Sigo creyendo que la labor de un asambleísta debe ser un ejercicio permanente de desprendimiento y compromiso total, eficaz, y revolucionario con el pueblo que le ha elegido, con el país y con la construcción de un sistema social y político que garantice el bienestar supremo de la patria. No es necesario hacer memoria de lo que fue aquel congreso de crápulas, holgazanes y boludos diputados que levantaban sus manos para aprobar la debacle de un país ya encorvado de tanta miseria; que levantaban sus manos para bofetear la dignidad y la esperanza de un pueblo. La Asamblea Nacional debe ser el escenario natural y dinámico donde concurran los criterios más probos y progresistas que apuntalen la construcción del modelo socialista que consolide la decidida transformación social, política, económica y cultural que adelanta este proceso bolivariano y revolucionario. No tengo problemas en señalar que esta Asamblea Nacional adolece aún de cierta modorra política e intelectual que dificulta el ritmo que la revolución impone. Desconozco el rostro de la mayoría de los diputados que fueron elegidos por el estado Mérida y cuales fueron sus aportes en los debates legislativos… o de qué manera brindaron asistencia a la comunidad que les eligió.
Sé, sin embargo, que toda revolución tiende a depurarse y a convocar a los hombres más honestos y verdaderamente comprometidos con los más nobles ideales de la justicia social… Entre estos hombres distingo al ferviente e insumiso dirigente político y estudiantil, poeta y luchador social Guillermo Villarreal Altamar [“Altamar” como se le conoce en el recinto universitario, en el poetariado y en las calles que atestiguan en rigor su patafísica].
Villarreal Altamar es el dirigente estudiantil más entusiasta, más luchador y más combativo que he conocido, en los años recientes, en la Universidad de Los Andes, siempre fiel a sus principios e ideas, humilde militante de la izquierda revolucionaria y profundo conocedor de la realidad política y social de Mérida. Villarreal Altamar ha sido, sin duda, una saeta contra godos, farsantes y prelados en una ciudad como la nuestra, donde sucumbir a las dádivas es tan fácil. Entre los jóvenes revolucionarios él es uno de los más decente, honesto y reflexivo que conozco, interprete genuino de la realidad política e histórica del país y poseedor de un verbo puntiagudo y eficaz que ha sabido dirigir hacia los sectores más reaccionarios que han hecho vida en la Universidad y en nuestro estado. Guillermo Villarreal Altamar es, sin duda alguna, el más convencido, estoico y entusiasta revolucionario que he conocido en Mérida. Sé de sus sacrificios familiares, económicos y académicos por permanecer “activado” en la lucha cotidiana contra todo lo que él considera injusto y al margen del proceso revolucionario, contra toda contradicción política que menoscabe los postulados más elementales de la lucha de clases y de la justicia social.
En 1958 fue elegido el maestro y periodista Fabricio Ojeda diputado al Congreso Nacional por la Unión Republicana Democrática. Cuatro años más tarde, en 1962, renuncia a la investidura y todos sus privilegios para incorporarse a la lucha armada. Su renuncia como diputado fue un elocuente manifiesto que representó el más auténtico e incondicional compromiso político y social con un pueblo, compromiso total que todo verdadero revolucionario debe asumir más allá de la ocupación de espacios burocráticos de la Asamblea Nacional.
En el Cementerio General del Sur, ante la tumba de Alberto Rudas Mezzone (uno de los tantos jóvenes caídos en la lucha por la libertad) Fabricio Ojeda habría jurado que el sacrificio de los mártires no sería en vano… habría jurado continuar la lucha para que la sangre derramada retoñase en nueva vida para el pueblo… continuar la lucha revolucionaria para la liberación de Venezuela, para el bienestar futuro del pueblo, para la redención de los humildes… Éste debe ser el compromiso que todo aspirante del Partido Socialista Unido de Venezuela debe asumir, en fe de juramento, ante la revolución y el país. “Necesitamos asambleístas como Fabricio Ojeda” dice un graffiti en una pared del centro de la ciudad. Yo estoy de acuerdo. Un asambleísta debe ser un trabajador incansable y sin descanso… y no, como me lo sugirió jocosamente el poeta Jesús Rengifo Angarita, aquella persona que se verá obligada a trabajar si no sale elegido.
*Escritor
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