Precio es el pago que se hace a cambio de determinada unidad de valor de uso, y en caso de mercancías es pago por su valor de cambio. Con ese “precio” se cubriría el coste de producción, o sea la suma alícuota de “c” + “v” + “pl”, según la terminología marxista. En la concepción no marxista el precio de venta debe superar al de compra sin dar mayores explicaciones que las de una supuesta y anticientífica lógica mercantilista. Para esta concepción las mercancías y el dinero serían valores en sí mismos, y confunden así valores de uso con valores de cambio.
Partimos de que el valor de las mercancías es asunto privativo de la producción, los mercados ni quitan ni agregan valor alguno. Si una mercancía se abarata o encarece, su valor sigue siendo el mismo que se añadió fábricas adentro, y por eso se habla de compras baratas o encarecidas.
Resulta que para los comerciantes los precios son la medida de sus inversiones de preventa y los de sus ingresos postventa. En este mercado suelen darse desviaciones del precio del valor de las mercancías por razones ajenas a la producción, como son el desequilibrio o el suministro oportuno entre la demanda y la oferta, las esperanzas de escasez o de abundancia. Unas prometedoras cosechas agrícolas sugieren vaciar los inventarios por posibles bajas en costes medios, cosas así.
Hasta aquí nuestro análisis no reviste mayor complejidad, pero en el propio mercado o lugar donde se concretan las relaciones sociales representadas en cada mercancía, y en nuestro caso, en el mercado capitalista, el asunto va más allá.
En el primer caso ideológico estamos convencidos de que los valores son creados en la fábrica, mientras que los demás piensan que la ganancia es creada en el mercado. Según esta última hipótesis, los trabajadores recibirían una paga justa por su jornada, mientras que según la primera versión los asalariados son explotados.
En torno a este tema sobre si la riqueza se crea o no en los centros productivos, filosóficamente los economistas llevan mucho tiempo sin ponerse de acuerdo. El punto de mayor diatriba entre ellos gira sobre la diferencia entre valor trabajo y precios de producción. Esta última es una categoría introducida por Carlos Marx para dar cuenta del origen de la ganancia y anular cualquier terquedad intelectual que siga sosteniendo que el mercado es fuente de riqueza.
Bien, las mercancías pueden ser directamente vendidas a boca de fábrica por el industrial productivo, vale decir por el contratista directo de la mano de obra asalariada, o por otro industrial dedicado a su mercadeo fuera de fábrica. El dinero empleado como capital inicial tanto por el industrial productor como por el comerciante puede ser propio o ajeno. En el segundo caso, los mismos industriales de la producción o del comercio toman dinero suyo para dar financiamiento a otros capitalistas que entren en la competencia. Nace así el industrial financiero o bancario.
Ahora tenemos un capitalista cuya función se halla dividida en tres modalidades, y como tales sus representantes aspiran un reparto de la ganancia total del mercado tendenciosamente proporcional a sus aportes de capital. Es decir, cada capitalista inversionista como productor de mercancías, como intermediario de estas o como financista en ambos procesos económicos, reclama para sí una ganancia porcentual igualitaria para todos. Es lo que se conoce macroeconómicamente como tasa de ganancia media, tasa de g. m, dentro de la esfera de la producción, media dentro de la esfera del comercio, y media dentro de la banca, pero al mismo tiempo una misma tasa de g. media para cada dólar empleado en las diferentes modalidades funcionales del capital total de una región, de una país, o del continente, como ocurre actualmente con el capital transnacional. No hay diferencia entre un dólar invertido en la banca, que otro invertido en el comercio o en las fábricas, como no la hay entre un dólar colocado dentro del país o fuera de este.
Bien, para que la ganancia media prospere, los precios del mercado no ya no podrán expresar el valor individual añadido en cada fábrica ni en cada país porque sencillamente los industriales de la producción operan no sólo con capitales diferentes en cantidad sino diferentes en su conversión en capital constante y capital variable.
Efectivamente, hay capitales productivos que operan con 80% de “c” y 20% de “v”, mientras otros operan con 60% y 40%, respectivamente. Así, para una tasa de plusvalía igual para ambas empresas, pongamos por caso, de 100%, y si se vendiera al valor y precios de mercado, la primera vendería por 120, y la segunda por 140, con lo cual la tasa de ganancia del primer capital sería de 20%, mientras que la del segundo sería de 40%, según sus respectivas composiciones orgánicas de capital.
Esa desigualdad en las tasas de ganancia desestabiliza el sistema a nivel de las diferentes esferas de capitalización, mundial o regional, y sólo a través de los precios de producción se zanja esa dificultad y logra la igualdad del reparto de todo el plusvalor presente en el PTB por ambos capitales.
Veamos: Las dos empresas venderían su PTB al precio de producción = 130, lo que significaría que parte de la plusvalía dejada en la segunda empresa pasa a la de mayor composición orgánica. Ese precio de producción es el resultado de añadir a cada capital la misma tasa de ganancia media de todo el capital (20 + 40/ 200). Significa también que mediante el mecanismo de los precios de producción los capitalistas no sólo explotan a sus asalariados particulares y de su país de origen, sino a toda la masa de ellos de su país y del mundo ya capitalizado, única manera de estabilizar el sistema.
Digresión importante. Cuando un capital emigra no sólo busca más mercado para sus posibles excedentes domésticamente invendibles, lo hace en búsqueda de esa tasa media más alta que se esté dando en el país receptor del capital foráneo. Detrás de cada financiamiento extranjero, está el industrial productor que aplicará ese capital dinero.
Por esa razón la Deuda Pública en dinero para luego licitar entre empresarios que realicen tal o cuya obra de interés público debe cesar de inmediato, ya que por lo general el costo de la obra sale más cara en el mejor de los casos. Digamos que no debe contratarse con la banca internacional sino con empresarios internacionales dispuestos a usar su propio capital, propio económica o jurídicamente, no viene al caso.