Aunque los gobernantes republicanos, sus apologistas y toda la clase fuerte burguesa lo nieguen, el PTB de esta sociedad lo ha producido exclusivamente la mano de obra servil, campesina, esclava y modernamente la asalariada del proletariado. La clase fuerte han sido los esclavistas, los reyes y reyezuelos, los aristócratas, los feudales, el sacerdocio de alta jerarquía y modernamente los burgueses inversionistas. Todos ellos se han quedado con la mayor parte de ese PTB, a tal punto de que mientras más injusta y desigual sea la distribución de esa riqueza, más se empobrecen la mayoría de los trabajadores explotados, y correspondientemente más fuertes se tornan sus explotadores.
Hasta la llegada del régimen burgués la lucha de clases era obvia, se escenificaba a diario entre los trabajadores y sus amos. Los trabajadores carecieron siempre de estímulos para el trabajo espontáneo. Ambas clases vivían en permanente contradicción de intereses y su antagonismo era manifiesto. Hasta el látigo fue empleado sobre sus lomos, y la pena de muerte a nadie inmutaba salvo a las víctimas involucradas. Resultaba inconcebible que un siervo se erigiera como amo o que un “plebeyo” lo hiciera en aristócrata. Con la llegada del capitalismo, hoy perfeccionado como Imperialismo burgués, la lucha de clases virtualmente desaparece, o por lo menos no resulta tan obvia como en las formaciones sociales precedentes.
Entre asalariados y patronos no hay antagonismo sino simples contratos jurídicos bilaterales que, aunque leoninos, están ajustados a leyes estatales que amparan las Constituciones burguesas. Estas se han elaborado haciendo plena y descarada abstracción de la existencia de clases y considerando que todos los ciudadanos son iguales ante la ley “jurídica”. Las Constituciones modernas omiten que realmente los ciudadanos son diferentes desde el punto de vista estructural. Se trata de leyes creadas por la clase poderosa para controlar al trabajador y presentar a toda la sociedad como una libre asociación de ciudadanos con iguales aspiraciones y oportunidades. Por cierto, la tribuna política burguesa ha encontrado en esta mentira un fértil terreno para sus rimbombantes promisiones populistas, su ascenso al poder y su conversión final en fieles e incondicionales protectores del sistema imperante.
Efectivamente, el régimen burgués es el único que hasta ahora ofrece la posibilidad, aunque con baja probabilidad, de que un asalariado parta de cero y pueda hacerse de un capital inicial a partir del cual convertirse en miembro de la burguesía. Podría hacer negocios, explotar a sus ex compañeros de infortunio y hasta llegar a ser Presidente de estas repúblicas en el mejor de los casos. Esto es verdad pero sólo rige azarosamente para algunos pocos mientras la mayoría de los asalariados permanecen como tales y perpetúan su condición proletaria dentro de sus familias y descendientes.
Tal es el encanto de la sociedad burguesa ya que ofrece la posibilidad de reducir la lucha de clases a una puja por conseguir capital para dejar de trabajar y dejar que sean otros quienes fabriquen el PTB. Así lo hacen algunos ex trabajadores cuando pasan de explotados a explotadores. Y es que gracias a esa posibilidad no solo se mejora la condición económica de algunos trabajadores sino que es la estrategia sociológica perfecta para que el sistema se retroalimente con nuevos burgueses, nuevos empresarios y nuevos rentistas en general. Es por esta razón que las hipótesis marxistas ortodoxas siguen sugiriendo sin éxito la toma de conciencia clasista a unos asalariados que lejos de luchar por la desaparición de la clase asalariada, lo hace cada uno aisladamente por su propio ascenso y conversión en miembro de la clase burguesa. Por ejemplo, las luchas salariales son meras luchas conservadoras de la conciencia burguesa. La celebración de contratos laborales armoniza los intereses de trabajadores y patronos por lo menos hasta la renovación de sus contratos individuales o colectivos.
Por otra parte, en estas sociedades se vive en permanente lucha política que suele ser vendida como lucha social. Por esa lucha política entendemos la pugnacidad entre los mismos asalariados, entre los mismos capitalistas y entre ambos grupos en una informe mezcla de ciudadanos en variopintos partidos políticos asociados coyuntural y ciegamente para tomar el poder gubernamental, para conseguir jugosos contratos privados, robar descaradamente el Fisco Nacional, hacerse ricos, y todo ello dentro de la más demagógica bandera de lucha por los pobres, por los trabajadores, por los indígenas y enarbolando otras banderas que tanta rentabilidad han venido ofreciendo a todos los políticos inescrupulosos que la Historiografía ad hoc recoge hasta ahora.
La lucha social económica y estructural no existe en la sociedad burguesas, y la lucha política se asume como si fuera lucha social. La lucha social burguesa es la de las fuerzas productivas y en su indetenible desarrollo técnico y científico hasta agotar la posibilidad de una tasa de ganancia que justifique la prolongación del sistema capitalista. Es una lucha a largo plazo por excelencia. Que algunos líderes se arropen con banderas socialistas, que estos deseen precipitar la caída del Imperio, que despotriquen del sistema capitalista, no los califica como socialistas ni c. comunistas ni c. luchadores sociales. Su lucha es lucha burguesa respetuosa del sistema, una lucha política superestructural que no va al fondo de la estructura clasista.