Para celebrar con Argentina

Al héroe le pareció hermosísima la niña de cabellos rubios que divisó entre la maleza. Bajó del caballo y la tomó en sus brazos. Le comentó a su compañero: “Mire usted la linda flor que me he encontrado”. Y siguió con ella hacia la casa. Estaban cerca de Salta, en “Los Horcones”, la hacienda de los padres de la niña de tres años que ahora lloraba sobre el azul dormán del general Güemes. Al llegar a la puerta campesinos y soldados lo reconocieron y aclamaron. La “flor de la maleza” seguía llorando, mientras su madre lo abrazaba como a un hermano. Muchos años después la gran escritora que llegó a ser la niña habría de recordar ese momento crucial en una página ferviente. En sus líneas vemos al admirado visitante en el pleno esplendor de su gloria. Sólo la mirada augural de alguien que recibe a la llorosa niña, ve otra cosa en el rostro de Güemes. Es la tía que la recibe de los brazos del general, murmurando en un tono ominoso: “La niña ha llorado como si la hubiera besado un muerto…¡ay! ¡ay!”.

Este martes celebraron los argentinos la fecha bicentenaria del inicio de su independencia. He querido aproximarme a ella desde el norte para salirme del ritual porteño. Podría festejar a Moreno y a Belgrano, los nombres que prefiero entre los patriotas que integraron la primera junta soberana, pero la estampa del héroe de la Quebrada de Humahuaca me la impone ahora la prosa de una salteña universal y es a él y a esa salteña a quienes quiero honrar con motivo del 25 de mayo.

Güemes fue garrido y gallardo. Impidió con su destreza y su valentía que los realistas del Alto Perú reforzaran las fuerzas de los viudos del virreinato. Sin un norte que resistiera la embestida no habría habido éxito en Buenos Aires. El nombre de Güemes tiene, por ese hecho, un sitial muy empinado en la historia argentina de la libertad. También lo tiene por su sino trágico. En lugar de unirse todas contra las fuerzas de la corona, las provincias del norte, siguiendo las ambiciones y envidias de algunos caudillos, se distrajeron en guerras fratricidas. Martín Miguel de Güemes, víctima de la traición inevitable, sería asesinado en junio de 1821. Algunos en Jujuy y en Tucumán, al saber la noticia, se frotaron con fruición las manos. Tal vez con Güemes vivo San Martín no habría declinado su papel estelar en la liberación del continente, pero esas son especulaciones de historia-ficción que podrían afectar algunas cercanas susceptibilidades… Mejor es “non meneallo” y vayamos a las ataviadas páginas de Lugones en “La guerra gaucha”, para completar nuestro homenaje a Güemes y a sus épicas hazañas en el norte de Argentina.

Ella, la niña, se llamaba Juana Manuela Gorriti. Fue una de las primeras novelistas de América y una mujer dotada de un talento generoso y múltiple, que quisieron para sí algunos misóginos de su tiempo. Americana de Salta, pero también de La Paz, de Lima, de Arequipa y de Buenos Aires, Juana Manuela fue periodista, biógrafa, ama de casa, promotora de tertulias literarias, maestra, cronista y cocinera. Le debemos el impagable aporte de un libro extraordinario: “Cocina ecléctica”, un compendio de recetas del siglo XIX que a lo largo de varios años fue recibiendo de sus amigas. Es mucho más que un recetario. Es una incursión por uno de los lugares más injustamente invisibilizados de nuestra cultura: el fogón doméstico.

Hace pocos días leí un elogio de esa obra. Lo hizo Hebe de Bonafini, autora de un libro que presentaremos la próxima semana en la UNEY (San Felipe, 2 de junio) y que se titula “Cocinando política”. La noble y combativa madre de la Plaza de Mayo supo encontrar en Juana Manuela Gorriti una voz para el diálogo casero que el sarao de los bicentenarios no acostumbra oír.

Y ya que estamos celebrando, cerremos con el himno:

¡Al gran pueblo argentino salud!

(*) Rector de la UNEY.

frecastle@hotmail.com


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Freddy Castillo Castellanos


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