Muchos de esos Estados viven también de la plusvalía procedente de capitales domésticos operativos en el exterior, vale decir que son Estados subvencionados por los asalariados de otros países. Este es el caso de los países altamente industrializados y fuertemente exportadores de capital en sus distintas formas: financiera, comercial y productiva. Económicamente, se trata de Estados imperialistas ya que su capital tiene como escenario geoeconómico el mundo entero.
Sin embargo, cuando esos Estados funcionan equilibradamente, aun así, en sus variables Ingresos- Egresos debidamente presupuestados hay una importantísima partida oculta que llamaremos la otra Partida Secreta. Esta no es precisamente la que utilizan los gobernantes inescrupulosos para darse la gran vidorra ni realizar actividades reñidas con la moral ni los mandatos expresamente constitucionales ya que se trata de dineros exentos de control alguno por parte nadie.
Nuestra “partida secreta” se nutre del plusproducto que en servicios públicos producen los funcionarios de mediano y bajo rangos burocráticos. Esta parte burocrática incluye toda una compleja e integral gama de técnicos y profesionales que se mueve desde los bedeles y faena sucia, mensajera y vigilantes hasta los más acreditados académicos y profesionales de primera calidad que operen en nuestras oficinas ministeriales; incluye policías y militares. Esta explotación rigen para la burocracia técnica tanto de los países imperialistas como de los p. rezagados en esta moderna carrera industrial.
Con cargo a ese plusproducto la alta burocracia goza de muchos privilegios: sueldos groseramente superiores al devengado por el más acreditado profesional, vigilancia personal, ropas, vestidos, viajes, buena comida y bebidas, educación de Primera para sus hijos, y el tupé histórico de figurar en la Historia como mandatarios de tal manera que sus descendiente terminan constituyéndose en una elite generacional que estará infatuada y elitistamente por encima de nuestros abnegados servidores públicos.
Es notorio el abuso y expropiación que practica esta alta burocracia con los servicios públicos que son objeto de esta explotación feudaloide. Las primeras piedras, las pancartas de construcción de obras públicas, las vías de comunicación y hasta el más modesto autobús que un alcalde regala a uno que otro Liceo llevará su nombre para toda la vida, como si esas obras públicas corrieran monopersonalmente a cargo del Alcalde de turno, del Gobernante de turno o del Presidente d turno.
Digamos que la explotación del funcionario público por parte de estos estados no sólo consiste en trabajo impago sino en discriminación social para un aplebeyado personal y una ciudadanía que debería merecer todos los créditos que la prestación de cualquier Servicio Público pudiera ofrecerle.
Tenemos pues un Estado que no sólo sirve de brazo armado de la clase burguesa sino que en sí mismo contiene un personal mandatario que explota a sus servidores públicos. Esta realidad echaría por tierra el falso concepto sostenido hasta ahora acerca de que nuestra economía vive de la Renta Petrolera. Debemos concluir que nuestro Estado vive de esta y de la explotación de los funcionarios públicos.
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