El inglés Paul Johnson pareciera tener una fijación extraña sobre el asunto sexual, pues habla con obcecada y enfermiza insistencia sobre "la conducta promiscua del Libertador" y lo presenta entrando a los pueblos, siendo recibido por "ninfas" vestidas de blanco que le ofrecen guirnaldas y sus graciosos nichos de carne. Dice que en sus largas marchas generalmente se reclutaba a la ninfas en algún burdel local.
Todo esto está en el libro de Paul Johnson, "EL NACIMIENTO DEL MUNDO MODERNO". Mientras lo leo me viene a la mente el escritor aragonés Ramón J. Sender, a quien conocí en California. Sender es uno de los más grandes novelistas españoles, incluso para mí por encima de Camilo José Cela, Pío Baroja, Unamuno o Ramón del Valle Inclán.
Solía dar largos paseo con don Ramón. Lo veo sentado solitario en un banco del Balboa Park, departiendo con alguna ardilla que se le acerca hasta sube a sus piernas; él les pasa cacahuetes, observando cómo aquellos animalitos, de afilados dientes, ponen cuidado en no herirle sus dedos.
A aquel parque acuden a pasear muchos mejicanos y don Ramón los mira con gracia y recelo.
No podía evitar don Ramón, ver con pena a aquellos mejicanos desempleados que iban al Balboa Park, a matar el tiempo; "ilegales" que mientan con un dejo de lamento y miseria frases como: "¿Patroncito, me facilita un dime para comer algo?"
Sender se preguntaba molesto: "¿Qué tengo yo que ver con esta gente? A veces se me sale el conquistador." y llegué a decirle: "Usted ha tratado de escribir varios libros sobre México, pero usted está inhabilitado para comprender este continente".
Había escrito Sender, lo que consideraba una de las obras más importante de la literatura mejicana: "El epitalamio de Prieto Trinidad" que la consideraba al mismo nivel de la "Serpiente emplumada" de D. H. Lawrence y "Tirano Bandera" de Valle Inclán.
Creía él igualmente no tener que ver con los hecho de la conquista y la colonización de las Indias Occidentales; había algo que le ofendía de aquellos mejicanos que buscaban dólares hasta vendiendo un litro de sangre para cambiarlo por otro de tequila, y algún cadillac de tercera o cuarto mano para luego volver a sus tierra y alardear de rico.
Todo esto lo pensaba teniendo entreabierto el libro Johnson, y con los recuerdo en San Diego, California.
Los europeos de mala gana nos aceptan como somos. Ellos no pueden concebir que seamos diferentes; como no nos entienden no odian y desprecian; los españoles cada vez más cercanos a los programas colonizadores de los viejos imperios quieren dar se mismo caché de los gringos e ingleses; yo creo que los españoles son los que menos nos entienden. Cada vez lanzan más escupitajos a la cara de nuestros pueblos y celebran con locura, salidas como las del rey marmota Juan Carlos de Borbón: "Por qué no te callas". Imaginan quizás que todo el asunto de la invasión y explotación de la conquista y colonización fue cosa ya cerrada y producto de un accidente, de una equivocación.
Los ingleses por su parte, suelen tener hacia nosotros un concepto aún más deprimente y despectivo que el que nos prodigan los españoles y gringos.
En el libro "EL NACIMIENTO DEL MUNDO MODERNO", del periodista inglés Paul Johnson (Javier Vergara editor, Argentina, 1992), aparece en la portada, las fotos de Bolívar, Beethoven, Víctor Hugo y James Monroe. Claro, le dedica un capítulo a nuestro Libertador, tomando como referencia para delinear su carácter y su lucha, textos de sus peores detractores: Salvador de Madariaga, José Domingo Díaz, G. Hippersley, Pablo Morillo, etc. A pesar de existir en inglés un estudio bastante denso y completo escrito por el irlandés, General Daniel Florencio O'Leary, que muy bien el señor Johnson pudo haber consultado.
Nos presenta este periodista a un Bolívar quien no permitía "que se interpusiera en su camino consideraciones de carácter humano" (p. 575). "fue un mujeriego promiscuo... como su padre", (p. 575).
El señor Johnson pareciera tener una fijación extraña sobre el asunto sexual, pues no deja de seguir la conducta "promiscua" del Libertador y lo presenta entrando a los pueblos, siendo recibido por "ninfas" vestidas de blanco que le ofrecían guirnaldas. Generalmente se reclutaba a las ninfas en algún burdel local. Una de las ninfas que fue a saludarle en Quito, en junio de 1822, era una mujer de 25 años, Manuela Sáenz, una veterana de la batalla de los sexos...", (p. 590).
Resulta que el señor Johnson refiere en su libro que Víctor Hugo llegó a tener en su juventud, más de 2.000 mujeres (p. 146). Para realizar tal proeza tenía por fuerza que ser promiscuo, pero no, Víctor Hugo era un genio (como en efecto lo fue), con la virtud sublime y perfecta del hombre que suponen los ingleses.
En cuanto lord Byron, escribe Johnson, que incesantemente tenía amantes, y anota del poeta este párrafo: "No pasan 24 horas sin dar o recibir de una de tres (y a veces alguna más) hermosas e inequívocas pruebas de satisfacción mutua"; Byron contrajo su "primera gonorrea "gratis" (pues no pagó por ella) en Italia (p. 610); tenía amantes rubia como el amanecer y cálidas como el mediodía y llegó a vivir en adulterio peligroso; pero ni Víctor Hugo ni Byron merecían el calificativo de promiscuo; quizás promiscuo sea lo más cercano al habito sexual de los perros; como dije, lo más cercano a un latinoamericano es un perro sin pedigrí alguno.
Un fornicador insaciable fue el extraordinario escritor escocés James Boswell, autor de poemas y de una de las más excelentes biografías jamás escritas, el "Doctor Samuel Johnson". Boswell no sólo era promiscuo en el verdadero sentido de la palabra, sino que llegó competir, satisfaciendo a una misma hembra, "a ver quien resistía más", con el escritor Esmond Donelly. El periodista Johnson menciona en su libro a Boswell, pero nada refiere de su insólita promiscuidad. Los ingleses suelen tener un sentido muy gracioso y falso de la dignidad y del valor, del honor, no obstante que se les atribuye la mejor representación del prototipo de la perfidia. La Pérfida Albión.
Sobre otros aspectos, el periodista Paul Johnson sostiene que el idealismo de Bolívar no era muy profundo y que "inventó muchos de los clisés utilizados en el ascenso y la caída de los dictadores latinoamericanos"; que sus pasos "no fueron heroicos ni muchos menos", (p. 576). No era más que un jefe guerrillero.
Escribe Johnson: "En julio de 1812 Miranda capituló ante él [Monteverde],... Pero Bolívar decidió cambiar de bando, entregó a Miranda a los realistas a cambio de un pasaporte, y se propuso ir a España a luchar a las órdenes de Wellington. Cambio nuevamente de bando cuando supo que Monteverde había confiscado sus propiedades".
A este punto del libro, una arrechera incontenible me estremece, y pienso, que este imbécil, quien ha escrito sobre historia universal más de 2.000 páginas, tiene la audacia de hablar de cosas que desconoce en absoluto, y sobre las cuales ni siquiera se molestó en consultar obras básicas de la revolución americana; así y todo sostiene sus aseveraciones con tono de docto decano, como si de veras fuese una suprema autoridad en el tema.
En fin, esa es la visión que tienen los europeos de nosotros; siempre, como perfectos policías, viven pensando mal de cuanto les es extraño, y considerando que el planeta les pertenece.
Decir que Bolívar cambió de bando cuando supo que Monteverde le había confiscado sus propiedades, es de una bajeza intelectual y de una ignorancia tan brutal que no hay sino que cruzarse de brazo y sacar fuerzas para no echar a un lado el libro; es como suponer a don Simón seguidor ciego del liberalismo inglés, don Jeremías Bentham, el creador de la "Defensa de la Usura".
Jamás la humanidad ha conocido un estadista más desprendido de los bienes materiales como Bolívar, quien se resistía a cobrar sus haberes militares, que imbuido más allá de los tuétanos en la guerra de independencia, descuido lo suyo, y en Lima donó el millón que le concedió el Congreso peruano a la ciudad Caracas.
Cuando en 1823 Santander desea colocar a su nivel a todos los libertadores y solicita al Congreso de Colombia se le conceda a Bolívar una pensión de 30.000 pesos y sus sueldos atrasados, la respuesta de Bolívar es fulminante: "La generosidad del Congreso indica que soy capaz de aceptar con gusto una gracia que sin ofenderme hiere mi delicadeza, porque siempre he pensado que el que trabaja por la libertad y la gloria, no debe tener otra recompensa que gloria y libertad. Crea usted que me ha herido hasta el alma la lectura de este decreto y que lo he escondido hasta de Pérez, Ibarra y los de de la casa".
Yo creo que de los miles de documentos que firmó el Libertador, no existe uno sólo donde aparezca firmando bonos, sueldos o haberes militares para beneficio de su persona; el dinero que le fue entregado en 1830 para que saliera del país, lo repartió entre las viudas de los militares muertos en la guerra, a los enfermos y soldados que aún no habían recibido sus pagas, y como se sabe murió con una camisa prestada (que jamás devolvió, claro).
Sobre el Decreto de Guerra a Muerte, el periodista Paul Johnson afirma que el artículo 9, reza: "la presentación de cabezas de los españoles europeos, incluso los isleños, es suficiente para merecer una recompensa y un grado en el ejército: el soldado que presente 20 de esas cabezas será ascendido alférez; si 30, a teniente, si 50, a capitán, etcétera".
La cadena de inventos horribles llena varias páginas del capítulo 8, y en la página 585, sostiene que en el encuentro de Santa Ana, Bolívar y Pablo Morillo "se emborracharon, los acostaron y durmieron en la misma habitación".
El libro está plagado de errores históricos, y escrito con desprecio y aversión hacia nuestro Libertador. Pero así nos ven los europeos; así nos han visto siempre los europeos.
Los españoles que luego de la espantosa guerra civil (1936-39), inundaron a América Latina, muertos de hambres y desahuciados por el mismo mundo occidental del cual forman parte, por sus eternas torpezas políticas, ahora se pavonean frente a Hispanoamérica y no recuerdan nada de la generosidad con que aquí fueron recibidos y muy bien tratados.
Pero es necesario leer, conocer profundamente nuestro lugar en el mundo; nuestras locuras y perdiciones para no cometer la estupidez de creer que realmente los hispanoamericanos valemos algo.
Sépase: para ellos no valemos nada; los imbéciles que buscan que alguien les adopte, no hacen sino con representar el papel de mulatos satisfechos y orgullosos de sus propias servidumbres. Esa es la verdad, pero una verdad que en nada tocaba al Libertador, quien comprendió poco antes de morir que su lucha había sido una formidable y espantosa equivocación, precisamente por la caterva de miserables y serviles a los europeos o a los gringos, que como Santander, lo secundaron en su trágica tarea.
Hoy el gran misterio está develado: todavía resulta una tarea desgarradora tratar de revivir los ideales del Libertador, pues el materialismo gringo e inglés lo ha infeccionado todo con su vacuidad inmensa y poderosa; de tal modo que aquel grito de Bolívar a Santander para que la conducta de los colombianos en nada se pareciera a la de los regatones americanos, a los monigotes consumistas del imperio del Norte; aquella alerta tan reiterada de que no se fuera a seguir la moral (coño de madre) de medir el amor, la poesía, la creatividad en dólares, con pesas y medidas que siempre estén reportando dividendos constantes sonantes, no fue escuchada en absoluto. Hoy nada tiene valor si no está respaldado por jugosos presupuestos; hoy es imposible encontrar poetas muertos de hambre, porque los "poetas" están ahítos de cargos, viáticos y prebendas. El arte se ha vuelto una empresa, un negocio, tan lucrativo como la política de partidos, y Bolívar detestaba estas miserables conductas, y por ello es difícil que un regatón mercantilista como Paul Johnson pueda comprenderle.
Maldita sea…
jsantroz@gmail.com