Chávez suele ser muy costumbrista al hablar. Ha usado un excelente recurso literario. Por eso evoca su época de muchacho en Sabaneta u otro pueblo de Barinas, cuando se bañó con totuma, lo que debió hacer muchas veces y, como casi todos, lo recuerda gratamente. No por lo de la totuma, sino por la niñez y adolescencia. Esos bellos recuerdos de una época feliz, les trae al presente para llamar al uso del agua con discreción y criterio ecológico. Es el abordaje poético de un problema de gran magnitud que afecta a la especie toda.
¡Cuán gratos son los recuerdos navideños de mi pueblo, sin ropa nueva, regalos del niño Jesús, tampoco “Los Reyes Magos”, pero si lo de ir en romería de la iglesia de San Francisco a Puerto Sucre, una vez finalizada la misa! Entonces uno podría decir, evocando aquello, no importaría la pobreza si pudiésemos volver a recorrer la “Calle Larga” de Cumaná, después de una misa de aguinaldo de madrugada.
No hay nada que pueda provocar alarma en la bucólica expresión presidencial utilizada simbólicamente para llamar a detener el derroche y hasta desidia.
Bañarse con totuma, no necesariamente está asociado a la escasez de agua. Quienes no sabían nadar, por ejemplo, se bañaban con ella en la orilla del otrora majestuoso Manzanares. Todavía uno ve a la orilla de los pocos ríos que la depredación capitalista no pudo contaminar a grado sumo, gente bañarse y hasta con totuma u otro envase que en fin de cuentas es lo mismo.
Al lado del rancho de mi madre, por años, hubo una pila, es decir un tubo distribuidor con una llave de chorro, de la cual todos los vecinos se surtían para llenar envases.
En casa había que bañarse con totuma, tomando el agua del envase que se llenaba con la trasegada de la pila. No había una red eficiente de distribución que llegase a casa de la determinante mayoría. Agua había por demás. Lo de la totuma era pues, en este caso, resultado del poco interés que las clases dominantes tenían en servir al pueblo.
El centro de las ciudades, como la mía, desde muchos años antes de ese marco que he descrito, el chorro penetraba a las casas.
A finales de mi adolescencia pude bañarme en mi rancho por primera vez bajo una regadera, gocé de la suficiente presión, sentí el correr abundante e incesante del agua a lo largo de mi cuerpo, tuve, creo yo, la misma sensación del “Chacal de Nahueltoro”, personaje de la película del mismo nombre del chileno Miguel Littin, cuando en la cárcel, por primera vez en su vida pudo patear un balón.
Pero todavía así, recuerdo con placer y amor aquellos baños de totuma. Quien no, nunca tuvo niñez en el más exquisito sentido de la palabra ni hundió los pies en esta tierra soberana. Pasó por la vida sin consustanciarse con ella que es como un mirarle desde lejos.
Debí volverme a bañar con totuma en Caracas y donde ahora resido, durante la IV república, tantas veces como lo hice en mi pueblo.
Si alguien piensa que el presidente Chávez está abogando en verdad por un volver a la totuma, como un “Regreso a la Semilla”, de Alejo Carpentier, contar hacia atrás, el personaje debería ir a un alienista.
Dejaremos de tener agua suficiente, no por un programa siniestro del chavismo, sino por el uso inadecuado que le demos a la que la naturaleza nos dio. Si no tomamos en cuenta que ahora, por culpa del capitalismo destructor, incapaz de ponerse de acuerdo para tomar medidas a favor del planeta, los cambios del clima hacen que el agua escasee en muchos sitios y entre nosotros, empiecen a manifestarse sequías o alteraciones del ritmo hidrológico.
Nosotros, los insignificantes, mezclados en una clase, un pueblo, grupo, vecindario, quienes no podemos influir contundentemente en cambios planetarios, si podemos optar por prácticas sencillas, como arreglar las pocetas de casa, corregir fugas, que abundan en muchas casas y racionar el consumo. Simplemente, eso fue lo que dijo Chávez.
Acaba de anunciar que hemos llegado al noventa y seis por ciento de venezolanos que tienen acceso al agua potable y esa cifra descalifica los discursos que en la oposición elaboren por lo de la totuma.
Pero sucede que hay mucha gente “dura para entender” y otra que le carcome la mala intención.
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