Las economías administrativas y la minimización de los costes del mercadeo provocan una visión de ganancias tal que pareciera que en el mercado es posible obtener riquezas sin explotación de asalariados. Nada más falso.
Sea usted un comerciante, dótese de un inventario, emplee algunos vendedores, un contable, etc. Ahora, pasado un período económico convencional, pida sus estados financieros. El balance de Ingresos – Gastos (anticipos de capital) suele arrojar ganancias como diferencia positiva entre sus activos y pasivos.
Luego, para un segundo período procure hacer ajustes en sus desembolsos: compre al menor precio, reduzca gastos (anticipos) inútiles, escatime la paga de sus empleados, no permita que manguareen ni un minuto, sea estricto con sus entradas y salidas a su empresa. Use descuentos por pronto pago, especule, sebreprecie, etc. En el próximo balance, para unos Ingresos constantes su ganancia habrá mejorado.
De ahora en adelante haga un “credo” con estos procedimientos y hasta formule una teoría al respecto. Porque es indudable que usted jurará y perjurará que sus ganancias provienen de sus economías, de gastar (anticipar) lo mínimo y obtener máximos ingresos.
Por otra parte, ha sido difícil convencer al asalariado que su patrono lo explota, que no le paga nunca todo el valor de su trabajo, y que cuando le mejora el salario entonces más lo explota como consecuencia de la revalorización del PTN.
Bueno, con mayor razón la incredulidad para considerar que los comerciantes explotan a sus empleados cobra mayor fuerza, pero sí los explota. Ocurre que mientras el fabricante de la mercancía se queda con parte de ellas, justo por el monto del valor de la plusvalía, el mercader recibe de sus empleados un plusproducto. Sus empleados trabajan durante unas horas excedentarias luego de prestarle servicios al público por un valor equivalente a la cesta básica que representa el monto de la paga recibida del comerciante del caso.
Pero, además, el mercader recibe del proveedor fabricante unas mercancías previamente rebajadas a un precio tal que implícitamente le dejan un margen de ganancias a su clientela mercantil, de manera que cuando él comerciante determina los precios de sus ventas en ellos recoge el valor de compra más los incrementos de coste variable que sus propios empelados añaden al lado de los costes constantes infraestructurales de muebles, energéticos, papeleo y otros.
Súmese el sobreingreso por aquellas economías y el margen de ganancia que aplica a los mercancías vendidas y la ilusión habrá prendido brillantemente: El mercado pareciera generar riquezas y la mejor prueba es el enriquecimiento personal de un comerciante que “sin tirar un palo” productivo termina con un capital que perfectamente mañana lo colocará en bancos o en fábricas a fin de acrecentar la riqueza que de partida “su mercadeo” le permitió.