La burguesía es experta en prostituirlo todo. Las palabras “democracia”, “revolución” “justicia” y “libertad” abundan en sus demagógicos discursos. La intención es clara: despojarlos de sus verdaderos y revolucionarios contenidos para confundir al pueblo. Hoy es moda que las hienas de la burguesía se disfracen de corderos para tratar ocultarnos sus verdaderas intenciones. Hoy estos canallas se hacen llamar “demócratas de izquierda”. Algunos van más allá y hasta nos plantean el "socialismo democrático". De esta forma arribista se aprovechan de nuestras ideas, las banderas de la revolución, para mancillarlas y apuñalear al pueblo por su espalda. Los revolucionarios no imitamos a la canalla porque nos caracteriza la sinceridad, la valentía y la honestidad. Ellas son nuestras fortalezas, y el pueblo las valora considerablemente a la hora de juzgar nuestros trabajos.
Nosotros fallamos cuando no somos consecuentes entre el discurso y la practica; entre lo que decimos y lo que hacemos. El pueblo no es pendejo y castiga con dureza la demagogia como la traición. Los revolucionarios seríamos más aceptados por el pueblo y los trabajadores cuando admitimos nuestras fallas o cuando hablamos con la verdad. La credibilidad del pueblo es también nuestra fortaleza. Por ejemplo, cuando admitimos que las empresas "socialistas" del plástico (PEQUIVEN), que algunas áreas de PDVSA, que algunos bancos, hospitales y Entes del Estado no funcionan como empresas o instituciones verdaderamente socialistas, el pueblo nos los reconoce y premia. El pueblo no es pendejo, repito. Cuando admitimos que aun estamos dando las duras batallas para transformar el Estado; cuando permitimos la participación del pueblo organizado en la procura de los cambios necesario, el pueblo lo entiende. Decir lo contrario, o callar ante el problema, nos expondría al escarnio público. Apremia reconocer nuestras fallas, y de manera pública, para que el pueblo comprenda que nuestros errores no corresponden al socialismo, como la canalla pretende hacer creer. Apremia hacerle entender al pueblo que estamos dispuestos a corregir nuestros errores. Ya es hora de parar, reflexionar y poner orden en el desorden. El Comandante Chávez exclamó ¡Ha llegado la hora!
Nuestro peor enemigo yace dentro de la revolución reproduciéndose aceleradamente como un cáncer en metástasis. Es el arribista, oportunista, corrupto canalla adeco-copeyano que se esconde en nuestras filas; que usurpa puestos estratégicos dentro del aparataje estatal y engorda sus bolsillos con dineros del pueblo. En este difícil año, atravesado por un proceso electoral de suma importancia para la revolución como lo representan las elecciones de diputados a la Asamblea Nacional, el dilema que se nos plantea es: o somos capaces de extirpar el cáncer interno o su metástasis acabara con la esperanza de nuestro pueblo y del mundo. O somos capaces de hacerlos con mucha firmeza o ella terminará por desmoralizar al pueblo y desmovilizarlo para esa contienda. La paz y las esperanzas de muchos pueblos en el mundo se encuentran depositadas en la revolución bolivariana. Su perdida será desastrosa y difícilmente reparable por mucho tiempo.
La plataforma de la “Unidad” que sirvió para silenciar en su nombre las críticas y los señalamientos contra algunos de los responsables de los malos manejos del Estado no puede seguir intacta sin reajustarse. No podemos marchar unidos con quienes mancillan nuestras banderas. Somos revolucionarios o somos idiotas. El discurso no hace revolución. Urge pasar a la acción revolucionaria y sin miedos. La revolución es sólo obra de revolucionarios que marchan junto al pueblo. El amiguismo, el nepotismo y la sobrecarga de responsabilidades en manos de muy pocas personas han incrementado el burocratismo y retrasado enormemente las obras y los cambios necesarios. ¡Ya basta de tanta ineptitud e ineficiencia!
Mucho se puede hacer desde ya. El canalla infiltrado corrupto debe ser señalado públicamente con nombre y apellido; deben ser destituidos de su cargo que ocupa en el Estado e ir preso. También deben serles confiscados sus bienes usurpados a la nación. Sea quien sea, caiga quien caiga. Porque somos revolucionarios o debemos de despojarnos también de ese calificativo para bien no enlodarlo. Ningún ministro, gerente, director, etc., debe ocupar otro cargo burocrático o político distinto al que fue designado. Cada quien a lo suyo. No más ministros con cargos de presidentes de otras instituciones o empresas del Estado, de la misma manera con sus viceministros, directores y gerentes; no más ministros con cargos de vicepresidentes para las regiones; no más ministros con cargos de vicepresidentes del PSUV. Ministro a su ministerio. Así como el Comandante Chávez no puede ser el diputado, alcalde y el gobernador de toda Venezuela, tampoco se puede pretender que los ministros ocupen otros cargos burocráticos que terminan degenerando en burocratismo e ineficiencia.
En este año electoral la revolución se coloca nuevamente a prueba. Nuestras consignas deben ser claras y contundentes ¡Cárcel al corrupto! ¡Pa′ fuera los ineficientes! ¡Revolución en la revolución o muerte!
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