Una ligera encuesta revelaría que el grueso más importante de los artesanos y profesionales mejor preparados y practicantes del “ejercicio libre” revelaría que ellos no creen en las leyes burguesas, que son abstencionistas natos y que están, aunque erróneamente, convencidos de que dependen más de su trabajo “personal” o individual que de la conducta del Estado frente a sus no menos personales necesidades. Suelen decir: “Yo vivo de mi trabajo, y si no trabajo no como”, así tan resumida y folklóricamente señalado.
Y es así, el progreso de la sociedad capitalista no escapa de las desigualdades propias de la sociedad clasista, y como tal es una tremenda mentira apoyada por los empresarios del mundo, por los potenciales prestatarios de la banca privada, de los gobiernos y pseudoempresarios keynesianistas, y desde luego esgrimida por el cuerpo de directivos, los gerentes de las empresas burguesas y el grueso del Sindicalismo aburguesado, habida cuenta de que todos ellos representan un personal que parasitariamente coge cola en la explotación de los trabajadores a su cargo.
A ese cuerpo de trabajadores no creadores de riqueza alguna, al que hemos incluido dentro de lo que se llama “capital constante”, hermanados como se hallan con los sindicalistas afectos, le hemos respetado su importancia como un personal fundamental e importante dentro y como solución sine qua non para la caótica e implanificable empresa burguesa, y para luchar contra la natural desidia y el poco interés del asalariado que “no termina viéndole el queso a la tostada” con eso de las mejoras productivas, con eso de amor al trabajo, y a esa mentira del respeto al progreso del país y mil engañifas complementarias.
Han pasado 500 años de preparación, nacimiento y desarrollo del Capitalismo y los cuadros de miseria actuales en poco se distinguen de los medioevales. Se cuentan por gigas de personas constituyentes de los “hogares” modernos con celulares, PC, TV y afines y cuyos miembros sufren del moderno estrés matagente. Esconden su pobreza debajo del ropaje de las apariencias que nos recuerdan a “Las Preciosas Ridículas”, de Moliére”, obra teatral que más bien debió llamarse “Los Preciosos Ridículos”, pero el machismo imperante no lo permitió.
Con los desempleados crónicos o lumpen, los subempleados eufemísticamente llamados trabajadores informales, los desempleados transitorios y con las miríadas de parásitos de la Administración Pública basta para reconocer el rotundo fracaso de una sociedad burguesa donde las mejoras económicas de unos trabajadores siempre van con cargo al desempleo de amigos, vecinos o distantes, con cargo al encarecimiento de la vida de otros seres humanos, etc.
Las magnificadas y dolarmegamillonarias obras de infraestructura técnica, vialidad, puentes, ferrocarriles, aeropuertos y puertos varios, Palacios de Justicia, Legislativos, y las onerosas sedes de organismos internacionales son auténticamente: “pan para hoy y hambre para mañana”. Los salarios populares sólo sirven para la sobrevivencia del trabajador mientras consume su impaga vida en las fábricas de terceros y anónimos patronos.
La educación pública recibida como una gracia del Estado Democrático Burgués ha servido para la más absoluta alienación de sus mejores alumnos. Estos suelen meterse a profesionales al servicio incondicional de los mismos patronos que explotaron a sus padres, abuelos y bisabuelos, cosas así. Los patronos más inescrupulosos cuentan en su estaf con los Abogados más serviles y renegados de la clase proletaria, cosas así.
De manera que podemos afirmar sin un ápice de yerro alguno que el cacaraqueado Progreso Económico de las Economías Burguesas es más bien y exclusivamente el Progreso de la alta y mediana clase burguesa y de sus más conspicuos factores de confianza, porque sencillamente los asalariados no pueden progresar con el progreso del burgués.
También afirmamos que nos parece una ridícula hipótesis marxiana atribuir a los proletarios el elevado carácter de sepultureros de un sistema que mientras más avanza más miserables e inermes los procrea. Como también nos parece una clara contradicción, por una parte, afirmar que la baja tendencial de la tasa de ganancia burguesa terminará creando una crisis tal que los mismos inversionistas renunciarían a toda diligencia empresarial, que consecuencialmente el sistema habría muerto y al final llegaría otro modo de producción, y, por otra parte, seguir afirmando que los asalariados apunta de “progreso” darían cuenta del presente modo.
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