Conocí a Sor Fanny en Petare, en tiempos cuando ser revolucionario no era algo que se llevaba en la boca para tener grandes ganancias y hacerse banquero, ni se presumía de ser “Hijo de”, “familia de”, para crear una aristocracia pomalaca que busca lucrarse de las luchas que realizamos otras y otros; sino algo que debía decirse en voz baja y en confianza, porque éramos perseguidos a muerte.
Porque sí hubo luchas, Sant Roz, pero estábamos a la defensiva estratégica, después de la caída de los dos colosos orientales de la revolución mundial: la derrota de la URSS, el fallecimiento de Mao Tsetung (O Mao Zedong, como se escribe ahora), y muchos de sus más elevados sueños; sobre todo en los años noventa, bajo el neoliberalismo, que insurgía con fuerza por sobre los huesos de los pueblos alzados del mundo. Porque el imperio aprende, y supo manejar muy bien todos sus recursos, su represión, su engaño mundial; y triunfó, aunque no para siempre.
En ese tiempo, cuando participar en las luchas del pueblo era una condena a muerte, Sor Fanny se hizo Revolucionaria con todas las letras. La conocí junto a Oswaldo Arenas, quien fue asesinado en La Pica, cuando Bandera Roja era un grupo revolucionario y no un cadáver extraído de la tumba para ser utilizado contra el proceso revolucionario.
Sor Fanny fue una mujer sensible, capaz de sentir la tristeza o la alegría de las demás personas, como sienten poetas, profetas y revolucionarios. Y su corazón tenía la facilidad de comprensión que tiene una madre amorosa. Era una madre guerrera que buscaba, a su manera y arriesgando el pellejo, cambiar las cosas para que la gente pudiera vivir mejor. Con el pelo liso recogido en una “cola” en la nuca, una gran cartera donde cargaba todos los implementos que se necesitan para vivir en clandestinidad, una ausencia total de miedo y su voz modulada de revolucionaria conspiradora, esta camarada buscaba la organización del pueblo, única manera en que se puede acabar la opresión en cualquier parte del mundo. En esos tiempos surgía un gran movimiento obrero, sobre todo en el calzado.
Sor Fanny fue, más que “una guerrillera”, una organizadora urbana de la clase trabajadora, que además predicaba con el ejemplo, que fue capaz de poner su propia vida en prenda del proceso revolucionario en el que creyó, pero de verdad verdad.
En una de las grandes traiciones de la historia reciente de Venezuela, ciertos elementos, estando dentro de Bandera Roja, cooperaron con los enemigos estratégicos para que 23 camaradas fuesen asesinados en una clara operación de exterminio. Habían sido convocados a un “pleno” en Oriente y sólo quedaron vivos los que no fueron, por diferentes razones, por suerte, y los que fueron puestos a salvo por el enemigo, con el cual colaboraban. El imperio supo golpear en la raíz, para frenar el proceso revolucionario, asesinando a las mejores personas de esa organización, hasta entonces revolucionaria, en Cantaura.
Se sabía que ese grupo estaba infiltrado, y no sería raro que los encubiertos hayan sido los que hoy en día apoyan abiertamente la contrarrevolución, levantando una bandera desteñida, roja por la sangre de los camaradas asesinados, utilizando una jerga toscamente “izquierdista” y chupando las medias de los opresores, cuyas manos aún añoran la muerte del pueblo y tiemblan por los deseos insanos de seguir asesinando a la gente para que no sean obstáculos a la labor de la codicia, característica del capitalismo.
Se supone que la navidad es un tiempo de alegría y, en verdad, si salimos a la calle con serenidad podemos sentir el efluvio telúrico de una cierta paz, que la Pacha Mama nos regala en estos tiempos. Sin embargo, la exhumación de los restos de algunos camaradas, entre quienes está Sor Fanny, justo antes de las navidades, es un clarinazo que debe recordarnos que aún el socialismo es un vector que indica un mundo mejor, pero no una realidad viviente; que hay injusticia en el mundo, que esos crímenes aún están impunes y por lo tanto tenemos una misión que no ha sido cumplida todavía.
Esperamos que las próximas navidades nos encuentren con un proceso de justicia revolucionaria en acción, con una claridad de conciencia aún mayor que la de hoy, con la seguridad de que los infiltrados de hoy no tengan el éxito que tuvieron los de ayer, cuando el imperialismo logró (sólo temporalmente) detener el carro de la revolución, asesinando a muchos camaradas, aprisionando a otros y ubicando a los débiles de conciencia para neutralizarlos, o comprarlos... Como están comprando ahora a todo el que se quiera vender.
Que haya avanzado el reparto de las tierras, el comercio socialista, que haya avanzado el empoderamiento del pueblo sobre los medios de producción, y el establecimiento de organizaciones populares como los Consejos Comunales, que pueden llegar a ser órganos de auténtico poder popular. Que sea más generalizada la conciencia de que una agresión extranjera tiene que unirnos, más que nunca, para derrotarla, como lo hicimos contra los españoles hace dos siglos.
Cuando una sociedad está madura para la transformación profunda, produce sus propios líderes y moviliza al pueblo espontáneamente, como hace veinte años ocurrió en Venezuela, y como ha venido ocurriendo en distintos países. Las condiciones están dadas para la Revolución y nos toca el difícil papel de estar en la vanguardia junto con otros países, como los del ALBA, marcando el camino. Y esa responsabilidad hay que asumirla.
Pero no debemos olvidar que, para triunfar, la Revolución debe estar plena de ternura y amor a la gente, como la ternura de Sor Fanny, que aún flota en su recuerdo heróico y ejemplar.
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