La Base Patrick
de la Fuerza Aérea estadounidense en la Florida amaneció en alerta
roja el 22 de septiembre de 1979. La tensión era extrema pues el personal
que monitoreaba las señales satelitales detectó transmisiones del
satélite VELA con el patrón característico de las explosiones nucleares:
dos grandes resplandores seguidos uno del otro, el primero de corta
y el segundo de mayor duración, separados por oscuridad casi total.
Los sensores
del satélite determinaron que la explosión había tenido lugar en
el punto situado en las coordenadas 47º S y 40º E, donde se unen las
aguas del Atlántico Sur y el Océano Indico, cerca de las islas Prince
Edward y Marion, pertenecientes a Sudáfrica. Se trataba, por tanto,
de una prueba nuclear, y analistas políticos y científicos llegaron
rápidamente a la misma conclusión: la responsabilidad era de Sudáfrica,
de Israel, o de ambos.
¿Qué interés
táctico o estratégico podía tener Sudáfrica en el desarrollo de
un arma nuclear? –En 1975, Cuba comenzó a enviar tropas para defender
la independencia de Angola frente a la invasión sudafricana. Hasta
esa fecha, el poderoso ejército racista no había tenido rival en el
continente, pero las fuerzas internacionalistas cubanas, aliadas al
Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), lo obligaron
a retroceder más de 700 kilómetros, desde las cercanías de Luanda
hasta la frontera con Namibia. La derrota del ejército del apartheid
en 1976 (la primera, porque sufriría una segunda aún mayor y decisiva
en 1986, en la histórica batalla de Cuito Cuanavale) fue en extremo
humillante para Sudáfrica porque la soberbia de una ideología de supremacía
blanca había quedado hecha trizas frente a un ejército angolano-cubano
que cubría todo el espectro de colores de piel. Fue seguramente por
estos días que el gobierno de Pretoria adquirió la certeza de que
sólo la posesión de armas nucleares podría garantizar –pensaban
ellos- la existencia del régimen.
De acuerdo
a la opinión más difundida por los medios, la prueba nuclear del Atlántico
Sur había sido diseñada para que pasase inadvertida, al tener lugar
en un sitio remoto del océano y en medio de una tormenta que disiparía
las radiaciones. El satélite VELA, que podría detectar la explosión,
se consideraba obsoleto, estaba fuera de servicio y el gobierno de Estados
Unidos ya no publicaba sus trayectorias. Sin embargo, el VELA estaba
allí la noche del 22 de septiembre y sus viejos sensores captaron el
doble resplandor (1).
Lo cierto es
que en ese año de 1979 era ya prácticamente imposible que ocurriese
una explosión nuclear en cualquier parte del mundo sin que fuese detectada
de inmediato. La que tuvo lugar el 22 de septiembre no sólo fue descubierta
por el satélite VELA sino también por otros medios; por ejemplo, por
la observación de alteraciones atmosféricas desde el laboratorio de
la ionosfera de Arecibo en Puerto Rico y por los datos hidroacústicos
(ondas de sonido que se mueven a través del océano) en la isla de
la Ascensión, situada a mitad de camino entre Brasil y la costa occidental
africana (2). Al presidente Jimmy Carter le faltó la energía
necesaria para enfrentar el hecho y cometió el error, tal vez por consideraciones
electorales, de inútilmente tratar de ocultar la evidencia. El panel
de expertos convocado por Carter y presidido por el físico del MIT
Jack Ruina sostuvo la tesis de que las señales habían sido causadas
por el impacto de un meteorito sobre el satélite. Sin embargo,
el informe de la “Defense Intelligence Agency” (DIA) de junio 26
de 1980, que permanence en gran parte sin desclasificar, señaló que
las probabilidades de que un meteorito causase las señales eran inferiores
a 1 en 100 billones.
Con la administración
del nuevo presidente Ronald Reagan el “Incidente VELA”, por supuesto,
fue rápidamente olvidado. “Con Washington cerrando los ojos y con
Israel dándole la mano, el programa de armas nucleares de Sudáfrica
se aceleró y sus capacidades convencionales se fortalecieron” (3).
Otra lectura
de la información disponible es más convincente. Se acercaban las
elecciones en Estados Unidos y para el gusto de la ultraderecha y de
los halcones del Pentágono el presidente Jimmy Carter era demasiado
decente y sin la garra que el imperio necesitaba en sus relaciones internacionales.
Carter había adquirido prestigio con los Acuerdos de Camp David, su
política anti-apartheid y su defensa de los derechos humanos. Todo
ello y en particular su firme actitud con respecto a la no-proliferación
de armas nucleares, fue puesto en solfa –de forma muy conveniente
para sus adversarios- por los resplandores en el Atlántico Sur.
Pero una tercera
lectura, me parece, se acerca más a la realidad. Sudáfrica percibía
como una amenaza a su seguridad nacional los éxitos de los movimientos
de liberación en los países vecinos y -en su propio territorio- del
Congreso Nacional Africano (NAC). Además, el ejército internacionalista
de la pequeña isla antillana constituía un enemigo formidable
porque estaba compuesto en su totalidad por voluntarios que conocían
perfectamente bien lo justo de la causa por la cual luchaban y se empeñaban
en el combate como si estuviesen defendiendo a su propia tierra. Lo
más preocupante para Washington y Pretoria era la creciente simpatía
de los pueblos de Africa hacia los combatientes cubanos.
En septiembre
de 1976, Sudáfrica estaba a punto de lograr la fabricación de un arma
táctica nuclear y habría de lograrlo al siguiente año. Pero el tiempo
apremiaba y necesitaba con urgencia un poder de disuasión que le permitiese
una mayor capacidad de maniobra en la compleja situación político-militar
que enfrentaba. La misma necesidad tenía Israel, sobre todo después
del triunfo de la Revolución Islámica en Irán. Sudáfrica no podía
detonar una bomba nuclear sin el concurso técnico de Israel y,
a su vez, Israel necesitaba del uranio de Sudáfrica y de los inmensos
espacios oceánicos al sur de Ciudad del Cabo para realizar pruebas
nucleares. Lo importante pues no era determinar la paternidad de los
resplandores nucleares sino que éstos demostraban la complicidad entre
los dos gobiernos de apartheid: contra negros africanos uno y
contra palestinos el otro.
La política
de Tel Aviv ha sido y continúa siendo la de no afirmar ni negar lo
que se relacione con su desarrollo nuclear. Señala el historiador
Polakow-Suransky (4) que Sudáfrica aprendió de Israel que la “ambigüedad”
en este campo podía lograr que el mundo los tomara más seriamente.
Según él, el ministro de Defensa, Magnus Malan supo sacar ventaja
del misterioso doble destello. Entrevistado por Polakow-Suransky, el
general Malan confesó que había instruído explícitamente al embajador
de Sudáfrica en Washington que no negara la responsabilidad de Pretoria,
y añadió con sonrisa socarrona: “Recuerde una cosa en este tipo
de situación: el bluff”. Sin embargo, las fuerzas cubanas no se amedrentaron
ni se retiraron de Angola, ni en 1976 cuando el arma nuclear sudafricana
era todavía probablemente un “bluff” ni en 1988 cuando era ya una
amenaza real de aniquilación y podía ser el recurso desesperado de
un régimen destinado a desaparecer.
Documentos
secretos desclasificados por el gobierno sudafricano post-apartheid
revelaron que en 1975 Israel convino en venderle armas nucleares a Sudáfrica.
El entonces ministro de Defensa Shimon Peres (que sería galardonado
con el Premio Nobel de la Paz) ofreció venderle a Pretoria misiles
Jericó de tres tipos diferentes (para guerra convencional, química
y nuclear). El ofrecimiento se produjo durante una reunión el 31 de
marzo de 1975. La revelación “parece corroborar por primera vez en
forma documentada una relación nuclear durante largo tiempo sospechada
pero nunca probada” (5).
Los documentos
incluyen actas de reuniones secretas entre oficiales de ambos países;
en una de ellas aparecen las firmas de P.W. Botha (el “gran cocodrilo”)
y de Shimon Peres, a la sazón ministros de Defensa de Sudáfrica e
Israel respectivamente. Un documento previamente desclasificado, escrito
por el jefe del estado mayor del ejército sudafricano, el mismo día
en que tuvieron lugar las reuniones entre Israel y Sudáfrica, describía
los beneficios de la adquisición de misiles balísticos Jericó con
cabezas nucleares (6).
El “Wisconsin
Project on Nuclear Arms Control”, organización privada no lucrativa
fundada en cooperación con la Universidad de Wisconsin, publica periódicamente
el “Risk Report” que ofrece información sobre los programas de
armas de destrucción masiva en todo el mundo. En el informe de enero-febrero
de 1996 (7) se afirma que “Israel fue el más importante suministrador
de misiles a Sudáfrica. Pretoria obtuvo la mayor parte de lo que necesitaba
de Tel Aviv”.
Citando al
boletín industrial “Nuclear Fuel”, el Informe Risk revela que el
tungsteno que envuelve al uranio para incrementar el poder de la reacción
en cadena, era obtenido por Sudáfrica mediante traficantes de metales
desde otros países africanos. En 1989 –se afirma en otra parte del
informe- un poderoso misil (versión del Jericó-II israelita) fue disparado
desde el centro de pruebas sudafricano (“Overberg Test Range”) y
voló cerca de 1,500 kilómetros. El lanzador espacial RSA-4 es técnicamente
similar al de Israel. El Informe Risk considera el lanzamiento de este
misil como “fuerte evidencia” de la cooperación entre ambos países
en armas nucleares y misiles de largo alcance.
Otros datos
de extraordinario interés aparecen en el informe. Durante los años
ochentas, Sudáfrica produjo uranio altamente enriquecido en su planta
de Pelindaba. La técnica utilizada (“split-nozzle gaseous diffusion”)
fue siministrada por Alemania Occidental. Entre 1984 y 1988 la compañía
de Pennsylvania “International Signal and Control” (ISC) envió
a Sudáfrica más de $30 millones en equipos militares que incluían
antenas para el rastreo telemétrico de misiles en vuelo, giroscopios
para los sistemas de guía y otros equipos imprescindibles para un sistema
de misiles de alcance medio. En 1988, en la aduana estadounidense descubrieron
un cargamento de giroscopios para la fabricación de misiles antitanques
que iban a ser enviados clandestinamente a Sudáfrica. En 1990, cuando
ya el régimen del apartheid agonizaba, se supo que la compañía de
la Florida “York Ltd.” había estado vendiendo ilegalmente a “South
Africa’s Telecom Industries” equipos computarizados que servían
para guiar en su vuelo a grandes misiles balísticos.
En realidad,
aunque la mayor parte de la ayuda a Sudáfrica para la fabricación
de armas nucleares fue suministrada por Israel o a través de Israel,
Estados Unidos y varios países europeos comparten la responsabilidad.
Con el poder de las armas nucleares, el régimen de Pretoria hubiera
desempeñado en Africa el mismo papel de gendarme imperial que juega
Israel en el Medio Oriente. Sólo el heroísmo del ANC, de la SWAPO,
del MPLA y del ejército internacionalista cubano lograron impedirlo.
Los mismos
países que hoy piden sanciones y amenazan con la guerra a Irán, negándole
el derecho a un desarrollo nuclear pacífico, son los que entregaron
la tecnología y los recursos para la fabricación de armas nucleares
a Israel y a Sudáfrica. Según cálculos de la Federación de Científicos
de Estados Unidos (“Federation of American Scientists”) Israel puede
poseer en estos momentos unas 200 armas nucleares.
(Continuará)
- Thomas C. Reed and Danny B. Stillman: “The Nuclear Express”, Zenith Press, 2009, p. 178.
- Sasha Polakow-Suransky: “The Unspoken Alliance”, Pantheon Books, 2010, p.140.
- Sasha Polakow-Suransky: Idem, p, 142.
- Sasha Polakow-Suransky: Idem, p, 141.
- Adrian Blomfield: “The Telegraph”, 24 May 2010.
- BBC News, Middle East, 24 May 2010.
- The Risk Report: “South Africa Nuclear Autopsy”, Vol. 2, No. 1, January-February 1996.
- (*) Dr.
- sccapote@yahoo.com