Existe una pregunta clave que Douglas debe contestar con toda claridad: ¿Está o no con la revolución cubana? De seguro que no lo está, y entonces “¡qué gran revolucionario!” pues, este tipo; seguramente no lo está porque él se considera más arrecho que Fidel Castro. Otra pregunta clave: ¿Por qué nunca en su larga vida llegó a criticar a los agentes de la CIA, Teodoro Petkoff y a su hermano Luben, con quienes él llegó a trabajar largo tiempo? ¿Por qué Douglas nunca le paró nada, en la década de los setenta, a las denuncias que Argenis Rodríguez hiciera de este gran par de bandidos, con toda clase de pruebas presentadas por él y que parte de ellas fueran publicadas en la obra “Escrito con odio”? ¿Por qué? Sencillamente porque eran y son de las misma clase de equivalencia, la de nuestros tartufos, farsantes, comediantes de la “revolución comunista continental”.
El gran otrora “comunista” de la década de los cincuenta, sesenta y setenta, se pasea como Pedro por su casa por las estaciones de televisión RCTV y Globovisión. Es de los invitados predilectos de las grandes putas mediáticas Nitu Pérez Osuna y Miguel Ángel Rodríguez, y todo para decirles a estos entrevistadores que él más revolucionario y mil veces más arrecho que Chávez, porque Chávez es capitalista y neoliberal. En sus últimas declaraciones ha dicho “en Venezuela la Revolución no se está aplicando, aquí se están aplicando estrictamente los paradigmas burgueses que está forjando una clase social, la que administra el estado, que después pasa a ser el propietario, como lo fue el Comité Central en la URSS”. Afirma que en “Venezuela aplicó de manera sutil el neoliberalismo con la garantía más importante que es la conciliación de clases, en diez años no hemos tirado ni siquiera una piedrita contra un empresa petrolera.” Ese es su discurso permanente, que no hay lucha de clases. Yo quiero recordarle a él otra cosa: En 1974, el país estaba recibiendo una catarata de dólares por la súbita alza del barril de petróleo -docenas de miles de millones de dólares-, y Carlos Andrés Pérez comenzó a hablar de «La Gran Venezuela». Se iba a entrar en un vórtice de derroche, despilfarro y locura. Nadie tenía fuerzas para dedicarse a criticar al gobierno; seguía el país sin juicio ni moral para nada. En Venezuela no existía oposición. El sector de la izquierda estaba totalmente desmantelado, el otrora guerrillero Douglas Bravo, el que se había declarado durante décadas como el más fiero opositor de la derecha y del capitalismo, había dado un viraje de 180 grados para dejar atrás su talante de marxista de otros tiempos. Para Douglas ya no tenía sentido seguir en la guerrilla, por cuanto eran tales los incrementos en el precio del barril de petróleo, que significaba para Venezuela unos ingresos superiores a los 40.000 millones de dólares. ¡Esto lo dijo Douglas Bravo! Es decir, prácticamente le estaba dando un espaldarazo al gobierno de CAP y a su política criminal y derrochadora. Esta era sólo una muestra individual de otros efectos con mayores implicaciones: “La creación de una especie de frente en respaldo al Gobierno, donde estaban todos los partidos, incluyendo algunos de izquierda. Ese bloque conciliador abarcó hasta países socialistas, cuya prensa elogió a Carlos Andrés Pérez como jefe de un gobierno antiimperialista. La lucha de clases en medio de esta conciliación descendió de una manera notable”[1]. Es decir, por esta abrumadora y embriagante entrada de divisas, el país se descalabró y había que entregar las armas. Por lo cual el capitalismo no era malo, el imperialismo nos había aplastado a realazos, el espíritu de lucha había que acallarlo; Carlos Andrés Pérez ya no era de derecha, “ya no trabajaba para la CIA”, la corrupción no merecía tener combatientes que la atacaran. Esta era la clase de pensadores socialistas con la que Venezuela había contado durante tres lustros de lucha revolucionaria. Claro, Douglas veía a Petkoff y a Américo Martín departir de manera complaciente, con fruición, con CAP; se veía procesiones de intelectuales hacia Miraflores a hacerle loas al Presidente –entre ellos los Otero Silva, Manuel Caballero, Pedro León Zapata…- de modo que coincidían en todo, la derecha como la izquierda. Cada día se hacía más difícil o casi imposible desviar el carro del progreso atado al capitalismo, y Douglas, y muchos otros izquierdistas, se aflojaron y como quien dice, tiraron la toalla. Casi todo el mundo abandonó la lucha revolucionaria, y Cuba se convirtió para muchos en el más horrible contraejemplo; el desarrollo no podía ser jamás asimilado al socialismo.
Nunca más se habló que Cuba era una nación digna y valiente que resistía contra el ogro y criminal bloque imperialista, sino que era una isla plagada de leprosos, muertos de hambre, criminales y malditos comunistas. Ya el país estaba, más que pacificado, domesticado. En fin, cómo puede venir este señor a echarnos cuentos de camino. Sandeces.
[1] Agustín Blanco Muñoz (2004), Venezuela 1967-1968. Lucha armada y juego electoral, tomo VIII, op. cit., p. 146.
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