Observación inicial
a lectoras y lectores
Independiente de los
rumbos políticos de Túnez y Egipto, estas revueltas convocadas como
una mezcla de pobladas y redes de Internet abrieron cancha para que
el pueblo ocupe un lugar en la gran política de esta macro-región.
Como quien tuvo una modesta militancia en el Comité
por la Liberación de la Presa Política Brasileña-Palestina Lamia
Maruf Hassan, en la primera mitad de la década del
’90, nos sentimos más que gratificados con tales acontecimientos.
Ojala que venga la victoria de las mayorías,
aunque sea puntual con el derrocamiento en las calles de las dictaduras
de toda y cualquier especie, también en Argelia, Libia, Yemen, Bahrein,
Siria, Jordania y en los demás países del Mundo
Árabe. No hay conflicto entre derrotar a los gobiernos autocráticos
y monárquicos y dar el combate al Imperio y
a sus títeres. Es justo lo contrario.
Cuando un joven tunecino se autoinmoló
como prueba extrema de protesta contra la dictadura de Ben-Allí, encendió
una centella que una vez mediatizada, puso fuego a toda la región.
Lo comenzó en Túnez en 14 de enero fue un acto extremo de decir “¡Basta!”.
En la punta de la estructura de poder del país, una policía corrupta
y abusando de autoridad opera contra el orgullo de un hombre de poca
edad, ejerciendo una sub-función de vendedor de frutas en la búsqueda
de la supervivencia, no pudiendo vivir de sus años de estudio y menos
aún del entorno de ideas que en las instituciones educacionales lo
cercaban. Este joven era uno de millones en aquel país, y uno entre
miles de millones en el mundo árabe.
Mientras son escritas
estas líneas, el poder aún se disputa en el Centro de Cairo, en Argel,
en Yemen a la moda bíblica, a base de pedradas. El Egipto victorioso
de hoy y el Túnez que aún arde en las calles, son la prueba viva de
que la capacidad de movilización es un factor decisivo en los rumbos
políticos de un país. Al contrario de lo que acostumbra predicar la
visión común, la calma en la sociedad equivale a la perpetuación
de esferas mínimas de participación, exagerando la presencia de pequeños
grupos de interés y fracciones de clases dominantes.
Es esencial notar el
factor de los márgenes de maniobra de cada operador político en escenarios
tan complejos y de realismo político como el Magreb y el Norte de la
África, además del Oriente Medio y la Península Arábica. Egipto
es el fiel de la balanza, conforme estos mismos analistas ya escribieron
antes de las piedras volaran. También habíamos evaluado –en el aire–
que si aconteciera la caída de Mubarak, sería más allá de los pactos
combinados a la manera del Pacto de la Moncloa español. El impasse
político que resultó en la caída del odiado heredero del también
traidor a la causa árabe Anwar El-Sadat (eliminado físicamente en
1981 por mudjahiddins de la Hermandad Musulmana) inflamaría a Marruecos,
y aún más a Túnez, Yemen, Jordania y en menor escala la Siria de
los Assad Alauí. La lucha argelina sería -y continúa siendo- una
incógnita en la región. En el panorama del odio popular alimentado
también por la prohibición de organizaciones fundamentalistas, está
la Argelia de la Nomenklatura de los veteranos de la FLN, arrepentidos
de la herencia política de los años de Ben Bella y Cia. Pero, como
también preveíamos (en comentarios radiofónicos), los factores concomitantes
del poder en Egipto no resbalarían de las manos como aconteció en
Túnez. Los más de 300 asesinados y las batallas de la Plaza Tahrir
dan carne viva a la hipótesis comprobada.
En las redacciones del
Occidente, la gritería también llegó “descubriendo” que las
fuerzas de seguridad y represión dedicadas a secuestrar sospechosos
–sin ningún procesamiento legal– también se dedican a reprimir
periodistas y comunicadores. En este grupo entraron activistas de la
Web egipcios, un ejecutivo de Google y decenas de hombres y mujeres
de los medios, incluyendo profesionales brasileños. Lo “curioso”
es la ausencia de analogías comparativas –técnicas básicas de estudios
de profundidad y reportajes de análisis – cuando nadie de “peso”
en las industrias de comunicación del Brasil toma el coraje de decir
la verdad. Es regla de cualquier análisis institucional. La misma fuerza
represora y operadora de los designios del Ejecutivo es también la
espina dorsal del crimen, de la violencia entre las mayorías y en el
nuevo régimen será parte de la basura autoritaria a reciclar, migrando
de la represión política al crimen organizado por dentro del aparato
de Estado. ¿Por qué la policía y la inteligencia egipcias, fieles
a Mubarak, leales al Departamento de Estado, a la agencias de espionaje
de los EUA y de Israel, habrían de tener un comportamiento diferente
frente de los reporteros extranjeros?
Fueron estas mismas fuerzas
y con esa mentalidad de desprecio a la inteligencia popular lo que llevó
al Ejecutivo a buscar una salida desesperada. Tal vez en con la intención
de causar conmoción por el caso, generando inseguridad en la espina
dorsal de la oficialidad en condición de mando de tropas y del generalato
del consejo militar, Mubarak realizó una maniobra clásica a lo largo
de su caída. El empleo de funcionarios, policías y operarios de los
órganos de seguridad, además de trabajadores aleatorios -y aislados
socialmente- para elevar los niveles de enfrentamiento, dando a entender
hacia el exterior que habría un riesgo concreto de guerra civil y una
total desorganización social. El efecto se dio al contrario, intensificando
los ánimos de quienes estaba en las calles y aumentando la presencia
de manifestantes y redes de apoyo.
Aunque con intensidades
distintas, hay elementos comunes entre las rebeliones populares tunecinas
y egipcias, comenzando con la comparación de las victorias parciales,
por conseguir derrumbar el jefe del Ejecutivo, proscribir parcialmente
al bando de gobierno y marcar elecciones sin prohibición de una serie
de partidos políticos. Ambos países donde se obtuvo esta conquista
parcial contra dictaduras corruptas, represivas y pro-occidentales son
repúblicas –al menos en la denominación formal– aunque con muy
poca independencia y autonomía entre los poderes. No deja de ser un
punto positivo –la condición republicana– considerando la cuestión-llave
de aumentar los márgenes de maniobra para derrumbar la tiranía. Tal
estatuto republicano no se encuentra en las monarquías marroquí, saudita
y jordana. Es de suponerse una menor circulación de ideas igualitarias,
o de “nacionalidad” (en el sentido del Estado-nación como institución
que atiende a todos) en las monarquías despóticas con base familiar
y tribal.
Como punto poco o nada
positivo –llegando a poner en duda de este mismo estatuto republicano
está la presencia de las Fuerzas Armadas –en especial de sus fuerzas
terrestres- como Poder fiador del orden y de la transición, de modo
de no fragmentar las garantías de última instancia de un Estado. Hubo
la preservación de estas fuerzas en el Túnez y lo mismo ocurre en
Egipto. El orgullo “nacional” de una fuerza que tuvo como mejor
logro el empate de 1973 con Israel, mantenido con recursos del Imperio
y que también se dedica a reprimir y controlar la frontera con Gaza.
Son 460 mil profesionales militares, afianzados en las garantías de
la transición y de la integridad institucional –de aquello que existe
como remedo de Estado– en bases laicas.
Del otro lado de la historia
para levantar hipótesis de arreglos complejos y salidas no laicas está
la presencia de islamitas –jihadistas o no– y específicamente en
el caso del Egipto, la muy respetable y ahora “reciclada” Hermandad
Musulmana. Hay combustible de retro-alimentación más allá de los
vecinos del integrismo sunita del Hamás. Abundan veteranos afganos,
voluntarios fundamentalistas que fueron a luchar en el Afganistán ocupado
por la Unión Soviética, fruto de la coordinación de la red de Bin
Laden con las estructuras capilares de la fe y con la triangulación
promovida por la CIA. Es sabido, público y notorio, tanto el efecto
boomerang que estos veteranos tuvieron en el montaje de estas redes
fundamentalistas en el norte de la África (con mayor énfasis en la
década del 90 del siglo pasado, cuando fuerzas políticas fundamentalistas
ganarían en el voto elecciones egipcias y argelinas) –esto sin hablar
en el propio Pakistán, al borde de una guerra civil– o el odio visceral
de los altos mandos de inteligencia y represión leales a sus gobiernos
despóticos y autoritarios –aliados de los EUA, como Jordania y el
propio Egipto– para con estas mismas redes y sus respectivos veteranos
afganos.
Específicamente en el
caso egipcio, se nota (aún a la distancia) que la Hermandad Musulmana
tal vez sea hoy la única fuerza por fuera del aparato de Estado (al
menos, fuera de los centros decisorios del gobierno nacional) con capilaridad
y estructura permanente en toda la sociedad, fruto de presencia y penetración
entre las masas movilizadas. Otras fuerzas de inmediato serían alguna
disidencia de dentro del propio (ex) gobierno Mubarak y, por supuesto,
el Consejo Militar del ejército que dio soporte a Nasser y desde 1978
tiene su presupuesto parcial o totalmente cubierto por el Pentágono.
Algunas gotas en el
océano de posibilidades
De un océano de posibilidades,
destacamos tres proyecciones hasta el advenimiento de la promesa de
elecciones en septiembre próximo. Es innegable que el referido ejército
aún opera como fiel de la balanza interna. El sube-y-baja puede pendular
para la propuesta que atraviesa toda la región, que está dentro del
mundo árabe retornando a la propuesta de la Umma pan-islámica, lejos
del pan-arabismo nacionalista (tipo tercermundismo poco o nada alineado)
y con dos polos concurrentes. Un sunita, por dentro de la red (Al Qaeda)
y otro chiíta, polo éste llegado del Estado líder, Irán. Esta misma
ausencia de referencia árabe se nota en la ausencia justamente de un
Estado líder y árabe, como en su tiempo lo fueron tanto Egipto como
Argelia. El tono discursivo y la ayuda material concreta provienen de
un Estado con régimen casi teocrático (Irán), no-árabe, pero con
una política externa más aceitada en el tono del discurso antiimperialista
y anti-occidental. En el caso de Palestina, el apoyo dado explícitamente
al gobierno de Gaza del Hamás da pruebas de la visión de la política
externa iraní, más allá del sectarismo religioso, operando como un
agente con poderes de veto en toda el área.
Las argumentaciones de
análisis de coyuntura basadas en trayectorias histórico-estructurales
de agentes y entorno de la política egipcia nos llevan a un cálculo
bastante simple. Para los intereses del Imperio en la región, perder
Egipto es tan complicado –o más– que perder Arabia Saudí. Y,
para perder el país de Nasser, este tiene que dejar de ser el Estado
que se alineara con Israel y EUA después de los acuerdos de Camp David.
Mubarak debe sus treinta años al frente del mayor de los países árabes
a este alineamiento que motivó la acción de eliminación física del
sucesor de Gamal Andel Nasser, Anwar El Sadat. Considerando tal opción
fuera de las posibilidades (lo que sería el mejor de los mundos para
el Imperio), el “menos peor” de los mundos sería una propuesta
modernizadora e institucionalista, venida de las fuerzas armadas y de
fuerzas políticas nuevas, surgidas de la movilización masiva y alimentadas
por las redes sociales. Ya el peor de los mundos (para el Imperio) serían
elecciones ganadas por los fundamentalistas (aunque ponderados, como
es el caso de la casi centenaria Hermandad Musulmana) o una alianza
de tipo laica y antioccidental.
La unidad de los pueblos
árabes depende hoy necesariamente del derrumbe de gobiernos autoritarios,
monárquicos-autocráticos y esencialmente represores y corruptos. Existiendo
la composición de nuevas fuerzas –de tipo secular– que se acercarían
de la izquierda Palestina actual (diminuta, pero con la coherencia interna
necesaria para asegurar su condición de existencia) estas necesariamente
pasarían por el acumular de experiencias en las victorias y embates
en las calles de Túnez y El Cairo. Esto en el corto plazo no brota
de lo concreto, pues organizar una fuerza política pan-árabe es un
desafío superior a convocar gente airada a través de redes sociales
del Internet.
En el ocaso de la dictadura
pro-occidente y antiárabe, tuvieron fuerza fundamental las estructuras
sindicales y movimientos de tipo juventud. En el caso egipcio, los sindicatos
vinculados al servicio público y el Movimiento Juvenil 6 de Abril tuvieron
heroica presencia y una buena capacidad de convocatoria. En general,
en el vacío político de la representación formal, de estas fuerzas
puede surgir un nuevo espacio de estructuras organizativas de tipo secular
y con arraigo –pues de allá vinieron en los episodios hoy ya épicos
de la Batalla de la Plaza Tahrir. Cualquier expectativa de una renovación
política, en el sentido de ratificar derechos y radicalizar la democracia
de masas y con intervención directa de la población, viene de estos
espacios de aglutinación y militancia.