El agravamiento de las relaciones entre Colombia y Venezuela ante la patraña montada en la OEA por secuaces de Uribe, junto al hecho de que en una semana habrá nuevo presidente en Bogotá, ha provocado que algunas personas bien intencionadas crean que la situación mejorará con el cambio de gobierno.
Lamento contradecirlos. No habrá cambios importantes ni para bien del pueblo colombiano ni para la región ni para nuestro país.
Creer que la sustitución de un presidente por otro –que además es del mismo bando- significa un cambio, es tan ingenuo como haber soñado que Obama cambiaría la actitud y esencia hegemonista de Estados Unidos.
Porque hay que ser más cándido que Eréndira para no saber que el presidente de Colombia es, a lo sumo, un recepcionista: “Hello Mrs. Brownfield… yes Mrs. Brownfield… yes sir”.
Me avergüenza y me da rabia decirlo, pero es la verdad, Colombia es un protectorado gringo; el sagrado suelo bolivariano de los valientes costeños y cachacos que ayudaron a Bolívar a reemprender la gesta independentista, ha sido entregado cobardemente al imperialismo por estos traidores.
Como reaccionario consagrado y antivenezolano ancestral, Juan Manuel Santos ya quisiera inaugurar su gestión soltando algunos racimos de bombas sobre Perijá o el Apure, pero se juró venir por este mercado. “Más temprano que tarde ese mercado será nuestro”, prorrumpió en campaña. Primero los negocios, hombre de negocios.
La jugarreta en la insípida OEA de Insulsa, sirvió también de capote para soslayar el tenebroso hallazgo de la fosa común más grande de la historia, donde cerca de dos mil cuerpos de víctimas de la represión yacen sin identificación ni la más elemental dignidad tanatoética.
El mortuorio dialecto uribista suma así otros dantescos aportes al lenguaje necrofílico, donde, ejecuciones extrajudiciales son “falsos positivos”; terrorismo de Estado se llama “seguridad democrática”; y bombardear otro país es un “ataque preventivo”.
El sistema neoliberal de opresión instaurado en Colombia bajo la égida yanqui y a fuerza de cometer impunemente crímenes de lesa humanidad, no hubiera sido posible sin la persecución de los movimientos sociales y líderes sensibles.
Este régimen, engendrado sobre el añejo poderío oligárquico pero rejuvenecido con los capitales de la droga, tiene raíces poderosas que sólo la acción revolucionaria de las masas conscientes podrá cambiar algún día.
La clase política colombiana no tiene ni las intenciones ni la fuerza moral para cambiar nada, cualquier nueva pose será burdo maquillaje. Los intereses y las amarras fácticas no permiten otra cosa.
El papel del gobierno colombiano está predeterminado en el plan imperialista de mantener en jaque a la irreverente Venezuela Bolivariana, es el rol del esbirro, que un día puede actuar como simple provocador, pero llega el día que lo mandan a matar y cumple gustosamente.
Cuidado con refugiarse cómodamente en los engaños. La subordinación de la oligarquía neogranadina a Washington viene de tiempos de Santander y Monroe.
El gigantesco despliegue bélico imperialista en nuestro continente, que se ha anexado sin previo aviso a Costa Rica y antes convirtió a Colombia en su base militar, es el meollo de lo que debemos interpretar y enfrentar.
El 7 de agosto nada cambiará en Colombia. Preparémonos para todo.
caciquenigale@yahoo.es
Constituyente de la República Bolivariana de Venezuela
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