Como todo desarrapado que quería entender por qué había venido a este mundo y no a otro, yo también incluí entre mis libros necesarios y predilectos “Los conceptos elementales del materialismo histórico”. Un libro que llegué a convertir en un asco de rayones, hojas dobladas, cantos y bordes destrozados, y así lo he llegado a ver en multitud de ediciones entre los que ofrecen los libreros de lance, lo que indica cuán inmensa ha sido la labor pedagógica y revolucionaria que tú Marta has dado al debate ideológico. Un millón de ejemplares por el mundo que entonces habría que multiplicar por los menos por cien lectores, y esa es la medida de la cantidad de manos por las que ha pasado este libro. En esos cuarenta años de existencia de “Los conceptos elementales del materialismo histórico” -que ya no te pertenece, Marta-, has podido incorporar nuestras reservas de miserias a la dura carga del tiempo histórico. Tú has marcado con él un hito fundamental en el conocimiento del marxismo, para un debate sin término en el tiempo, para que América Latina se aferrase al tiempo de los desheredados, de los sin tierra, de los sin techo, de los sin patria.
Es que también traías, Marta, lo mejor de esa vena evangelizadora que quizá de algún modo tomaste de los santos peregrinos, o te llegó por la vía de abnegados espíritus cuando militabas en Acción Católica. Lucubraciones mías. Pero bueno, cuando en una acción social se trabaja desde la base, con los necesitados, con los tullidos y desamparados de la tierra, y nos convertimos en detectores naturales de detritus y priorizamos lo esencial de esa justicia que día a día andamos reclamando y exigiendo, se forma una conciencia, digamos que una costra de dolor perenne, un sentido de humanidad que nos escuece, y ya nunca más se puede uno perder, con la brújula de lo que más importa, entre mares borrascosos, por desiertos o palacios infernales. Y en Marta no ha habido otra cosa que ese peregrinar por pueblos, con la sabia prédica de su voz serena y orientadora, entre consejos de obreros, por los campos y aulas, con su infatigable labor pedagógica. Esa docencia paciente y sin pausa, que para diseccionar los problemas va a lo directo, a lo práctico, a los hechos, y su mejor laboratorio de trabajo son allá en los bajo fondos, en los guetos, con los enfermos en los hospitales, en los barrios, en una lucha incesante por conocer a los seres humanos, por saber qué los mueve, entre tantos desencanto, emociones encontradas, caídas, vacilaciones, y de por qué otros resisten sin transigir con nada, hasta el final. Para mí, Marta, eres una especie de Che en lo ideológico, en lo paciente, en la disciplina, en lo fuerte, en el carácter.
Me he encontrado con Marta Harnecker en unas cuatro oportunidades: dos veces en Mérida y en unas dos ocasiones en Caracas. La primera vez que la vi en el año 2004, en Mérida, le hice una entrevista que salió publicada en el semanario “La Razón”. Luego nos vimos en un acto en el Centro Cultural Tulio Febres Cordero, en el año 2005, en unas largas jornadas de trabajo sobre las organizaciones comunales. En esa ocasión estaba acompañada con el profesor Michel Lebowitz, de quien realmente yo no sabía nada. Debo decir que Marta le dedica a la actividad del pensamiento revolucionario y socialista más de cien horas al día. Una entrega total a su trabajo, una vitalidad poderosa que emerge de su imaginación creadora y de la conciencia de su responsabilidad como revolucionaria. Ella vive como en un campo de batalla constantemente: comparte el rancho en el vivac con los compatriotas en todos los frentes a los que se le llama. Su apartamento es un delirio de papeles, libros, CD’s, revistas y periódicos. Uno está a su lado, con deseos de hablar largamente sobre tantas ideas, pero a la vez preocupado por los compromisos que ella tiene que cumplir con estudiantes, con líderes populares, con la revisión de trabajos que esperan por su publicación y con llamadas al teléfono que tienen que ver con todo ese vórtice de tareas en plena y permanente agitación. Puedo decir que Marta en la acción revolucionaria se mueve como una felina en el bosque: analiza con gran cuidado los detalles que pueden estar oculto tras cualquier inocente expresión: su cerebro alerta, inmediatamente los procesa; olfatea los movimientos y su mirada busca la veracidad de lo que oye en la sincronización con las palabras y los gestos. Son millones de horas de vuelo, supongo, entre ese mar siempre encrespado en donde abundan tiburones disfrazados de serenos peces.
Pero lo que resalta de Marta es ante todo, insisto, su vitalidad juvenil, y además su infinita paciencia para escuchar, fresca, en ebullición siempre.
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