El caso de Julián Conrado, acaba de entrar en una madeja de vericuetos y tecnicismos legales que pudiera extenderse durante meses. El
santismo colombiano (o el uribismo que busca oxigenarse con cambio de maneras, máscaras y verbos, que es lo mismo), el Ministerio Público y
el Tribunal Supremo de Justicia venezolanos, organizaciones de defensa de los derechos humanos como FUNDALATIN, los artistas organizados en la coordinadora “QUE NO CALLE EL CANTOR”, instituciones internacionales como ACNUR , a los que se suman otros actores anónimos, se aprestan a una batalla que, con la apariencia de la legalidad, encubre importantes estrategias en juego y posiciones políticas no siempre expresas. Bueno comenzar a desenredar la madeja, so riesgo de dejarnos atrapar por el “fetichismo jurídico”, como lo llamó Marx: la creencia ilusoria de que el orden y la ley están por encima de la lucha de clases y los intereses económicos en perenne pugna.
Tal barullo legal no era lo que esperaba el gobierno colombiano, animado por el optimismo luego de la celeridad con que se resolvieron los casos en entregas anteriores. Ya, a estas alturas del asunto, el apoyo y la simpatía para con el artista preso, no implica automáticamente aceptar las políticas y acciones de la insurgencia colombiana. Digo esto no por mí, sino porque sé que hay quien inhibe su solidaridad, espantado por la parafernalia mediática que criminaliza la lucha de la izquierda colombiana, armada o no.
El caso Conrado se convirtió en un boomerang para Santos, o mejor, en un ventilador que ya comienza a funcionar y que la mayor cantidad de mierda que regará es la del tinglado fiscal y judicial neogranadino, aplastado contra la pared por teléfonos chuzados, atentados, amenazas, sobornos y tráfico de influencias, responsable del encierro de 7501 (incluyendo al periodista Pérez Becerra) presos políticos y que, con saña maniática, persigue a un hombre enfermo y cansado -no tengamos duda- de la guerra, a pesar de su canto optimista e irreductible desde la celda. Dimes vendrán, diretes irán, enturbiando la imagen que el heredero de Varito trata de recomponer, una vez asumió un gobierno que es carroña por donde se meta la nariz. Difícil, sino imposible, le será al desprestigiado gobierno de Colombia, convencer a la opinión pública de que el cantautor es terrorista y delincuente, así como a Estados Unidos de que es narcotraficante, fantasía que alega ofreciendo 2.500.000 de dólares por su extradición. Podrán conquistar
la presa, pero el precio les está resultando inmenso.
No les queda más que recurrir a la infamia, como la que esgrime el General Mendieta, ex-retenido de las Farc y quien, desde su nueva función como agente de inteligencia militar de la Embajada de Colombia en España, “recordó” súbitamente los delitos en los que estaría incurso el cantautor detenido: lo acusa de ser responsable, por omisión de enfermedad, de la muerte de otro militar que estuvo cautivo de la guerrilla. El retorcido significado mediático difundido por Caracol, es claro: no puede Julián enfermo, esperar la clemencia que no tuvo antes. Semejante palurdería, que apunta a ser “oportuna”, denota los esfuerzos desesperados en remontar la cuesta de la opinión pública. La mentira tan ramplona y a destiempo del General Mendieta, como estará haciendo rabiar a Santos, tan ducho en lo que debe ser un buen laboratorio de información. Por eso mandó a callar a sus ministros, no sea que le sigan descubriendo las cartas. ¡La papá caliente, Presidente Chávez, siempre la tuvo en las manos el amigo Juan Manuel!
Más que imposible le será al gobierno bolivariano entregarlo, a cambio del costo que tiene que pagar, en violación al derecho internacional y a la más elemental lógica política, luego de los perdones humanitarios concedidos, con razón, a los conspiradores y asesinos Forero y Peña Esclusa (nadie crea que comparo, por favor, simplemente expongo circunstancias).
Pero nunca se sabe; lo anterior son conjeturas que intentan ser objetivas. El enemigo es poderoso y cuenta con una monstruosa máquina de manipulación mediática, así como con aliados cipayos y la ingenuidad de algunos bolivarianos blandengues y otros más avezados, que ya saldrán a justificar con la pluma la conveniencia de sostener las “buenas relaciones”, al costo que sea, por “Razones de Estado” (Bilbao dixi). A la final, no es un asunto de leyes sino de mero pulso e intereses mundanos. La jurisdicción venezolana se enfrenta a una prueba de fuego que será definida, en última instancia, por las movidas de la política. Ojalá se imponga la ética y el humanismo que ha caracterizado a la revolución bolivariana en sus cruciales momentos y no la realpolitik, en función de una aparente armonía con el incómodo gobierno vecino.
La labor de los revolucionarios y comunicadores honestos será develar las aviesas implicaciones de este affaire, urdido desde los laboratorios de inteligencia política de la reacción colombiana. Compatriotas y camaradas, prendamos el ventilador pues.
Sigo. Los episodios de las detenciones de Joaquín Pérez Becerra y Julián Conrado, lejos de ser simples vicisitudes de las tensiones políticas y el asedio a la Revolución Bolivariana forman parte de un tinglado que ha movilizado intensamente a los organismos de inteligencia militar y política de Colombia y Estados Unidos. Incluso ya antes de ser Presidente, el comandante Chávez fue acusado de complicidad en la incursión guerrillera de Carababo, Estado Apure.
Podemos leer miles de declaraciones oficiales y tarifadas en los medios informativos, que apuntaron en esa dirección. Durante el gobierno de Uribe, esta campaña arreció, llegando a extremos peligrosos como el secuestro en Caracas de Ricardo Granda y la reiterada incursión de agentes de la inteligencia colombiana en diversos localidades del territorio nacional y tuvo tragicómicas facetas como los documentos “encontrados” en la “supercomputadora” de Raúl Reyes, a partir de la cual se armó un culebrón de novela en la cual solo faltaron como personajes Adán y Eva.
Los supuestos correos incautados en el bombardeado campamento de Reyes implicaban a periodistas, importantes figuras de la izquierda latinoamericana, funcionarios diplomáticos y a todo aquel que adversara al desprestigiado régimen uribista. Por supuesto, a Rafael Correa y Hugo
Chávez, le fueron asignados roles estelares. El afiebrado relato llegó a extremos farsescos con detalles sobre el tráfico y venta de uranio en plena selva. Punto final tuvo la trasnochada novela, cuando la Corte Suprema de Justicia colombiana, con gustos literarios más refinados, declaró improcedente las “pruebas” halladas en la “supercomputadora”. Esto último, causó hace poco la liberación de Miguel Ángel Beltrán Villegas, profesor universitario extraditado desde México, y si la justicia sigue ese curso, posibilitará la de Pérez Becerra, encausado con el idéntico alegato de ficción. Me
pregunto: ¿quién pagará o repondrá los días de cárcel cumplidos ilegalmente por el periodista si sale en libertad?, ¿Venezuela o Colombia?
La campaña del fascismo colombiano y de los gringos respecto a Venezuela, constituye una meticulosa maniobra mediática diseñada con claros objetivos ideológicos en la opinión pública y el gobierno venezolano; forma parte de la Guerra Psicológica, dirigida al control de las voluntades y la dominación social y que constituye la columna vertebral en la doctrina militar imperial de la llamada “Guerra de Cuarta Generación”. Tiene los siguientes objetivos:
1.- Establecer como un hecho la supuesta complicidad entre el gobierno venezolano y la insurgencia colombiana como mancuerna diabólica en el denominado “eje del mal”.
2.- El aislamiento internacional de la guerrilla colombiana, para debilitar cualquier salida política al conflicto, en la que pudieran intervenir como mediadores Venezuela y otros gobiernos de la región.
3. Obligar a Venezuela a romper su neutralidad en el conflicto armado de Colombia, haciéndolo parte de la guerra y, por último;
4. Quebrantar la solidaridad hacia la Venezuela bolivariana de las fuerzas progresistas que la apoyan, simpatizantes o no de las fuerzas guerrilleras, pero contrarias a cualquier tipo de entrega o “extradición”.
El esfuerzo en la patraña, sostenido durante años, ha tenido una reiterada historia de fracasos debido a la simpatía mundial que despierta la revolución bolivariana y -¿por qué no decirlo?- las fuerzas guerrilleras del hermano país. No obstante, algunos éxitos parciales se ha anotado la inteligencia enemiga: la entrega de combatientes capturados en la frontera y del periodista Pérez Becerra -con lo que Venezuela rompió su tradicional posición neutral, no beligerante- y, por consiguiente, el malestar de un vasto sector afín a la revolución que encabeza el comandante Chávez.
En Caracas, en rechazo a la entrega de Pérez Becerra, hubo una manifestación con participación muy diversa, donde no solo estaban “ultraizquierdistas” y miembros del Partido Comunista, como al parecer fue informado el Presidente, sino también conocidos militantes del
PSUV e, incluso, algún que otro funcionario. El incidente debe servir de reflexión a todos, al gobierno para no dejarse embaucar por el sucesor y ex-ministro de Defensa de Uribe y a los revolucionarios hiperradicales, que confunden graves errores circunstanciales en la política internacional con cambios estratégicos que pudieran significar traición.
Santos, una vez recompuestas las relaciones económicas y políticas, consciente del estigma paramilitar que arrastra por su rol protagónico
en el uribato y el prejuicio comercial que causó la ruptura de relaciones, continua con la escalada guerrerista genocida pero recurre a la vieja treta de la zanahoria en la vara que hace andar al burro mientras lo atizan con el fuete. A sabiendas de los esfuerzos del gobierno venezolano por deslindarse de las acusaciones de complicidad con el “narcoterrorismo”, declara, agradeciendo con hipócritas embelecos, la cooperación del gobierno venezolano en la “lucha antiterrorista”, apuntando la zanahoria hacia el lado que le conviene a sus intereses fascistas y dando por hecho la entrega del cantante Julián Conrado. Mientras, el almirante Edgar Cely, comandante de las Fuerzas Militares de Colombia, ante el anuncio de que Venezuela considerará el estado de salud del sobreviviente cantante preso, declara nuevamente que hay santuarios de las guerrillas en Venezuela, reiterando la mentira conocida para torpedear la postura de no intervención mantenida por nuestro país ante el conflicto en Colombia. La declaración del chafarote debiera significar
la destitución inmediata por contradecir lo que en la materia afirma el Presidente Santos. El trepador de galones declara al mejor estilo Uribe, el “corderito” Santos desmiente de inmediato. Pero no veamos contradicción donde no la hay. Es el método del fuete y la zanahoria.
Un esclarecedor antecedente de la anterior e interesante salpicada excrementicia, la podemos leer en un artículo de José Obdulio Gaviria
( http://informe21.com/blog/jose-obdulio-gaviria/reunido-enemigo ), un mefistofélico personaje, quien fue asesor con oficina en el palacio
de Nariño durante el uribato y que, despechado por el rechazo del nuevo presidente en la campaña electoral, tiro al pajón el cambio diplomático del recién estrenado Presidente y sus amables morisquetas al comandante Chávez. Búsquele las pistas al tal José Obdulio y a quien lo desplazó como jefe mediático en la campaña, nuestro paisano (aunque no compatriota) J. J. Rendón. ¿Lo recuerdan? En otro artículo, voy a jurungar las implicaciones de estas dos joyitas en las relaciones colombo-venezolanas. Por ahora, les recomiendo que leamos el referido artículo. No tiene desperdicio.
Aunque algunos altísimos funcionarios de Venezuela semejen en ocasiones a los burros -y no me refiero al Presidente Chávez, que Dios me lo recupere y conserve tan jodedor como siempre, pero menos confiado en las zalamerías- mejor cambiemos la metáfora para referirnos al gobierno bolivariano que, como Sísifo en el mito, estará condenado permanentemente a subir una y otra vez la cuesta del descrédito fomentado por el imperio y la reacción nacional e internacional; tal es el precio a pagar de cualquier revolución o proceso que decida asumir para siempre la causa de los pobres de la tierra.
Si somos serios y consecuentes con tantas consignas e iniciativas por el cambio social, no habrá política, entregas de revolucionarios, con o sin jueces amañados o no, ni maroma diplomática posible que pueda conciliar nuestros intereses con los de la oligarquía colombiana. “La diplomacia es a menudo mierda con fragancia de perfume”, como dijera un Aporreador en el portal Aporrea; tengamos esto presente cuando canten las engañosas sirenas en el escenario internacional. Disculpen el error, cuando canten las ballenas quise decir...
Nada mejor para el proceso bolivariano que seguir avanzando en concordia con los demás gobiernos. Así lo deseamos, los revolucionarios venezolanos junto al Presidente Chávez. Lo contrario sería tonto e ignorar, de cara a las próximas elecciones, lo delicado del equilibro geopolítico y el peligro que representan los adversarios internos, de lo cual Libia es un buen ejemplo. Así que no se trata de ser enemigo de las buenas relaciones con Colombia. Solo que las mismas no pueden tener el alto precio de los principios de solidaridad, las leyes internacionales, los derechos humanos y la no intervención en los conflictos foráneos que guían al gobierno bolivariano. Mucho menos, ante las intrigas y trampas de un gobierno como el santista,
continuador de una política con haber de centenares de masacres y desaparecidos, inmensas fosas comunes con hornos crematorios incluidos, el bombardeo permanente de pueblos y caseríos, miles de hermanos asesinados o presos y millones de desplazados, además de la violación de la soberanía territorial de otros países, incluyendo el nuestro.
¿Es amiga la oligarquía colombiana y su actual gobierno, más allá de las palabras y los convites diplomáticos? Amigo el ratón del queso y
los hipócritas oligarcas del Plan Cóndor. Lo otro, es perseguir una zanahoria, recibiendo vergajazos en el fundillo.
arturoramos1970@gmail.com