Muchas veces hemos escuchado la expresión popular recogida en el título a revolucionarios sinceros, que han sufrido la angustia de presenciar los desmanes que realizan muchos funcionarios públicos que ocupan altos, medios y bajos niveles de gerencia y que se han aprovechado del desorden administrativo que genera de manera inercial el impulso de los cambios radicales que se producen en todos los ámbitos del Estado venezolano. La refundación de la Patria requiere desmontar todo un aparato estatal corrompido e inoperante para impulsar, como indica el Plan Simón Bolívar en su primera línea general: “La construcción de un Estado ético, vale decir, de una nueva ética del hecho público. Un Estado de funcionarios honestos, eficientes, que más que un altar de valores, exhiban una conducta moral en sus condiciones de vida, en la relación con el pueblo y en la vocación de servicio que prestan a los demás. Un Estado del cual se sienta parte el ciudadano. El Estado está llamado a ser el espacio ético por excelencia, si no lo es, el ciudadano no tendrá motivo para serlo.”
Pues bien, ese pueblo llano que sustenta este proceso, sigue esperando trascender el poder constituido usurpado por los pericos que se han comido el primer maíz, resquicio del Estado burgués de la IV República que se niega a morir, que se sustenta en el poder del capital y todos los vicios mundanos del que se sirve para corromperlos.
El pueblo reconoce todo el esfuerzo realizado por nuestro líder comandante-presidente y sus ministros. No hay duda que hemos avanzado y hemos obtenido resultados provechosos en todos los ámbitos. Pero, también hay que advertir cuánto se ha dejado de avanzar por las acciones contrarias u omisiones de muchos oportunistas, corruptos de toda calaña, entronizados en altos y medios niveles de la administración pública, en el partido, en las gobernaciones, alcaldías y organismos de representación popular. Aún cuando se han detectado algunos de ellos y se les ha execrado, permanecen quienes los han colocado allí, reproduciendo el mal. Cuando se detecta un funcionario corrupto, sea de cualquier nivel, debe asociársele con quien lo colocó allí y actuar en consecuencia, o por lo menos, someterlo a observación e investigación. Estos personajes son muy habilidosos y se valen de múltiples artimañas para, siempre estar bien colocados, en distintos cargos. Actúan con desparpajo, sin pudor, con toda clase de inmoralidades frente a los empleados reaccionarios, que condenan al proceso revolucionario identificándolo con estos corruptos, así como, frente a los mismos trabajadores revolucionarios, quienes los denuncian ante cualquier instancia sin obtener respuesta, acumulando frustraciones que bajan la moral.
La misma dinámica política ha contribuido a la permanencia de esa quinta columna, postergando la crítica abierta, la confrontación directa, en función de la unidad. Así, hemos visto como repiten en sus cargos alcaldes, gobernadores, diputados, a quienes todos reconocen como corruptos pero, por disciplina partidista y para no hacerle el juego a la oposición, se les elige; allí se escucha en las bases la expresión: hay que votar por tal o cual, con un pañuelo en la boca, pero hay que hacerlo. Ahora vemos como muchos de esos camaleones tienen el descaro de autopostularse, con sus caras de palo; con total desverguenza ante sus pobres gestiones y actitudes arrogantes, soberbias y displicentes con la gente.
En estas elecciones del PSUV hay que desarrollar una campaña demoledora contra los infiltrados y ejercer una intensa contraloría en todos los espacios para erradicar a los corruptos que tanto daño le han hecho al país. La revolución debe ser ética, antes que cualquiera otra consideración. La moral es nuestra primera arma y ella se soporta en la ética.
El partido debe terminar de estructurarse para controlar tales desviaciones, con discusiones abiertas sobre la conducta de los verdaderos revolucionarios; sobre el modo de vida de los funcionarios públicos; sobre las relaciones de gobernadores, alcaldes, diputados y concejales con contratistas multimillonarios que se declaran revolucionarios para obtener prebendas; sobre todos los más mínimos detalles que descubren la verdadera esencia de esos oportunistas que pervierten el poder al ponerlo al servicio de sus intereses bastardos y no lo transfieren al pueblo para servir a intereses sublimes. El revolucionario debe diferenciarse de los lacayos vendepatrias, hasta en la manera de caminar, para tratar de explicarlo de una manera contundente.
vargasjrg@pdvsa.com