Una reflexión desde estos Andes amenazados por el imperialismo

La Comuna célula madre del Socialismo

2010 será un año definitivo para la Revolución (con mayúsculas) Bolivariana. Tanto en el ámbito imprescindible de la transformación del sistema económico capitalista que aún ocupa la mayor parte del quehacer de la economía como en el gravísimo cambio de los valores de vida que animan nuestra convivencia. Las Comunas representan el lugar de privilegio donde estos cambios deben anidar y tomar forma vigorosa o todo estaría perdido. Los cuerpos más complejos se originan en diminutas células. La información vital presente en esas células se manifestará luego en los cuerpos más complejos. La España conquistadora e imperial, acaso sin proponérselo, sembró sus colonias americanas de Cabildos e indefectiblemente aquellos Cabildos parieron Repúblicas. Fueron esas semillas de participación las que luego darían origen al espíritu independentista, no podía ser de otra forma. En la Venezuela Bolivariana de nuestros días andamos sembrando Comunas y –si lo hacemos bien, sólo si lo hacemos bien y con claridad de fines y propósitos- mucho más temprano que tarde cosecharemos una República Comunal.

En la siembra de las Comunas, sin vicios ni concesiones a las viejas maneras, nos jugamos mucho más que la garantía del ejercicio de gobierno; nos jugamos la Revolución Socialista y con ella, todos los sueños de igualdad y justicia acariciados por siglos. De la correcta conformación de esta semilla comunal dependerá toda la estructura posterior del cuerpo social socialista como vía imprescindible al “Paraíso perdido”. Las Comunas son el ladrillo fundamental a partir del cual se construirá el nuevo edificio social. No es extraño entonces que la conformación de Comunas tenga tantos enemigos internos como externos. Tanto el viejo sistema capitalista, agonizante, en estado crítico, pero aún tremendamente poderoso, como una buena parte de los animadores inconscientes a lo interno, intuyen que en la Comuna está su carta de defunción, lo saben bien y hacen lo posible y lo imposible por pervertir desde su nacimiento la semilla comunal, falsificándola e introduciendo en ella los viejos vicios del egoísmo, del viejo hacer signado por el ventajismo y la dominación. Al sistema capitalista le va la vida en impedir el parto comunal, al proyecto socialista también le va la vida en parirse bien, sobre valores y prácticas absolutamente nuevas o morir en el intento.

Estamos viendo de cerca el poder intensamente revolucionario de la Comuna popular, también podemos ver la presencia letal y macabra de los viejos vicios disfrazados con máscaras de liderazgo. En las Comunas podemos palpar todas las fuerzas creadoras del ser humano, toda su capacidad de amar, su solidaridad y su entrega, pero también la fragilidad ante la molienda inclemente de una cotidianidad marcada por el bombardeo de ideas egoístas que anulan y pervierten los mejores planes colectivos. Es evidente la convivencia de los mejores valores con la ambigüedad derivada de los reflejos condicionados por el aparato propagandista del sistema capitalista. Está faltando radicalidad para rechazar las semillas mortales de prácticas –aparentemente inocuas- que reivindican los modos de hacer capitalistas disfrazados de democratización de la propiedad.

La experiencia vivida en múltiples Comunas nos conduce a formular este llamado. Tanto la presencia manipuladora de los más variados representantes del poder constituido, que no entienden ni quieren entender de que trata la cosa, como la complacencia con iniciativas a lo interno que siembran las semillas de un capitalismo incipiente, nos lleva a reclamar la urgencia de un trabajo de inserción en el corazón de estas comunas a objeto de vivificar, capacitar y sembrar conciencia radicalmente socialista. Las fallas que detectamos tienen que ver precisamente con la falta de adherencia radical a los perfiles propios de una Comuna realmente socialista, en otras palabras, a la falta de claridad de los objetivos perseguidos. Jamás podremos construir la Venezuela Comunal si se siguen alentando prácticas que en su esencia son capitalistas.

No nos resulta ajena tampoco, la preocupación por la dispersión que poco o nada tiene que ver con legítimas tendencias sino con ambiciones y exacerbación del egoísmo. En muchas de las Comunas, junto a las más hermosas expresiones de amor y conciencia del deber social, se reproducen los antivalores propios del sistema capitalista. La vanidad, la soberbia, el ventajismo, el afán de figuración y el oportunismo se hacen presentes en muchos Consejos Comunales y deben ser combatidos con vigor, con firmeza, pero también con altas dosis de humildad, de coherencia, de ejemplo militante, de entrega y de discernimiento, haciéndolo no casualmente sino en forma programada y planificada.

Cada día, ante cada tarea comunal, la asamblea tiene que profundizar sus razones, sus causas y las consecuencias últimas de sus acciones, rechazando todo cuanto no conduzca a la construcción del socialismo buscado. Con radicalidad profética, la Comuna debe entregarse a la construcción de la convivencia comunal sin permitir la presencia de la mala hierba capitalista por inocente que parezca al principio. Ser miembro de una Comuna no consiste sólo en conocer los principios socialistas sino que consiste fundamentalmente en vivirlos con alma, vida y corazón, despojados de vanidad, de orgullo, de egoísmo o de todo cuanto pueda significar injusticia para cualquiera de los miembros de la Comuna o de cualquier otro espacio en Venezuela o el Mundo. Sólo en esto se verificará la lealtad al verdadero espíritu comunitario. Adhesión a una profunda espiritualidad comunal es la raíz de todas las exigencias revolucionarias. Una adhesión práctica y cotidiana al seguimiento de estos valores que muchas veces exigirá cruz, sacrificio y morimiento a viejos condicionamientos largamente aprendidos.

Hay que sembrar la semilla buena en la tierra fértil y limpia de nuestro pueblo. Hay que insertarse en corazón del pueblo y sembrar con el ejemplo. Ser revolucionario en el centro de la Comuna significa tomar la decisión irrenunciable de someter todo otro plan en este mundo a la construcción del Socialismo. Arrancar de cada uno de nosotros todo vestigio de oportunismo, de ambición, de figuración o de interés propio, a cambio de disfrutar del insuperable privilegio de ser cuadros, vanguardia, apóstoles o amigos radicales del pueblo. Cada Comuna debe ser atendida desde dentro. Se necesitan cuadros revolucionarios capaces de dar la vida conviviendo y compartiendo, animando y motorizando los profundos saberes del pueblo. El asunto es vital.

Hay tal cantidad de valores naturales entre nuestro pueblo que sería un crimen imperdonable no estar allí fecundando sus saberes instintivos con los complementos doctrinarios propios del saber científico. Lo que mis ojos ven, mis oídos oyen y mis manos palpan es tan valioso, tan maravilloso, tan anunciador de la utopía-esperanza, tan potencialmente transformador y hermosamente revolucionario que reclamo con todas mis fuerzas un apostolado de inserción, dactilar, personalísimo y directo para que no se nos vuelvan distópicos los sueños.

Es bueno señalar que no siempre tenemos clara idea acerca de la autonomía de estos procesos y quizás por eso mismo no los valoramos suficientemente. No proponemos la inserción de profesionales de la revolución en cada Comuna en términos casi burocráticos, entre otras cosas porque estos no existen, porque no hay nadie tan completamente revolucionario que pueda hacerse descansar en él el destino de la Revolución en una Comuna. Por eso hablamos más bien de personas capaces, llenas de amor, de entrega y de ciencia, personas sin privilegios ni cargos, simplemente cuadros dedicados en cuerpo y alma a compartir lo que saben y aprender con humildad lo mucho que puede enseñarles el pueblo. Personas que, además de sus conocimientos, sean capaces de encontrar sentido a sus vidas sirviendo al pueblo. Encontrar en este servicio a los más humildes la respuesta verdadera a su condición revolucionaria es la regla de oro. A la Revolución por amor al pueblo y al pueblo por amor a la Revolución, esta es la regla. Cualquier otra salida terminaría siendo un reduccionismo intolerable. Requerimos apóstoles de la Revolución. Requerimos cuadros por amor. Requerimos sembradores de esperanza. Requerimos dispensadores de amor-servicio a nuestro pueblo, de amor-bondad, de amor-ternura, de amor-alegría, de amor-acompañamiento, de amor-ilusión, de amor-conocimiento, de amor-solidaridad, de amor eficaz y de amor nuevo. Requerimos sembradores exigentes de socialismo.


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Martín Guédez


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