Desde luego no fui jugador de futbol ni conozco los intríngulis de dicho deporte, salvo de manera superficial y eso por haberme calado varias Copas del Mundo, tantas que, como revelé en fecha reciente, estoy pasado de copas.
Se ha dicho que el futbol tradicional (para diferenciarlo del futbol americano) no es un juego adaptado a las transmisiones de radio o
televisión, pues el partido no tiene intermedios para cuñas comerciales. Esto lo hace tedioso para un público acostumbrado a
recibir miles de exhortaciones destinadas al consumo de diversas mercancías, pues obliga al espectador a concentrarse en un partido que dura 90 minutos, cosa que solo pueden resistir los compatriotas acostumbrados a los discursos del Presidente Chávez.
Indiscutiblemente, como en todos los deportes modernos, el futbol tiene sus trucos, muchos de los cuales salen a relucir en la Copa del Mundo. Es sabido, por ejemplo, que los jugadores italianos, y por ende los argentinos, que heredaron la vocación operática, dominan con maestría el arte escénico y muchos de ellos se lanzan a la grama y fingen terribles agonías al menor amago de una patada por parte del jugador contrario.
Otros futbolistas se conducen como tanques de guerra en plena ‘blitzkrieg’, o arremetida relámpago, sin andarse con sutilezas ni
jugadas preciosistas. Por cierto, recientemente Brasil cambió el llamado ‘jogo bonito’ por uno más feo que se suponía sería más
efectivo. La estrategia no le sirvió de nada frente a los de la Naranja Mecánica (Holanda). Habría sido más conveniente que siguieran
con ‘la batucada’, pues, aunque no ganaran los juegos, al menos se divertirían.
Como lo supondrán algunos lectores, el partido de Argentina contra Alemania involucró los estilos descritos: un juego divertido a base de pases y otro centrado exclusivamente en anotar goles, como si eso fuera tan importante.
En mi opinión, sin ser un experto, creo que los argentinos jugaron mejor, empezando por su director técnico, Diego Armando Maradona, quien mostró interés en estar al lado de la cancha recogiendo los balones que salían del área de juego. El entrenador alemán no hizo ningún esfuerzo.
Para decirlo de una vez, los goles alemanes fueron disparos que entraron por equivocación, sin acercarse siquiera al portero
argentino. Los sureños, por su parte, fueron en extremo gentiles o delicados. Cada vez que chutaron hacia el portero se esmeraron en
hacer tiros suaves para no lastimarlo. En cambio cuando los disparos pasaban rozando el arco parecían cañonazos, para demostrar que saben patear como los mejores.
Algo que poca gente logró captar fue que los alemanes se vistieron como árbitros, con uniformes negros, mientras que los árbitros se
pusieron unas franelas rojas que no podían ser más escandalosas. Se trataba, a todas luces, de una maniobra distraccionista para confundir a la oncena de los argentinos, que lucieron la camiseta albiceleste, pues a ellos no les da pena lucir el uniforme tradicional.
Por primera vez los alemanes aceptaron jugadores no arios o teutones auténticos en su equipo nacional. Uno, Lukas Podolski, echó lavativas hasta decir basta y otro, Miroslav Klose, aparecía en cualquier parte para chutar el remate.
augusther@cantv.net
Y eso que no salió a jugar Cacau, un brasileiro reencauchado.