Pero así se gestó la religión católica en España, como una bandera para la agresión y la muerte; convirtiéndose en la mayor insignia de destrucción durante la guerra civil que estalló en 1936. Luego, Europa toda utilizó el fervor endemoniado de los católicos españoles para definir lo que es “orientalismo”, lo que es árabe, el Islam, al mahometano.
Cuando el viernes 3 de agosto de 1492, Colón y su gente se preparan para partir, para iniciar su gran aventura, familiares y tripulantes se reúnen a oír la santa misa que se oficia ante la venerada imagen de Nuestra Señora de los Milagros, para impetrar de la Virgen marinera que tendiera su divino manto azul, bordado de estrellas, sobre los frágiles navíos y sus intrépidos tripulantes. Recibieron entonces todos aquellos verdugos, de rodillas y con lágrimas en los ojos, el Cuerpo Divino del Redentor. La bendición del padre guardián cayó sobre sus cabezas inclinadas como las lenguas de fuego del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Con Dios en su pecho, pensaban en enriquecerse con el oro de Cipango y Catay, en cristianizar a los paganos que todavía ignoraban el dulcísimo amor de Jesucristo; a morir por difundir su fe, mucho más resplandeciente que las gemas y los metales preciosos; a ganar para su reina y para su Dios un inmenso Imperio. Era, en fin, una guerra directa contra el Islam.
Eran cruzados, soldados de Cristo, que iban a llevar la luz del Evangelio a millones de almas ciegas de Dios, tras el misterio del Atlántico, pero en el alma con la locura de la guerra, del dominio y de la imposición hacia todo lo extraño.
No deja de causar extrañeza que aquel señor Colón mostrara tanto empeño en llevar la palabra de Cristo, en "salvar" las almas de estas regiones que en verdad no estaban contaminadas por la civilización, ni por el engaño y toda clase de perversos pecados en los que Europa se consumía. No poseían lujo nuestros indígenas, desconocían el sentido de la perversa propiedad y por tanto del recelo del vecino; practicaban de modo natural lo que tanto esfuerzo le costaba a los que llevaban una vida ascética en los monasterios; eran sencillos, generosos, compartían todo con el prójimo; eran sobrios en el comer y en el dormir; eran gentiles y silenciosos, tolerantes, todas cosas estas que observamos contiene el Islam, magistralmente expresado por el doctor Suhail Assad, en este trabajo.
Comenzaba Cristóbal Colón su diario con las palabras: In Nomine D.N. Jesu Christi. Además, aquella guerra de supuesta conquista de almas descarriadas en otros mundos, iba a ser llevada a cabo con forajidos, rufianes, pícaros y criminales, que habían sido sacados de cárceles españolas. ¿Qué tenía que ver con valores cristianos, con la lucha del apóstol Santiago contra Mahoma, un Diego de Velázquez, los Pizarros, Lope de Aguirre, Francisco de Carvajal, los Almagros, Alvarado, Ovando, Pánfilo de Narváez, Juan de la Cosa, el mismo Cristóbal Colón, Cortés, Balboa, Pedrarias, Nicuesa, Valdivia, Ponce de León, Esquivel y tantos otros feroces conquistadores, casi todos muertos de manera horrible por sus mismos paisanos y por las acciones más opuestas a los mandamientos del Señor? Pero en el fondo todo aquello era, como sostenemos, parte de un vasto proyecto imperial, que luego, a partir del siglo XX asumió Estados Unidos. Venían impelidos por un propósito de expansión cultural. En la teoría del señor Arturo Uslar Pietri, los españoles llegaron a ir tan lejos en su empresa evangelizadora que consiguieron fundirse con la cultura de nuestros pueblos, y a ver en la religión cristiana su salvación. En realidad, habían conseguido incorporar a todo un vasto continente a la guerra contra el Islam. Esa será en desgracia la misma gente que trataba en miserables y monstruosas guerras de rescatar el Santo Sepulcro. Era gente contumaz y ociosa, que por necesidades imperiosas, por lujuria y rancia ignorancia y continencia en sus propios pueblos, descargaban a donde iban sus perversas brutalidades. Por eso hay que entender la guerra contra Irak, contra Afganistán y los proyectos invasores contra Irán como una continuación de las Cruzadas.
Jamás a los practicantes del islamismo se les hubiese ocurrido venir a América a hacer una Guerra Santa contra los indios. ¿Qué clase de herejía era la que sostenían los indios contra la religión católica, que el sacerdote Bartolomé de Las Casas se conmueve ante la bondad, la inocencia, seres mansísimos, dóciles, en fin gente pacífica y no dañosa o nociva, que con tanta confianza y seguridad se acercaron a aquellos intrusos y que en modo alguno tomaron precaución o recelo alguno? Con tan evidente mansedumbre, simplicidad y bondad, les recibieron para luego verse atacados, degollados y aperrados.
Así como en la Cruzadas, los europeos pusieron en prácticas las endemoniadas acciones llamadas desde siempre “anti-terroristas”, esa mismas bestias que llegaron a nuestras costas en plan de conquista lo que trajeron fue maldades, saqueos, las violaciones a las indias, la quema de caciques, las torturas y extorsiones, concusiones en conclusión: una verdadera Guerra Santa.
Este trabajo del doctor Suhail Assad, para nosotros ignorantes del Islam, comprendemos de qué manera hemos perdido nuestra existencia apegados a valores destructivos, plagados de inmundos vicios y desintegradores de lo más genuino que aquí sembraron nuestros primeros pobladores. Los practicantes del Islam estuvieron 800 años en España y no destruyeron los valores culturales de sus pobladores, no acabaron con la religión cristiana, no fueron a imponer a sangre y fuego sus creencias. No, dejaron más bien desparramados sus magníficas obras de tal manera que hoy lo más representativo de esa misma España, en realidad tan malagradecida, es todo lo grandioso que el Islam dejó allí sembrado, con su música, con su arte, con su amor, con su espíritu, su poesía. Apenas entraron los reyes católicos a Granada en 1492, prohibieron el árabe y trataron por todos los medios de destruir la monumental presencia de estos seres excepcionales. Y decimos que malagradecidos porque esta ha sido la misma gente que luego se unió a otra guerra santa contra oriente mediante el pacto criminal de José María Aznar y George W. Bush.
Este maravilloso trabajo del doctor Suhail Assad debe ser otro elemento más de nuestro proceso revolucionario en busca de la espiritualidad perdida. Debe ser otro elemento más en ese proceso de apertura hacia la hermandad con los pueblos persa y árabe, con los pueblos africanos y asiáticos. Para mí, este trabajo, en un continente donde casi todo lo que nos llega de Oriente es adulterado y falso pues es creado en los laboratorios académicos e imperialistas de Europa o Estados Unidos, resulta un gran descubrimiento, una aliciente para el corazón y el alma, un verdadera bendición espiritual. Con este trabajo realmente nos iniciamos en el conocimiento del Islam e invitamos a todos los revolucionarios bolivarianos a leerlo, a compartirlo, a hacerlo parte de nuestra vida, de nuestra conducta. Encontramos en ÉL, el humanismo, los veneros de ese socialismo del siglo XXI que con tanto trabajo y ahínco estamos buscando.
[1] Artículo aparecido en el Diario La Nación, San Cristóbal, Estado Táchira, Venezuela, del 28 de noviembre de 1991
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