El terrorismo siempre ha sido la madre gestora de la civilización occidental

A fuerza de terror se impusieron el imperio Persa, el imperio Romano, el Bizantino, el Búlgaro, el Servio, el Turco.

El método de aquellos imperios, con sus crímenes atroces, sus invasiones brutales, torturas y represiones, todavía se mantiene intacto.

España importó a estas tierras las devastaciones más implacables y monstruosas, y hoy con otros procedimientos disfrazados de humanismo persiste con la misma técnica pavorosa destrucción de nuestra identidad, de nuestros valores.

Si una ciudad resistía, los españoles marcaban en la cara con fierros calientes a todos los habitantes. El terrorista Hernán Cortés cometió el asesinato colectivo en 3000 cholutecanos, metidos en el cuartel y muertos como ratas.

El hecho es que la conquista no puedo ser llevada a cabo en ninguna parte sin el terrorismo.

En Perú se destruyeron los sistemas de irrigación, se demolieron los puentes se saquearon las bodegas imperiales, los caminos se abandonaron a la ruina, lo mismo que las magnificas terrazas agrícolas. Los enormes rebaños de llamas fueron dispersados ó comidos, privados así a los conquistados de alimentos y abrigo. Nunca descendió otro grupo de vándalos igual que éste sobre una civilización, destruyéndola en tan corto tiempo y por espacio de más de 50 años esa trágica anarquía no disminuyó.

En Guatemala y en Honduras puntos de reunión para los conquistadores de Panamá y México y otras partes, ocurrió el derrumbe de un imperio, derrumbe que no ha tenido otro igual en la historia: una larga orgía de violencia, tradición, sadismo, tortura y muerte.

Los españoles impusieron en nuestro continente la más demoníaca orgía de sangre: los españoles gozaban matándose entre sí; enseñaron incluso a los indígenas cómo matar y hacer guerras entre sus tribus para que nunca viviesen en paz.

El conquistador Gil González dio muerte a la mayoría de los 40 mil habitantes de Managua, en Nicaragua, dejando desolado muchas de las comarcas florecientes para luego retirarse disgustado porque no había encontrado oro.

El verdadero botín de la proeza militar fueron entonces el oro, el tesoro, la tierra y el trabajo de la gente conquistada. Y así el primer acto oficial de todo pequeño conquistador, como Pedro de Alvarado lo hizo en Centroamérica, era asignarse tierras él mismo y después entre sus hombres, y conceder encomiendas a los indios, a su cuidado, con instrucciones religiosas: un camuflaje para la esclavitud.

Hasta que se estableció la apicultura y el comercio asumió grandes proporciones, las minas suministraron la riqueza inmediata más grande. Las minas de Potosí, 14.000 pies sobre el nivel del mar, en Bolivia, dieron mucha riqueza; originalmente fueron de Gonzalo Pizarro, hermano del conquistador Francisco Pizarro.

Potosí, en esa región árida y glacial, llegó a ser una ciudad agitada de 160.000 habitantes (cuatro veces el tamaño de Madrid, y treinta veces el tamaño de Sevilla). De lo que sacó España de Potosí, España gastó la suma de ocho millones de pesos en la coronación de Carlos, seis millones en los funerales de Felipe III, y desde su descubrimiento hasta 1783 Potosí produjo 821 millones de duros, una suma mayor que todo el circulante monetario de Europa, y que en el valor de hoy día llegaría a varios billones de dólares.

En México, Agustín Zavala pagó 800.000 pesos al rey, como derecho, y se cuenta que un propietario de una mina pavimentó cincuenta yardas de la calle con plata, con motivo de un matrimonio, y tapizó el cuarto de la novia con el mismo metal.

Las minas Tepenasco, del Conde de Regla, eran tan productivas que su propietario convidó al rey a México, jactándose de que el caballo de Su Majestad no pisaría más que plata sólida desde Vera Cruz hasta la capital.

Durante los tres siglos de la dominación española se extrajeron 3.0000.000.000 de pesos en oro y plata (según cálculo) de México solamente.

En 1810, al estallar la guerra de independencia, la producción anual de oro llegaba a 27 millones de pesos.

Qué historia de horror, carajo.

(De mis lecturas del libro de C. Beals, “América ante América”)

jsantroz@gmail.com


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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