La actividad comercial mejor conocida data de los primeros tiempos historiados por Heródoto. Fue cumplida a través de sus pioneros más connotados, los fenicios del Cercano Oriente, por allá en los confines del Mediterráneo. Anteriormente sólo regía el trueque en el mejor de los casos. El hombre preclasista no podía explotarse a sí mismo.
De eso hace unos 5 milenios, y desde entonces la actividad comercial con inclusión de la financiera privada y de la pública han sido conceptuadas como fuentes de ganancias. En pleno desarrollo de la economía burguesa los mercantilistas redujeron la Economía Política al acrecentamiento del “capital” dinero, y al del dinero derivado de transacciones comerciales de exportación. La compraventa ignoró la creación de las mercancías, y los fisiócratas apenas la admitieron como un don exclusivo de la agricultura. Decían, por ejemplo, “la Naturaleza nos devuelve en dos mazorcas cada grano de maíz sembrado”.
Con la llegada de Adam Smith comienza a reconocerse el papel del trabajo en la creación de mercancías, pero hasta ahora sólo Karl Marx ha dado cuenta del verdadero origen del valor de cambio de los bienes materiales que conocemos como mercadeables, y con ello también dio cuenta de las ganancias de los inversionistas de la producción, del comercio y las finanzas. Marx pudo descubrir la relación social escondida dentro de cada mercancía.
Ahora bien, quien compre a un precio inferior al de su reventa no puede menos que ver, pensar y afirmar que esa diferencia de precios cuantifica y cualifica su ganancia, y consecuencialmente morirá atribuyendo y conceptuando como fuente de riqueza y de ganancias al mercado.
Pero Karl Marx (El Capital, passim) descubrió y demostró estadísticamente que ningún mercado pasa de ser un simple botín de ganancias repartibles entre los industriales de la producción (contratistas de asalariados), los industriales del comercio (intermediarios, mercantes, mercachifles y afines), los industriales de la banca ( (financistas y usureros), y el Estado(los gobernantes de turno).
Hoy por hoy los comerciantes se desenvuelven fuera de las fábricas, fungen como demandantes de algunas, y como proveedoras de otras. Los financistas fungen de intermediarios entre los dueños de ahorros dinerarios y los productores, comerciantes, el Estado y otros banqueros de menor poder prestamista.
Es en la sociedad clasista burguesa donde mejor se aprecia cómo los hombres se ven obligados a esconder sus relaciones con los demás a través de mercancías mediadas por patronos, comerciantes y financistas. Los trabajadores asumen el rol de asalariados que “trabajan para vivir” en lugar de hacer del trabajo su vida misma. (K. Marx/ “Contribución a la Crítica de la Economía Política”).
Por eso decimos que el mercado es un botín de ganancias para distinguirlo del “gran arsenal de mercancías” que representa la riqueza de las sociedades burguesas. La relación asalariado- patrono ofrece un plusvalor aportado por el primero que le sale gratis al segundo, y este termina repartiéndolo entre comerciantes, financistas y gobernantes.
Ocurre que el fabricante de una mercancía la vende a un “precio de producción” inferior al valor de cambio depositado en el PTB, y retiene para sí sólo una parte de la ganancia total. Luego el comerciante la vende al “precio completo de producción” y retiene para sí otra parte de dicha ganancia. Posteriormente, fabricantes y comerciantes costean con cargo su porción de ganancia los intereses bancarios que adeuden cuando operen con capital ajeno.
Finalmente, todos ellos en funciones de coexplotadores, fabricantes, comerciantes y banqueros de los trabajadores, ceden a los gobernantes parte de sus ganancias.
De resultas, fabricantes burgueses, comerciantes burgueses y banqueros burgueses terminan repartiéndose a partes iguales el botín que les dejan los trabajadores dentro de las fabricas del primer explotador. Obviamente, los gobernantes quedan obligados a la defensa de semejante sistema como excelentes cobeneficiarios de la explotación salarial.